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Adrian posó su mano en el hombro de su hermano, dándole un cariñoso apretón.

– Eso me satisfará mientras no te conviertas en murciélago y revolotees por los candelabros en cualquier momento.

– Caroline me dijo que te habías ido.

Los hermanos se volvieron para encontrar a Portia delante de ellos. Sus oscuros rizos se amontonaban en lo alto de su cabeza y el alto cuello de su vestido de cotonia blanca no era tan pasado de moda como para generar curiosidad o comentarios entre los invitados.

Disparando a su hermano una significativa mirada, Adrian sacó el reloj del bolsillo de su chaleco y lo abrió.

– Es casi medianoche. Debo irme. No quiero hacer esperar a mi novia. -Pellizcando a Portia con cariño en la mejilla, se dirigió hacia la enorme chimenea que había sido improvisada como altar, dejando a Julian totalmente solo para enfrentarse a Portia.

Ella miró a su alrededor para asegurarse que no había nadie escuchando a escondidas antes de decir.

– Mi hermana me dijo que te ibas a Paris para buscar al vampiro que pudo haber engendrado a Duvalier.

Julian asintió.

– Con Duvalier derrotado para bien y Adrian casado, pensé que quizás era hora de que empezara a pelear mis propias batallas. Puede que no sea capaz de envejecer, pero eso no quiere decir que no pueda madurar. Ah, ahí viene el vicario, -dijo, visiblemente aliviado de haber encontrado una distracción.- Debería dirigirme a la parte de atrás del salón. Aprecio que Adrian y Caroline no llevaran a cabo su boda en una iglesia, en tierra sagrada y todas esas bobadas, pero todas esas sotanas y velas todavía me hacen querer saltar por la ventana más cercana.

Se volvió para irse, entonces juró en voz baja y se volvió. Cerrando sus manos sobre los antebrazos de Portia, Se acercó a ella y la besó suavemente en la frente, sus labios persistentes contra el satinado calor de su piel.

– No me olvides, ojos brillantes.

– ¿Cómo podría?-Cuando se alejó, Portia se llevó una mano a su cuello, sus ojos ya no chispeaban con la inocencia de una niña, sino con la sabiduría de una mujer.-Siempre tendré las cicatrices para recordarte.

– ¡Portia! -Carraspeó Tía Marietta.- ¡Tienes que sentarte!.¡Faltan tres minutos para la media noche!

– Ahora mismo estaré allí, -respondió Portia, mirándola por encima de su hombro. Cuando se volvió, Julian ya se había ido. Frunciendo el ceño, examinó a los huéspedes, pero su delgada y elegante forma no se la podía encontrar por ninguna parte.

Suspiró con nostalgia y volvió a cruzar el salón, sin ver jamás la sombra que revoloteaba alrededor del candelabro que colgaba justo sobre su cabeza.

– ¿Y cual señorita Cabbot será hoy? -Preguntó Wilbury secamente cuando Caroline caminó hacia el umbral, preparándose para unirla al novio que la esperaba en el improvisado altar donde repetirían sus votos y empezarían sus vidas como marido y mujer.

Ella golpeó el brazo del mayordomo con su ramo de rosas blancas, liberando un olorcillo de su potente fragancia

– No necesitas tomarme el pelo con eso, Wilbury. Después de esta noche, serás capaz de dirigirte a mí simplemente como Lady Trevelyan.

Dejó escapar un elaborado suspiro.

– Supongo que eso será apropiado para mi, puesto que usted será la señora de este castillo en -se aclaró la garganta- aproximadamente un minuto.

Y su miedo se desvaneció cuando miró a hurtadillas alrededor del marco de la puerta y vio a Adrian esperando por ella en el otro lado del gran salón. Su pelo destellaba a la luz de las velas mientras que sus ojos brillaban con amor y ternura, la invitación en sus luminosas profundidades azul verdosas era imposible de resistir.

Caroline arrancó una de los capullos de las rosas y se lo metió detrás de la oreja en un silencioso tributo a la mujer que los había reunido. Cuando agarró su ramo y dio un primer paso a hacia los brazos de Adrian, cada reloj en el castillo empezó a dar las campanadas, anunciando la llegada de un nuevo día.

Teresa Medeiros

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