Выбрать главу

Los dedos de Caroline se congelaron.

Lentamente levantó el pañuelo, pero incluso antes de que viese al sátiro golpear ruidosamente una mano cordial en su hombro, incluso antes de que observase a los invitados saludarle como uno de los suyos, incluso antes de que viese a una Vivienne radiante tomar su lugar a su lado como si siempre hubiera tenido un sitio allí, Caroline supo lo que encontraría cosido en el caro lino.

Una A elaborada vinculada con una K remolineante.

– ¡Caroline! -Vivienne la llamó. Una sonrisa radiante iluminaba su cara mientras entremetía una mano delgada en el recodo del brazo de su compañero-.¿Qué estás haciendo acobardándote allí en la esquina? Debes venir y conocer a nuestro anfitrión.

Caroline sintió toda la sangre drenarse de su cara mientras ella levantaba sus ojos para encontrar la mirada fija igualmente sorprendida de Adrian Kane, el Vizconde Trevelyan.

CAPÍTULO 3

– ¿Le gustaría un poco de oporto, Señorita Cabot?

Aunque la pregunta fue perfectamente inocente, no había nada inocente acerca del destello burlón en los ojos de su anfitrión. O la forma en que formó remolinos del licor sanguíneo alrededor del fondo de su vaso antes de inclinarlo hasta sus labios.

El vaso de oporto se habría visto más en casa colgando de los dedos pálidos, aristocráticos de su hermano. Curiosamente, Adrian Kane tenía las manos de un trabajador… anchas, fuertes, y poderosas. Sus dientes eran rectos y blancos, sin ningún colmillo a la vista. Puesto que se había sentado en el lugar de honor a su derecha en la mesa larga, cubierta en damasco, Caroline tenía bastantes oportunidades de estudiarle cada vez que emitía una de sus sonrisas enigmáticas.

Era difícil imaginar cualquiera siendo lo suficientemente tonto para creer que este hombre abrazaba la oscuridad y la muerte. Más que nada, parecía estar poseído de un vigor casi antinatural. Aunque según el rumor rehuía la luz del día, habría jurado que los hilos dorados de su pelo habían sido hilados por el sol. Incluso tenía la ridícula noción que si se apoyaba más cerca, podría oír el constante zumbido de la sangre recorriendo dentro de su corazón poderoso.

Antes de que Caroline pudiera declinar su oferta, Portia, que estaba sentada directamente frente a ella, a la izquierda de él, forzó hacia fuera su vaso y pió. -¡Qué, gracias, Su Señoría! ¡Me gustaría un poco de oporto!

Caroline miró a su hermana de reojo. Portia parecía momentáneamente haber olvidado su miedo de que Kane pudiera inclinarse y morderle en el cuello. Estaba demasiado ocupada estirando el cuello para mirar fijamente al hermano de Kane, quien estaba sentado justamente en la mesa debajo de la de ella, al otro lado de Vivienne. No importa lo que pensara de su pose y su pavoneamiento, incluso Caroline tenía que admitir que era una tragedia que el perfil de Julian Kane nunca hubiera sido acuñado en una moneda romana.

Su anfitrión torció un dedo al lacayo revoloteando cerca del aparador de nogal, dio al hombre una sacudida de advertencia con su cabeza antes de que pudiera verter más que una salpicadura de oporto de color de rubí en el vaso de Portia.

La tía Marietta había sido desterrada al extremo más alejado de la mesa, dónde estaba obsequiando a un rechoncho barón con un relato estridente de su último triunfo en la mesa de Boddle (juego de cartas). Ya que muy bien no podría cubrir sus muñecas con un tenedor de dos puntas, el pobre hombre parecía firmemente estar bebiendo en un sopor. Había estado deslizándose más bajo y más bajo en su silla durante la pasada media hora. Cuando el postre fuese servido, probablemente estaría bajo la mesa. No por que la Tía Marietta lo notara, probablemente se volvería hacia la boba marquesa al otro lado y continuaría su recitación sin molestarse en hacer una pausa para respirar.

Caroline se preguntó si su tía había sido desterrada deliberadamente. Quizá Kane tenía tan poca tolerancia a su charla incesante como ella. Por supuesto, después de la tontería que ella le había soltado en el salón, debía pensar que un pájaro tenía el doble de inteligencia que ella y la Tía Marietta.

Cada vez que recordaba sus imprudentes palabras, quería bajar la cabeza y golpear su frente contra la mesa. No sabía si debería estar más avergonzada por insultar al hermano del hombre o por repetir esos ridículos rumores acerca de sus actividades nocturnas. Podría haber logrado perdonarse a sí misma por ambas indiscreciones sino se hubiera permitido también un flirteo desvergonzado con el pretendiente de su hermana.

– ¿Señorita?

Agradecida por la distracción, Caroline giró su cabeza para encontrar a un lacayo ofreciendo una bandeja de plata cargada con lonchas de carne roja poco asada nadando en jugo ensangrentado. Sintiendo su estómago ya tembloroso volcarse, tragó duro y murmuró.

– No, gracias.

– Oh, yo tomaré. -En lugar de esperar para que el lacayo llevará la bandeja alrededor, Julian estiró la mano a través de la mesa y apuñaló una loncha de carne con su tenedor. Llevó la carne roja directamente a su boca, masticando con sensual deleite.

Repentinamente se detuvo y olió el aire, su nariz perfectamente alineada arrugándose por la aversión.

– Simplemente debes decirle a Gaston que atenúe el ajo, Adrian. Es casi abrumador esta noche.

Caroline fue la única que vio a Portia sumergir su servilleta en su pequeño tazón de cristal para limpiar los dedos y usarla para restregar subrepticiamente su garganta.

Al menos pensó que era la única, hasta que echó una mirada a su anfitrión y le atrapó observando no a Portia, sino a ella, con diversión no disimulada.

– Tendrá que perdonar a mi cocinero -dijo-. Es francés, y usted sabe como el francés ama su ajo.

Caroline no podía dejar pasar su sonrisa satisfecha incontestada.

– ¿Y usted, milord? ¿Es aficionado a ello también?

– Bastante. Encuentro que añade un elemento excitante de sorpresa para incluso la mayoría de los platos comunes.

Ella le dio una mirada traviesa.

– Ah, pero algunas personas no son tan apasionadas de las sorpresas como usted parece ser. Hay aquéllos que incluso las podrían considerar una prueba para ser evitadas.

Kane se inclinó atrás en su silla, un destello especulativo en sus ojos haciéndose más profundo.

– ¿Eso dependería de la naturaleza de la sorpresa, o no?

– Ciertamente -contestó, encontrándose con su mirada fija de lleno-. Y si la sorpresa hubiera sido iniciada por un simple malentendido o subterfugio deliberado.

Él tomó otro sorbo de oporto.

– Debo admitir, señorita Cabot, que usted misma ha sido una revelación para mí. Ya que Vivienne me informó que usted tuvo casi que criarla a ella y a la joven Portia aquí, yo esperaba a alguien mucho más…

– ¿Viejo? -ofreció.

– Experimentado -rebatió con tacto.

– Entonces lamento decepcionarle, milord. Si hubiera sabido que esperaba a una arpía senil, no me habría molestado en traer puestos mis dientes de madera.

– Caroline tenía sólo dieciséis años cuando perdimos a mamá y papá -explicó Vivienne, contemplando a su hermana con afecto manifiesto.- Ha sido la madre y el padre para nosotras desde ese momento. De no ser por ella, el primo Cecil nos habría enviado a un orfanato.

Caroline sintió su color levantarse mientras Kane inclinaba su cabeza para estudiarla.

– No pudo haber sido fácil cargar con la responsabilidad de dos muchachitas cuando usted era poco más que una muchacha.

Julian ondeó su tenedor en su dirección.

– Pensaba que sería mortalmente aburrido estar metido en el campo con dos mocosos para criar. Sin ánimo de ofender, pequeña- agregó, apoyándose más allá de Vivienne para ofrecerle a Portia un guiño bromista. Ella se atragantó con un bocado de codorniz y enrojeció hasta las raíces de su pelo.

Caroline recordó los incontables días pasados encorvada sobre los domésticos libros mayores, sus dedos constreñidos con el frío y la fatiga. Las noches sin dormir embrujadas por visiones de sus hermanas encerradas en un reformatorio o trabajando como esclavas lejos, como institutrices en algún hogar con un amo lascivo y una ama cruel. Las visiones que todavía podrían llegar a pasar si no podía obtener un marido adecuado para una de ellas.