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– Cebada por la histeria y la ginebra barata, sin duda -ofreció Julian, solapando un brazo largo, elegante sobre el respaldo de la silla de Vivienne.

Larkin se encogió de hombros.

– Quizás. Mentiría si dijese que la chica era de carácter moral sólido. Pero te puedo asegurar que tanto su historia como su terror realmente eran convincentes.

– Sigue -ordenó Kane, suprimiendo un bostezo- Mis invitados tenían esperanzas de otro recital de poesía de Julian después de que cenáramos, pero estoy seguro de que tu historia resultará ser tan entretenida, si no más.

El alguacil ignoró la pulla.

– Según la chica, el incidente ocurrió poco después de la medianoche cuando ella y su acompañante paseaban por Charing Cross.

– ¿Debo asumir que el compañero era un antiguo conocido? -preguntó Kane amablemente.

– Realmente -Larkin confesó- lo había encontrado sólo minutos antes fuera de uno de los infiernos de juego de azar en el Callejón del Carterista. Se habían detenido bajo un farol para… -vaciló, robando un vistazo afligido al perfil de porcelana de Vivienne-… conversar cuando fueron atacados por un desconocido en una larga capa negra.

– ¿Atacados? repitió Julian-. ¿Cómo? ¿Los amenazó él con un garrote? ¿Un cuchillo? ¿Una pistola quizás?

– La chica no vio arma. Afirma que su asaltante estaba poseído por una extrema destreza física. Él simplemente le quitó de un tirón al hombre de encima y le empujó contra el farol, elevándole del suelo con una mano.

Caroline picoteó su codorniz con su tenedor para evitar mirar los hombros fornidos de Kane.

– La chica estaba tan angustiada y aterrada que cayó de rodillas y escondió su cara. Cuando finalmente se atrevió a levantar la cabeza, su compañero se había ido.

– ¿Ido? -La tía Marietta repitió estridentemente, tocándose con una mano su gruesa garganta.

Larkin asintió con la cabeza.

– Desaparecido. Como: sin dejar rastro.

– ¿Dispense, Alguacil Larkin, pero si usted no tiene ningún cuerpo para proporcionar cualquier prueba de juego sucio, entonces cómo sabe que el hombre simplemente no se escapó? -Caroline no podía haber dicho qué la apremió a hablar. Sólo sabía que un silencio cristalino había caído sobre la mesa y todo el mundo clavaba los ojos en ella.

Incluso su anfitrión.

El alguacil despejó su garganta, su mirada estrechándose en su cara como si la viera por primera vez.

– Una pregunta válida, Señorita Cabot, pero con este incidente pegándole en los talones a las otras desapariciones en el área, no tenemos más remedio que tratarlo con igual suspicacia. Especialmente luego de lo que el asaltante hizo después.

– ¿Qué hizo? -dijo renuentemente, preguntándose si era demasiado tarde para saltar a través de la mesa y tapar los oídos de Portia.

Los invitados sostuvieron sus respiraciones colectivas mientras aguardaban su respuesta. Incluso Vivienne le echó una mirada furtiva, sus labios temblando.

Larkin dobló su cabeza, su larga cara taciturna.

– Según la joven, la abordó y le ayudó a levantarse. Su cara estaba en la sombra, pero ella describió que poseía los modales y el comportamiento «de un señor». Le entremetió un soberano de oro en su mano y le dijo que corriera a toda prisa a casa con su madre porque había peores monstruos que él vagabundeando en la noche. Luego se giró, y con un remolino de su capa, desapareció dentro de las sombras.

Kane se puso de pie, dejando claro que tanto su paciencia como su hospitalidad habían alcanzado sus límites.

– Gracias, Alguacil. Fue muy amable de su parte pasar de visita y compartir esta fascinante historia conmigo y mis invitados. Le puedo asegurar que escucharemos su advertencia y tendremos cuidado en evitar Charing Cross después de la puesta del sol.

Larkin se levantó, de cara a él en la mesa.

– Veo que usted lo hace. -Mientras dos lacayos corpulentos aparecían en la puerta, una sonrisa sardónica curvó sus labios-. Aprecio la cortesía, pero creo que puedo encontrar mi propia salida. -hizo una pausa en la entrada como si hubiera olvidado algo tan insignificante como un guante o un pañuelo-Casi me olvidé de mencionar que me topé con un viejo amigo nuestro de Oxford, justamente, el otro día en Covent Garden… Victor Duvalier.

Aunque Julian visiblemente palideció, la cara de Kane pudo haber estado esculpida de piedra.

– Aparentemente, regresó a Londres después de una vasta expedición por los Cárpatos. Me dijo que le diera sus saludos afectuosos y que te dijera que esperaba que vuestros caminos se cruzasen muy pronto.

– Como espero yo -murmuró Kane, algo en su cara impasible envió otro temblor a la columna vertebral de Caroline.

Antes de girar para marcharse, Larkin esbozó una reverencia sorprendentemente graciosa en dirección a Vivienne.

– Señorita Vivienne.

– Sr. Larkin -devolvió, volviéndose de regreso para batir la congelada sopa como si el futuro entero de Inglaterra dependiera de ello.

Flanqueado por los lacayos, el alguacil se fue, dejando un silencio embarazoso en su estela.

– En vez que usted y las señoras nos priven de su compañía para que podamos disfrutar de nuestro oporto, ¿por qué no nos dirigimos al salón para la sobremesa? -sugirió Kane y se inclinó hacia Portia- Si usted desplegará su sonrisa más bonita, querida, podría sencillamente engatusar a Julian en recitar otra estrofa o dos de Byron.

Portia se arrastró ansiosamente fuera de su silla mientras el resto de los invitados se levantaban y comenzaban a caminar sin rumbo fuera del comedor, lentamente para reanudar su charla.

– ¿Puedo hablar con usted, Señorita Cabot? -preguntó Kane mientras Caroline se deslizaba fuera de su silla.

– Desde luego, milord -giró, sobresaltada nuevamente por su tamaño. Dada su estatura, ella no estaba acostumbrada a tener que levantar la vista precisamente para contemplar la cara de un hombre. Siempre había estado realmente a gusto sobresaliendo en altura al primo Cecil por encima de la nariz.

No estaba segura cómo había ocurrido, pero repentinamente ellos dos estaban completamente solos en el comedor. Incluso los sirvientes parecían haber desaparecido. Como si temiesen todos los vestigios de diversión en los ojos luminosos del vizconde.

– Simplemente quise que supiera que soy perfectamente capaz de manejar tanto a Larkin como sus sospechas. No necesito que me defienda.

Desconcertada por la reprimenda, levantó su barbilla.

No defendía a nadie. Hacía simplemente una pregunta, la cual alguien con una noción de sentido común haría.

Él se inclinó más cerca, su humeante voz de barítono lanzada sólo encima de un gruñido.

– Si usted tiene noción del sentido común, señorita Cabot, no se implicará en mis asuntos.

Su boca se abrió involuntariamente, pero antes de que pudiera forjar una réplica, él había trazado una brusca reverencia, girado sobre sus talones, y alejándose andaba a grandes pasos por el cuarto.

Caroline cerró de golpe su boca. El alguacil Larkin podría haber expresado sus advertencias en la urbanidad, pero no podría haber duda acerca de las rudas palabras de Kane.

Ella había sido advertida.

CAPÍTULO 4

La luna cabalgaba baja en el cielo sin estrellas cuando las hermanas Cabot finalmente murmuraron sus despedidas educadas y se fueron de la casa de la ciudad del vizconde. Una niebla fina se pegaba a los árboles y la hierba, nublando los bordes de la noche languideciendo. Aún la incontenible Portia comenzaba a arrastrar sus pies calzados con sandalias. Caroline sospechó que su hermanita estaría profundamente dormida en su hombro antes de que su carruaje se pusiera en marcha. Ahogó un bostezo en su guante mientras la Tía Marietta tomaba la mano del lacayo y se alzaba dentro del carruaje esperando.