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El señor Entwhistle no dijo ni que sí ni que no. Pensaba: «¿Habrá especulado con dinero de sus clientes y no con el suyo? Si Jorge hubiera estado en peligro de ser perseguido judicialmente...»

El abogado precisó:

—Traté de localizarle al día siguiente del funeral, pero me figuro que no estaba en su despacho.

—¿Ah, sí? No me lo dijeron. A decir verdad, creí que tenía derecho a tomarme un día de descanso en vista de las noticias.

—¿Buenas noticias?

Jorge enrojeció.

—¡Oh, no! Me refería a la muerte de tío Ricardo. Pero el saber que uno va a entrar en posesión de algún dinero proporciona cierto optimismo. Uno se siente inclinado a celebrarlo. A decir verdad, fui a Hurts Park. Acerté dos ganadores. Nunca llueve, pero cuando cae agua, cae a cántaros. ¡Cuando llega la suerte, llega en todo! Sólo fueron unas cincuenta libras; pero todo ayuda.

—¡Oh, sí! —repuso el señor Entwhistle—. Todo ayuda. Y ahora tendrá además una suma adicional como resultado del fallecimiento de su tía Cora.

Jorge pareció entristecerse.

—¡Pobrecilla! ¡Qué mala suerte! Y posiblemente cuando lo estaría preparando todo para divertirse.

—Esperemos que la policía descubra al responsable de su muerte.

—Ojalá lo cojan pronto. Tenemos una buena policía. Pasarán por un tamiz a todos los indeseables de los alrededores... les harán pagar sus delitos sin duda alguna a su debido tiempo.

—No es tan fácil cuando ha transcurrido cierto tiempo —dijo el señor Entwhistle con una sonrisa que indicaba su intención de bromear—. Yo mismo estuve en la librería de Hatchard el día de autos, pero, ¿me acordaría de tal detalle si me lo preguntara la policía dentro de diez días? Lo dudo mucho. Y usted, Jorge, estaba en Hurst Park. ¿Recordaría qué día fue a las carreras... digamos... dentro de un mes?

—Oh, podría acordarme relacionándolo con el funeral... Fui al día siguiente.

—Cierto, cierto. Y además acertó un par de ganadores, otra cosa que ayuda a recordar. Porque rara vez se olvida el nombre de un caballo con el que se ha ganado dinero. A propósito. ¿Cuáles fueron?

—Déjeme pensar. «Gaymarck» y «Frogg II». Sí, no me olvidaré de ellos así como así.

El señor Entwhistle soltó su risita característica y se despidió.

3

—Claro que me alegro de verle —dijo Rosamunda sin ningún entusiasmo—. Pero es muy temprano.

—Son las ocho de la mañana —replicó el señor Entwhistle.

Rosamunda, tras un enorme bostezo, dijo para disculparse:

—Ayer noche tuvimos una endiablada reunión. Bebimos demasiado. Miguel todavía tiene resaca.

Miguel apareció en aquel preciso momento también bostezando, con una taza de café en la mano y vistiendo un elegante batín. Estaba ojeroso e interesante... y su sonrisa conservaba su encanto habitual. Rosamunda llevaba una falda negra y un jersey amarillo bastante sucio, según pudo apreciar el señor Entwhistle.

El metódico y escrupuloso abogado no aprobaba en absoluto el modo de vivir de los jóvenes Shane, ni su piso destartalado, en Chelsea, donde las botellas, vasos y colillas se amontonaban en profusión... el aire enrarecido y su aspecto polvoriento y desarreglado.

En aquel escenario descorazonador, Rosamunda y Miguel resaltaban por su maravillosa belleza física. Eran, en verdad, una pareja perfecta, y parecían muy enamorados. Rosamunda, desde luego, adoraba a Miguel.

—¿Querido? —dijo—, ¿no crees que nos iría bien un traguito de champaña? Sólo para entonarnos y brindar por el futuro. ¡Oh, señor Entwhistle, ha sido una suerte maravillosa que tío Ricardo nos dejara ese precioso dinero precisamente ahora...

El señor Entwhistle observó el repentino fruncimiento de cejas de Miguel, pero Rosamunda prosiguió:

—Porque tenemos ocasión de estrenar una obra estupenda. Miguel ha conseguido el permiso. Tiene un papel maravilloso, y yo también. Se trata de uno de esos jóvenes delincuentes, que en realidad son unos santos... Está llena de las ideas más modernas.

—Eso parece —dijo el señor Entwhistle, aspirando con fuerza.

—Roba y mata y es perseguido por la policía y la sociedad... y luego, al final, hace un milagro.

El abogado seguía sentado sin decir palabra. ¡Cuántas tonterías perniciosas decían aquellos jóvenes! Y escribían.

No es que Miguel Shane hablase mucho; todavía tenía fruncido el ceño.

—El señor Entwhistle no ha venido para oír el argumento de nuestra obra, Rosamunda. Cállate un poco y deja que nos diga el objeto de su visita.

—Hay que arreglar uno o dos pequeños asuntos —repuso el abogado sin gran entusiasmo—. Acabo de regresar de Lychett Saint Mary.

—¿Entonces fue tía Cora la que murió asesinada? Lo leímos en el periódico. Yo dije que debía ser ella, pues el nombre no es muy corriente. ¡Pobre tía Cora! El otro día, después del funeral, la estuve mirando, y consideré que era mejor morir que convertirse en una vieja gruñona como ella... Y ahora está muerta. No quisieron creerme cuando les dije anoche que la persona que habían asesinado con un hacha era mi tía. Se echaron a reír, ¿no es cierto, Miguel?

Miguel Shane no respondió, y Rosamunda, dando muestras de regocijo, exclamó:

—Dos asesinatos, uno tras otro. Es casi demasiado, ¿no le parece?

—No seas tonta, Rosamunda. Tu tío Ricardo no fue asesinado.

—Pues Cora creía que sí.

El anciano intervino para preguntar:

—¿Regresaron a Londres después del funeral?

—Sí, veníamos en el mismo tren que usted.

—Claro..., claro. Lo pregunto porque intenté ponerme en contacto con ustedes al día siguiente —dirigió una mirada al teléfono— varias veces y no obtuve respuesta.

—¡Oh, cuánto lo siento! ¿Qué hicimos aquel día? ¿Anteayer? Estuvimos aquí hasta las doce, ¿verdad? Luego tú fuiste a ver si encontrabas a Rosenheim, después comiste con Oscar y yo salí a comprarme unas medias y dar una vuelta por las tiendas. Tenía que ver a Juanita, pero no nos encontramos. Sí, pasé una agradable tarde de compras... y luego fuimos a cenar al Castillo. Me parece que regresamos a eso de las diez.

—Aproximadamente —dijo Miguel, que miraba pensativo al anciano—. ¿Qué es lo que quiere de nosotros, señor?

—¡Oh! Es posible que les moleste por algunas cosas referentes a la herencia de Ricardo Abernethie... firmar algunos papeles... todo eso.

—¿Tendremos el dinero ahora o tardaremos años? —quiso saber Rosamunda.

—Me temo que la Ley es pródiga en retrasos.

—Pero podemos pedir un adelanto, ¿verdad? —Rosamunda parecía alarmada—. Miguel dijo que sí. Es muy importante. Por la obra, ¿sabe?

Miguel habló en tono complacido:

—¡Oh!, no hay gran prisa. Es sólo para decidir si nos quedamos o no con ella.

—No habrá dificultad en adelantarles algún dinero —dijo el señor Entwhistle—. Todo el que necesiten.

—Entonces, todo arreglado —Rosamunda exhaló un suspiro de alivio y agregó como por casualidad—: ¿Ha dejado algún dinero tía Cora?

—Un poco. A su prima Susana.

—¿Por qué a Susana? ¡Me gustaría saberlo! ¿Mucho?

—Unos cientos de libras y algunos muebles.

—¿Bonitos?

No repuso el anciano.

Rosamunda pareció perder todo interés.

—Todo esto es muy extraño —-dijo—. Ahí tenemos a Cora, después de los funerales, diciendo de repente: ¡Fue asesinado!, y luego, al día siguiente, es ella la que muere asesinada. Quiero decir que es extraño, ¿no le parece?

Se produjo un embarazoso silencio, al cabo del cual el señor Entwhistle dijo con calma:

—Sí, desde luego; es muy extraño.

4