El anciano la miró con curiosidad, preguntándose qué es lo que estaba pensando.
—Más o menos —repuso—. Nunca trató a la señorita Gilchrist como a una asalariada.
—Yo diría que mucho peor —replicó Susana—. Esas mal llamadas «señoras» son las que más las explotan hoy en día. Veré de encontrarle alguna ocupación decente. No será difícil. Cualquiera que esté dispuesta a cuidar un poco de la casa y a guisar vale lo que pesa en oro... Sabe cocinar, ¿verdad?
—¡Oh, sí! Me parece que es algo que se llama «tareas rudas» lo que no quiere hacer. Temo no saber con exactitud lo que eso significa.
Susana pareció divertida.
—Su tía ha nombrado a Timoteo su albacea testamentario —dijo Entwhistle después de mirar su reloj.
—¿Timoteo? —dijo Susana con rencor—. ¡Si tío Timoteo es prácticamente un mito! No se le ve nunca.
—Cierto —el abogado volvió a mirar el reloj—. Esta tarde tengo que ir a verle, Le comunicaré su decisión de ir a la casita.
—Me figuro que eso no me entretendrá más de uno o dos días. No quiero estar fuera de Londres mucho tiempo. Tengo algunos planes. Voy a dedicarme a los negocios.
El señor Entwhistle paseó su mirada por el reducido salón de aquel pisito. Era evidente que Greg y Susana lo pasaban mal. El padre de ella había acabado con casi todo su dinero y dejó a su hija en muy mala situación económica.
—¿Cuáles son sus planes para el futuro?
—Tengo puestos los ojos en algunos locales de la calle Cardigan. Me figuro que en caso necesario podrá adelantarme algún dinero, ¿verdad? Tengo que pagar un depósito.
—Eso puede arreglarse —dijo el abogado—. La llamé varias veces al día siguiente de los funerales..., pero no me contestaron. Pensé que tal vez pudiera usted necesitar un anticipo. Me pregunté si se habría marchado de la ciudad.
—¡Oh, no! —repuso en el acto Susana—. Estuvimos en casa todo el día. Los dos. No salimos para nada.
Greg dijo, sin darle importancia:
—Ya sabes, Susana, que nuestro teléfono estuvo estropeado ese día. Recuerda que no pude hablar con Hard y Compañía aquella tarde. Quise dar aviso, pero a la mañana siguiente volvía a funcionar perfectamente.
—Los teléfonos son a veces algo informales —dijo Entwhistle.
—¿Cómo se enteró tía Cora de nuestra boda? —preguntó Susana de pronto—. Nos casamos en un Registro Civil y no lo dijimos a nadie hasta un tiempo después.
—Me figuro que Ricardo debió decírselo. Rehizo su testamento hará cosa de tres semanas; antes estaba a favor de una Sociedad Teosófica. Precisamente cuando él debió ir a verla.
—¿Tío Ricardo fue a verla? —Susana parecía sorprendida—. No tenía la menor idea.
—Ni yo tampoco —dijo el abogado.
—Así que fue entonces cuando...
—¿Cuando qué?
—Nada, no haga caso —dijo Susana.
Capítulo VI
1
—Ha sido muy amable al venir —dijo Maude al saludar al señor Entwhistle en la estación de Bayahm Compton—. Le aseguro que Timoteo y yo se lo agradecemos mucho. La verdad es que la muerte de Ricardo ha sido lo peor para Timoteo.
El abogado todavía no había considerado la muerte de su amigo desde aquel ángulo.
Mientras se dirigían a la salita, Maude fue desarrollando el tema,
—Ha sido un golpe... Timoteo estaba muy unido a Ricardo. Y luego, le ha hecho meter la idea de la muerte en la cabeza. El estar inválido hace que se preocupe mucho de sí mismo. Se da cuenta que es el único de los hermanos que quedaba con vida... y ha empezado a decir que él le seguirá... que no ha de tardar mucho... En fin, de lo más macabro, que yo digo.
Salieron de la estación y Maude le condujo hasta un coche destartalado, casi antidiluviano.
—Perdone que le lleve en nuestra «caja de truenos» —le dijo—. Hace años que suspiramos por un automóvil nuevo; pero la verdad, no hemos podido permitirnos aún ese lujo. A éste le hemos cambiado el motor dos veces... y estos viejos coches pueden soportar un duro trote... Espero que quiera ponerse en marcha... —agregó—. Algunas veces tengo que dar a la manivela.
Apretó el arranque varias veces, pero sin resultado. El señor Entwhistle, que nunca había puesto en marcha un coche por el procedimiento de darle a la manivela, se puso algo nervioso, pero fue la propia Maude quien apeándose le dio un par de enérgicas vueltas que consiguieron hacerle arrancar. Era una suerte que Maude fuese una mujer de constitución tan robusta.
—Ya está —dijo—. Este trasto se ha estado burlando de mí últimamente. El día que regresaba de los funerales tuve que andar un par de millas hasta el garaje más cercano... donde no entendían gran cosa. Tuve que quedarme en la posada mientras lo reparaban. Claro que eso también enfureció a Timoteo. Le telefoneé para decirle que no me era posible regresar hasta el día siguiente. Se enfadó muchísimo. Una trata de ocultarle muchas cosas, pero hay algunas que es imposible disimularlas; por ejemplo, la muerte de Cora. El doctor Barton tuvo que venir a darle un calmante. Un asesinato es algo demasiado emocional para un hombre de su estado. Me figuro que Cora fue siempre una tonta.
El señor Entwhistle escuchó en silencio el comentario. No acababa de comprender aquella indiferencia.
—No recuerdo haber visto a Cora desde que nos casamos —dijo Maude—. No me gusta referirme a ella diciendo a Timoteo: «Tu hermana pequeña, la tonta», pero es lo que pensaba. ¡Decía cosas tan extraordinarias! Uno no sabía si enfadarse con ella o echarse a reír. Lo cierto es que vivía en un mundo de fantasías... lleno de melodramas y de ideas absurdas acerca de las demás personas. Bien, la pobre ya lo ha pagado. ¿No tenía algún protegido?
—¿Protegido? ¿Qué quiere usted decir?
—Sólo estoy haciendo cabalas. Algún artista... o músico... alguien a quien dejara entrar en la casa y que la matase para robarla. Tal vez algún adolescente... son tan extraños a veces a esas edades... sobre todo los que pertenecen al tipo neurótico de los que se creen artistas. Quiero decir que parece muy extraño asaltar una casa y asesinar a una persona en plena tarde. Si yo pensara asaltar una casa lo haría por la noche.
—Entonces hubieran estado presentes las dos mujeres.
—¡Oh, sí!, esa compañera suya. La verdad, no puedo creer que deliberadamente esperaran a verla salir para entrar y matar a Cora. ¿Para qué? No podían esperar que tuvieran dinero o joyas, y debió haber muchas ocasiones en que salieran las dos mujeres dejando la casa sola. Eso hubiera sido mucho más seguro. Parece una estupidez cometer un crimen a menos que sea absolutamente necesario.
—Y usted cree que el asesinar a Cora era innecesario.
—Al parecer, todo carece de sentido.
¿Es que un asesinato puede tener algún sentido?, se preguntaba el señor Entwhistle. Académicamente, la respuesta era sí; pero la historia registra muchos crímenes inexplicables. Eso dependía de la mentalidad del asesino, pensó el abogado. ¿Qué sabía él de los criminales y sus procesos mentales? Muy poco. La firma de abogados a que pertenecía no se dedicó nunca a lo criminal. Tampoco era un estudiante de criminología. Por lo que podía juzgar, los asesinos eran de todas clases: vanidosos, faltos de poder, unos, como Seddon; mezquinos y avariciosos, otros, como Smith y Rowse, sintiendo una increíble afición hacia las mujeres; algunos como Armstrong, individuos muy agradables. Edith Thompson había vivido en un mundo de violencia, y la enfermera Waddington se había deshecho de sus pacientes ancianos con un celo digno de mejor causa.
La voz de Maude, llegando hasta él, le sacó de sus meditaciones.
—¡Si pudiera evitar que Timoteo viera los periódicos! Pero se empeña en leerlos... y, claro, luego se trastorna. ¿Verdad que comprende que no existe la menor posibilidad de que Timoteo asista al juicio? Si es necesario, el doctor Barton extenderá un certificado o lo que haga falta.