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—Puede usted estar tranquila a este respecto.

—¡Gracias a Dios!

Atravesaron las verjas de Standfield Grange y enfilaron la descuidada avenida. En un tiempo fue una propiedad pequeña, pero bonita, mas ahora tenía un aspecto triste y abandonado. Maude dijo suspirando:

—Durante la guerra tuvimos que dejar de cuidar el parque. Llamaron a los dos jardineros, y ahora sólo tenemos a un viejo... que no vale mucho. Los sueldos han subido mucho. Debo confesar que es una bendición poder disponer de un poco de dinero para gastarlo en la casa. La queremos tanto... Yo estaba realmente asustada al pensar que tuviéramos que llegar a venderla. No es que haya hablado de ello con Timoteo... Se hubiera disgustado terriblemente...

Llegaron al pórtico de una preciosa casa georgiana que necesitaba con urgencia una capa de pintura.

—No tenemos servicio —dijo Maude amargamente, mientras indicaba el camino. Y agregó—: Sólo un par de mujeres, que vienen a limpiar. Hace un mes tuvimos una doncella para todo, algo jorobada, y en ciertos aspectos no muy lista, pero estaba aquí y eso era un consuelo. Cocinaba muy bien... cosas sencillas. Y ¿quiere usted creerlo?, se marchó para ir con una señora que tiene seis perros pequineses y una casa mucho mayor que ésta y donde hay mucho más trabajo, porque dijo que le «encantaban los perritos». ¡Perros! Valiente cosa. Siempre lo están ensuciando todo. La verdad es que esas chicas son casos mentales. Conque ya ve usted. Si tengo que salir alguna tarde, Timoteo tiene que quedarse solo en la casa y si le ocurriera algo, ¿cómo podría pedir ayuda? Aunque le dejo el teléfono junto a su silla, para que si se encontrase mal pudiera llamar en seguida al doctor Barton.

Maude le condujo a la sala, donde el servicio para el té estaba dispuesto junto a la chimenea, e instalado allí el señor Entwhistle, desapareció, seguramente en dirección a las habitaciones posteriores, para regresar a los pocos minutos con una tetera y una jarrita de plata, disponiéndose a servir al anciano abogado. Era un té excelente, acompañado de pasteles caseros y bollitos.

—¿Y Timoteo? —preguntó el señor Entwhistle.

Y Maude le explicó atropelladamente que ya le había dejado preparada una bandeja antes de salir para la estación.

—Y ahora habrá hecho su siestecita y será el momento más oportuno para que le vea usted. Procure no excitarle demasiado.

El abogado le prometió emplear toda suerte de precauciones. Al estudiarla bajo la luz de las llamas oscilantes se sintió invadido por un sentimiento de compasión. Aquella mujer robusta, llena de salud y sentido común, era vulnerable en un punto. Su amor por su marido era un cariño maternal. Maude Abernethie no había tenido hijos y era una mujer nacida para ser madre. Su esposo, inválido, se había convertido en un niño, un niño que necesitaba protección y vigilancia. Y quién sabe, si al ser el carácter más fuerte de los dos, inconscientemente le impuso un grado de invalidez mayor que el que de otro modo pudo tener. «¡Pobre señora!», suspiró para sí el señor Entwhistle.

2

—Ha sido muy amable viniendo a verme, señor Entwhistle.

Timoteo se levantó de la silla para tenderle la mano. Era un hombre alto, con un gran parecido a su hermano Ricardo, pero lo que en éste fue fortaleza, en aquél era debilidad. Una boca desdibujada, la barbilla ligeramente hundida y los ojos penetrantes. Algunas arrugas, que denotaban su irritabilidad, surcaban su frente.

Su estado de invalidez se adivinaba por la manta que cubría sus rodillas y la batería de frascos y cajitas con medicamentos colocados a su derecha, sobre una mesita.

—No debo excitarme —dijo a modo de advertencia—. El doctor me lo tiene prohibido. ¡No deja de decirme que no me preocupe! ¡Que no me preocupe! ¡Apuesto a que si un miembro de su familia hubiera sido asesinado tendría por qué preocuparse! Es demasiado... Primero la muerte de Ricardo... Luego oír hablar de sus funerales y su testamento. ¡Y qué testamento! Y encima de todo eso, la pobrecita Cora, asesinada a hachazos. ¡Uf! Hoy en día este país está plagado de gángsters... asesinos... que andan sueltos desde la guerra... matando a mujeres indefensas. Nadie se ha propuesto acabar con este estado de cosas... Emplear medidas enérgicas. ¿A dónde iremos a parar? Eso es lo que fijamente quisiera saber. ¿A dónde irá a parar este condenado país?

El señor Entwhistle estaba familiarizado con aquella pregunta. Tarde o temprano todos sus clientes se la dirigían desde hacía veinte años, y ya tenía su fórmula para contestarla. Sus palabras, que no le comprometían, pues se reservaba su opinión, pudieran calificarse de simples murmullos inaudibles.

—Todo comenzó con ese maldito Gobierno Laborista —siguió Timoteo—. Ha convertido este país en un infierno. Y el Gobierno que tenemos ahora no es mejor. ¡Socialistas falsos y débiles! ¡Fíjese en qué estado estamos! No podemos tener un jardinero decente, ni criados... la pobre Maude tiene que trabajar como una negra y hacer la comida (a propósito, querida, creo que un pudding de gelatina iría bien con el lenguado de esta noche... y tal vez un poco de sopa antes). Tengo que conservarme fuerte... eso dice el señor Barton. Déjeme pensar, ¿dónde estaba? ¡Oh, sí! Cora. Puedo asegurarle que es un gran golpe para un hombre que sabe que su hermana... su propia hermana... ha sido asesinada. Tuve palpitaciones durante veinte minutos. Usted tendrá que ocuparse de todo, señor Entwhistle. No puedo asistir al juicio, ni preocuparme de ningún asunto referente a la herencia de Cora. Quiero olvidarlo todo. A propósito, ¿qué ocurrirá con la renta que le dejó Ricardo? Me figuro que pasará a mi poder.

Maude murmuró algo así como que iba a recoger el servicio del té, y abandonó discretamente la estancia. Timoteo se recostó en su silla y dijo:

—Es bueno librarse de las mujeres. Ahora podemos hablar sin interrupciones estúpidas.

—La cantidad en depósito de cuya renta debía disfrutar Cora, será repartida equitativamente entre sus sobrinas, su sobrino y usted —explicó el abogado.

—Pero, escuche —las mejillas de Timoteo adquirieron un tinte purpúreo debido a su indignación—. ¡Si soy yo su pariente más cercano! ¡Su único hermano superviviente!

Entwhistle le explicó con todo detalle las condiciones del testamento de Ricardo Abernethie, recordándole amablemente que ya le había remitido una copia debidamente legalizada.

—No esperará usted que comprenda ese lenguaje —dijo Timoteo airado—. ¡Ustedes los abogados! A decir verdad, no podía creerlo cuando Maude me lo explicó. Pensé que lo habría entendido mal. Las mujeres no tienen la cabeza despejada. Maude es lo más bueno del mundo... pero las mujeres no entienden de cuestiones económicas. No creo que Maude se haya dado cuenta que, de no haber muerto Ricardo, tendríamos que habernos marchado de aquí. ¡Cierto!

—Seguramente si hubiera recurrido a Ricardo...

Timoteo soltó una carcajada parecida a un ladrido.

—No es mi costumbre. Nuestro padre nos dejó a todos una parte razonable de su dinero, es decir, si no queríamos seguir ligados a la familia. Yo no quise. Tengo un espíritu más elevado que los emplastos para los callos. Bien, con las tasas, las rentas depreciadas, una cosa y otra... no ha sido fácil seguir adelante. He tenido que convertir en dinero una parte de mis bienes. Es lo mejor que puede hacerse hoy en día. Una vez le insinué a Ricardo que esto resultaba muy costoso de sostener, y me dijo que Maude y yo viviríamos mejor en un sitio pequeño. Menos trabajo para ella, ¡es todo lo que se le ocurrió! ¡Oh, no! No le hubiera pedido ayuda. Pero puedo asegurarle, Entwhistle, que las preocupaciones han perjudicado mi salud. Un hombre en mi estado no debiera tener problemas. Luego murió Ricardo y aunque, naturalmente, me afectó... era mi hermano... no pude por menos de sentirme aliviado en cuanto al futuro. Sí, ahora todo parece fácil... y amable. Pintar la casa... tener dos jardineros verdaderamente competentes... con dinero pueden conseguirse. Restaurar la rosaleda y..., ¿dónde estaba?