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Bebieron Poully Fuisse, luego Corton, y ahora, junto al codo del señor Entwhistle, reposaba una copa de buen oporto. Poirot, que no gustaba del oporto, bebía una copita de Crema de Cacao.

—No sé cómo se las arregla para encontrar unas escalopas así —decía Entwhistle en tono nostálgico—. ¡Se deshacían en la boca!

—Tengo un amigo en el continente que es cocinero. Gracias a él tengo resuelto ese pequeño problema doméstico.

—Problema doméstico —el señor Entwhistle suspiró—. Ojalá no me hubiera recordado... Es un momento tan perfecto...

—Pues prolónguelo, amigo mío. Ahora tomaremos el demi tasse y el coñac. Y cuando la digestión comience a seguir su curso, entonces me dirá por qué necesita mi consejo.

El reloj dio las nueve y media antes de que el abogado se removiera en su butaca. El momento psicológico había llegado ya. Ya no sentía reparos en exponer sus perplejidades... sino que estaba deseando hacerlo.

—No sé si me estaré convirtiendo en el mayor tonto del mundo —dijo—. El caso es que no veo qué es lo que puede hacerse, pero quiero exponerle todos los hechos para que me dé usted su opinión.

Hizo una breve pausa y luego le contó su historia con toda minuciosidad. Su profesión le capacitaba para saber exponer los hechos con claridad, sin omitir ni agregar nada superfluo. Fue un resumen claro y sucinto, y por tanto muy del agrado del hombrecillo de cabeza ovoidal.

Cuando hubo terminado se hizo un silencio. El señor Entwhistle se hallaba dispuesto a contestar cualquier pregunta, pero durante unos momentos Hércules Poirot no le hizo ninguna. Estaba considerando los hechos.

Al fin dijo:

—Me parece muy claro. Usted tiene la sospecha de que su amigo Ricardo Abernethie pudo haber muerto asesinado. Esta suposición o sospecha, se basa únicamente en una cosa... las palabras pronunciadas por Cora Lansquenet después de los funerales de Ricardo Abernethie. Déjelas a un lado y verá que no queda nada. El hecho de que fuera asesinada al día siguiente puede ser una mera coincidencia. Es cierto que Ricardo Abernethie murió repentinamente, pero le atendía un médico de fama que le conocía muy bien, y que no tuvo reparos en extender el certificado de defunción. ¿Le enterraron o fue incinerado?

—Incinerado... según su deseo expreso.

—Sí, así es la ley. Y eso significa que otro doctor firmó el certificado de defunción... pero no habría dificultades en cuanto a esto. Así que volvamos al punto esenciaclass="underline" lo que dijo Cora Lansquenet. Usted estaba allí y la oyó. Dijo: «Fue asesinado, ¿verdad?»

—Exactamente.

—Y la verdad es que usted... cree que decía la verdad.

El abogado vaciló unos momentos y luego afirmó:

—Sí, es cierto.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió Entwhistle ligeramente extrañado.

—Pues sí, ¿por qué? ¿Es que en su fuero interno sentía ya alguna inquietud con respecto a la muerte de Ricardo?

El abogado meneó la cabeza.

—No, no. En absoluto.

—Entonces fue por... Cora. ¿La conocía usted bien?

—No la había visto desde hacía... Oh... desde hacía veinte años.

—¿La hubiera reconocido de habérsela encontrado en la calle?

—Hubiera pasado por su lado sin reconocerla —repuso tras meditar unos instantes—. La última vez que la vi era una muchacha delgadísima, y ahora se había convertido en una mujer madura, obesa y descuidada. Pero creo que la hubiera reconocido al hablarle cara a cara. Llevaba el pelo peinado del mismo modo, con su flequillo cortado sobre la frente, y conservaba la costumbre de agachar la cabeza para mirarle a uno, como un animalillo tímido, y ladearla cuando decía algo chocante. Tenía carácter, y eso siempre es un sello personal inconfundible.

—En resumen, era la misma Cora que usted conociera años atrás. ¡Y seguía diciendo las cosas más sorprendentes! Las cosas que... las cosas chocantes, claro... que dijera en el pasado... ¿estaban justificadas, por lo general?

—Eso siempre fue lo más sorprendente de Cora. Cuando hubiera sido mejor callar una verdad... la decía.

—Y esa característica de su personalidad no cambió. Ricardo Abernethie fue asesinado... y Cora lo comentó en el acto.

—¿Usted cree que fue asesinado? —preguntó vivamente el señor Entwhistle.

—No, no, no, amigo mío; no podemos ir tan de prisa. Estamos de acuerdo en esto: Cora creyó que había sido asesinado. Estaba completamente segura. En ella era una certeza más que una suposición. Y por ello llegamos a esto: debió tener alguna razón para creerlo, ya que usted sabe, pues la conocía, que no acostumbraba inventar cosas. Ahora dígame... cuando lo dijo, se levantó en seguida una ola de protestas... ¿verdad?

—Exacto.

—Y entonces sintióse confundida, avergonzada, y quiso rectificar lo dicho... diciendo... por lo que recuerdo, algo parecido a: «Pero yo creí... por lo que me dijo...»

El abogado asintió con la cabeza.

—Quisiera poder acordarme mejor. No obstante, estoy casi seguro de que utilizó estas palabras: «me dijo» o «dijo...»

—Y el caso es que luego todos se pusieron a hablar de otras cosas. ¿No puede usted recordar... alguna expresión especial en aquellos rostros? Algo que permanezca en su memoria... ¿cómo diría yo... inusitado?

—No.

—Y al día siguiente Cora es asesinada y usted se pregunta: ¿No será causa y efecto?

—Me figuro que le parece fantástico.

—En absoluto —repuso Poirot—. Dada la sospecha original, es correcto, lógico. El crimen perfecto, el asesinato de Ricardo Abernethie, ha sido cometido, todo ha salido a la perfección y de pronto aparece una persona que sabe la verdad. Es evidente que esa persona debe desaparecer lo más rápidamente posible.

—Entonces... ¿usted cree que se trata de un asesinato?

—Creo, mon cher, exactamente lo mismo que usted... que es un caso que debe investigarse. ¿Ha dado usted ya algún paso? ¿Ha hablado de todo esto con la policía?

—No. No creí que pudiera conseguir nada bueno. Yo represento a la familia. Si Ricardo Abernethie murió asesinado, parece que únicamente pudo haberlo sido de un modo.

—¿Envenenado?

—Exacto. Y el cuerpo ha sido incinerado. Ahora no puede comprobarse. Pero he decidido que yo debo estar seguro de ello. Por eso he venido a verle, Poirot.

—¿Quiénes estaban en la casa cuando murió?

—Un viejo mayordomo que lleva muchos años en la casa, una cocinera y la doncella. Tal vez aparezca como si necesariamente tuviera que haber sido uno de ellos...

—¡Ah! No trate de echarme tierra a los ojos. Esa Cora sabe que Ricardo Abernethie ha sido asesinado y no obstante se aviene a callar diciendo: «Creo que tenéis razón». En ese caso debe tratarse de un miembro de la familia, de alguien a quien ni la propia víctima hubiera acusado abiertamente. O de otro modo, puesto que Cora apreciaba a su hermano, no se hubiera avenido a dejar en el incógnito al asesino. Está de acuerdo conmigo, ¿verdad?

—De ese modo razoné yo..., sí —confesó el señor Entwhistle—. Aunque, ¿cómo es posible que un miembro de la familia...?

Poirot le atajó:

—Cuando se trata de venenos existen toda clase de posibilidades. Es de presumir que se tratase de alguna clase de narcótico, ya que murió mientras dormía y además no hubo apariencias sospechosas. Es posible que se medicara con alguno.

—De todas maneras, ahora el «cómo» no importa—dijo el abogado—. No podremos probar nada.

—En el caso de Ricardo Abernethie, no; pero el asesinato de Cora Lansquenet es distinto. Una vez sepamos «quién», entonces será posible conseguir pruebas. —Y agregó con una aguda mirada—: Supongo que usted habrá hecho algo.