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La señorita Gilchrist dejó caer la cafetera.

—¡Oh, gracias, gracias!; eso sí que es ser amable. Puedo asegurarle que sirvo para cuidar enfermos. Estoy segura de que sabré manejar a su tío y hacerle buenas comidas. Es usted muy buena, señora Banks, y crea que la aprecio.

Capítulo XI

1

Susana permaneció echada sobre la cama en espera de que el sueño cerrara sus párpados. Estaba segura de que se iba a dormir en seguida. Nunca tuvo dificultad en ello, y no obstante, allí estuvo, hora tras hora, completamente despierta mientras volaba su pensamiento. Había dicho que no le importaba dormir en aquella habitación... en aquella cama. La cama donde Cora Abernethie...

No, debía apartarlo de su mente. Siempre se preció de no dejarse llevar de sus nervios. ¿Para qué volver sobre algo ocurrido casi una semana atrás? Era mejor pensar en el futuro... Su futuro y el de Greg. Aquellos locales de la calle Cardigan... precisamente lo que andaban buscando. El negocio en la planta baja y encima un piso encantador. En la habitación posterior montarían el laboratorio; Greg volvería a ser el de antes. Ya no le atormentarían aquellas crisis cerebrales, cuando la miraba como si no la conociera. Una o dos veces llegó a asustarse mucho... Y el viejo señor Cole había anunciado amenazador: «Si esto vuelve a suceder...» Y hubiera podido volver a ocurrir... Hubiera vuelto a ocurrir si tío Ricardo no hubiese muerto precisamente ahora...

Tío Ricardo... Pero ¿por qué considerarlo así? No tenía por qué vivir... Viejo, cansado..., enfermo. Su hijo, muerto. La verdad, fue casi una gracia el morir tranquilamente, durante su sueño. Tranquilamente... dormido... ¡Si ella consiguiera dormir! Era una estupidez permanecer despierta hora tras hora... oyendo el crujir de los muebles,

y el rumor del viento en las ramas de los árboles y entre los arbustos, y algún que otro lamento melodramático de... los mochuelos. En cierto modo, qué siniestro era el campo. Tan distinto de la ciudad, ruidosa e indiferente. Uno se siente tan seguro allí... rodeado de gente... nunca solo. Mientras que aquí...

Las casas donde se ha cometido un crimen, algunas veces están encantadas. Tal vez aquella casita llegara a ser conocida como la Casa Encantada. Encantada por el espíritu de Cora Lansquenet... tía Cora. Realmente era extraño... desde que había llegado se sentía como si tía Cora estuviese muy cerca de ella... a su alcance. Todo aquello era producto de sus nervios y su fantasía. Cora Lansquenet había muerto e iba a ser enterrada al día siguiente. En la casa no había nadie más que ella y la señorita Gilchrist. Entonces... ¿por qué sentía como si hubiera otra persona en aquella habitación... y muy cerca de ella?

Estaba tendida en la cama cuando cayó el hacha... Durmiendo confiada... Sin darse cuenta de nada hasta que cayó el hacha... Y ahora no dejaba dormir a Susana...

Volvió a crujir un mueble... ¿Habría sido una pisada? Susana encendió la luz. Nada. Nervios, nada más que nervios. Descansa... cierra los ojos.

Seguro que aquello era un lamento... un lamento o un gemido ahogado. Alguien que sufría... alguien que se estaba muriendo...

«No debo imaginar esas cosas, no debo hacerlo, no debo hacerlo», murmuró Susana.

La muerte era el fin... Bajo ninguna circunstancia era posible regresar. ¿O es que estaba reviviendo una escena del pasado? Los lamentos de una mujer agonizante...

Volvió a oírlo... más fuerte... Alguien gemía, presa de un dolor intenso.

Pero... aquello era real. Otra vez volvió a encender la luz, sentóse en la cama para escuchar. Los gemidos eran auténticos y procedían de la habitación contigua.

Susana saltó de la cama, se echó la bata, y saliendo al pasillo llamó con los nudillos en la puerta de la señorita Gilchrist antes de entrar. La luz de la habitación estaba encendida, y la solterona sentada sobre la cama. Su rostro estaba contraído por el dolor.

—Señorita Gilchrist, ¿qué le ocurre? ¿Está usted enferma?

—Sí. No sé lo que tengo... yo —Intentó bajar de la cama, pero le acometió un vómito y volvió a caer sobre las almohadas murmurando—: Por favor... llame al médico. Debo haber comido algo...

—Le traeré un poco de bicarbonato. Mañana por la mañana, si no está mejor, le llamaremos.

—No, no, avísele ahora. Me... encuentro muy mal.

—¿Sabe qué número tiene? ¿O quiere que lo busque en la guía?

La señorita Gilchrist le dio el número.

Le respondió una voz masculina y somnolienta.

—¿Quién? ¿Gilchrist? En Mead's Lane. Sí, ya sé. Iré en seguida.

Y fue fiel a su palabra. Diez minutos más tarde su automóvil se detenía ante la puerta y Susana le abrió la puerta.

Mientras subían la escalera le explicó lo ocurrido.

—Yo creo que debe haber comido algo que le ha sentado mal —le dijo—. Pero tiene muy mal aspecto.

El doctor la escuchaba con el aire de quien sabe reprimir su mal humor y tiene la experiencia de haber sido llamado inútilmente más de una vez; pero tan pronto hubo examinado a la señorita Gilchrist cambió de expresión. Dio varias órdenes terminantes a Susana y bajó a telefonear; luego se reunió con la joven en la salita.

—He pedido una ambulancia. Debo trasladarla al hospital.

—¿Entonces está grave?

—Sí. Le he puesto una inyección de morfina para calmarle el dolor, pero me parece... —Se interrumpió—. ¿Qué ha comido?

—Tomamos macarrones au gratin para cenar y pudding. Después café.

—¿Usted tomó lo mismo?

—Sí.

—¿Y se encuentra bien? ¿No siente dolor ni molestias?

—No.

—¿Ella no ha tomado alguna otra cosa?

—No. Comimos en «Las Armas del Rey»... después de la vista.

—Sí, claro. ¿Usted es la sobrina de la señorita Lansquenet?

—Sí.

—Fue un asunto muy desagradable. Espero que cojan al culpable.

—Sí, desde luego.

Llegó la ambulancia. Sacaron a la señorita Gilchrist y el médico la acompañó, luego de decirle a Susana que le telefonearía por la mañana. Cuando se hubieron marchado subió a acostarse, y esta vez quedóse dormida en cuanto apoyó la cabeza sobre la almohada.

2

El funeral se vio muy concurrido. Asistió a él casi todo el pueblo. Susana y el señor Entwhistle eran los únicos representantes del duelo; pero varios miembros de la familia habían enviado coronas. El señor Entwhistle preguntó por la señorita Gilchrist y la joven le explicó lo ocurrido, en un susurro apresurado. El abogado alzó las cejas.

—Es bastante extraño.

—Oh, esta mañana estaba mejor. Me telefonearon desde el hospital. Hay personas que sufren estos trastornos, y algunas arman más alboroto que otras.

El señor Entwhistle no dijo nada. Iba a regresar a Londres inmediatamente después de que se hubiese celebrado el funeral.

Susana volvió a la casita. Encontró unos huevos y se preparó una tortilla. Luego fue a la habitación de Cora y comenzó a repasar detenidamente los efectos personales de la difunta.

Fue interrumpida por la llegada del médico.

Estaba muy preocupado, y contestó a las preguntas de Susana diciendo que la señorita Gilchrist estaba mucho mejor.

—Dentro de un par de días ya podrá salir, pero fue una suerte que me llamaran tan pronto. De otro modo... pudiera no haberse salvado.

Susana se sorprendió. ¿Tan grave estaba?

—Señora Banks, vuélvame a decir exactamente lo que la señorita Gilchrist comió y bebió ayer. Todo, es muy importante.

Susana reflexionó antes de hacerle un resumen detallado. El doctor meneó la cabeza con un gesto descontento.

—Debe haber algo que ella tomara y usted no.