«Ahora —prosiguió— los informes particulares que me pidió. Su declaración de que se encontraba en las carreras en Hurst Park el día de autos, casi seguro que es falsa. En esos sitios siempre tienen a los mismos apostantes profesionales, y no le vieron aquel día. Es posible que saliera de Paddington en tren y con destino desconocido. Un taxista que hizo ese trayecto le identificó por la fotografía, aunque no estaba del todo seguro. Pero yo no me guiaría por eso. Es un tipo muy corriente. No tuvimos éxito con los porteros, etc... de Paddington. Desde luego no llegó a la estación de Cholsey... que es la más próxima a Lychett Saint Mary. Es una estación muy pequeña, donde los forasteros no pasan inadvertidos. Pudo apearse en Reading y tomar el autobús. Los ómnibus van muy llenos, y pasan muy a menudo, pues hay varias rutas que llegan hasta cosa de una milla de Lychett Saint Mary y también el que hace el servicio hasta el pueblo. No debió tomarlo... Es muy listo. No fue visto en Lychett Saint Mary, pero no era forzoso que le vieran. A propósito, en Oxford formó parte del cuadro escénico. Si fue aquel día a la casita pudo haber tenido otro aspecto bien distinto al de Jorge Crossfield. Le conservaré en mi libreta, ¿le parece? Hay un punto... del mercado negro, que quisiera averiguar.
—Bien. Puede conservarle —asintió Hércules Poirot.
Mister Goby, volviendo a humedecer su pulgar, pasó otra de las páginas.
—Mister Miguel Shane. Está bastante considerado en su profesión. Tiene una opinión de sí mismo mejor que la de los demás. Quiere llegar a ser una estrella y pronto. Le gusta el dinero y vestir bien. Tiene mucho éxito con las mujeres. A él también le gustan, pero... el negocio es lo primero, como diríamos. Ha estado saliendo con Sorrel Dainton, la protagonista de la última obra en que trabajó. Sólo tenía un pequeño papel, pero hizo una verdadera creación, y el esposo de la Dainton no le puede ver. Su mujer ignora esta amistad con la artista. Al parece no sabe nada. No es gran cosa como actriz, pero agradable de ver. Está loca por su marido. Hubo algunos rumores sobre una posible separación, no hace mucho; pero ahora ya no... desde la muerte de Ricardo Abernethie.
Mister Goby dio más énfasis a esta última frase, acompañándola con un significativo movimiento de cabeza dirigido al sofá.
—El día en cuestión, el señor Shane dice que se reunió con los señores Rosenheim y Oscar Lewis para tratar de ciertos asuntos relacionados con la escena, pero no fue así. Les envió un telegrama diciéndoles que le era completamente imposible. Lo que hizo en realidad, fue ir al establecimiento «Coches Emeraldo» para alquilar un automóvil. Salió de allí a las doce para regresar cerca de las seis de la tarde. Según el cuentakilómetros había recorrido una distancia aproximada a la que andamos buscando. No ha habido confirmación en Lychett Saint Mary. Al parecer no se vio ningún coche extraño aquel día. Pudo dejarlo en mil sitios algo alejados del pueblo. Incluso hay una cantera a poca distancia de la casita. Existen tres pueblecitos cercanos que tienen mercado y a los que se puede ir a pie; aparcando en una calle lateral, la policía ni se da cuenta. Qué le parece, ¿le dejamos de momento en la libretita?
—Desde luego.
—Ahora la señora Shane —el señor Goby se rascó la nariz y continuó dirigiéndose a su puño—. Dice que estuvo de compras. Sólo de compras... Las mujeres que van de tiendas... son unas cabezas de chorlito. Y ella se enteró, el día antes, que iba a entrar en posesión de algún dinero. Naturalmente, no pudo contenerse. Tenía una o dos cuentas corrientes, pero las había agotado de sobras y le apremiaban para que pagase, puesto que no ingresó nada más. Es evidente que anduvo de un lado a otro probándose trajes, mirando joyas, preguntando el precio de esto y lo otro... y lo más probable es que no comprase nada. Fue fácil aproximarse a ella. Envié a una de mis muchachas, bastante conocida en el medio teatral, para que hiciera algunas averiguaciones. Se detuvo junto a su mesa en un restaurante y exclamó, como suelen hacerlo las artistas: «Querida no te había visto desde Por el camino abajo. ¡Estuviste maravillosa! ¿Has visto a Huber últimamente?» Ése era el productor de la señora Shane. Comenzaron a charlar de cosas del teatro y mi muchacha le dijo: «Creo que el otro día (el que nos interesa) te vi en tal sitio y tal otro...» La mayoría de mujeres hubieran contestado: «¡Oh, no!, si estuve en...» donde sea, pero la señora Shane, no. Sólo repuso: «¡Oh, no recuerdo!» ¿Qué se puede hacer con una mujer así? —Goby meneó la cabeza con severidad, mientras miraba al radiador.
—Nada —replicó Poirot con sentimiento—. ¿Es que no tengo motivos para saberlo? Nunca olvidaré el asesinato de lord Edgware. Casi me vi derrotado... sí, yo, Hércules Poirot, por la redomada astucia de una cabeza sucia. Las mentalidades sencillas tienen a veces la genialidad de cometer un crimen sin complicaciones y luego lo dejan en paz. Esperemos que nuestro asesino... si es que lo hay en este asunto... sea lo bastante inteligente, superior y satisfecho de sí mismo como para no poder dormirse sobre los laureles. Pero continúe...
Mister Goby miró su librito de notas una vez más.
—El señor y la señora Banks... que dicen haber pasado todo el día en casa. ¡Pues ella salió! Fue al garaje y sacó el coche a eso de la una. Rumbo desconocido. Regresó cerca de las cinco. No podemos precisar los kilómetros recorridos, puesto que ha seguido saliendo todos los días y nadie se preocupó de controlarlo. Y en cuanto al señor Banks, hemos descubierto algo verdaderamente curioso. Para empezar le diré que no sabemos lo que hizo ese día. No fue a trabajar. Al parecer, había pedido un par de días libres para asistir al funeral, y desde entonces ha dejado el trabajo sin ninguna consideración para la razón social. Es una farmacia-droguería muy bien puesta. No se mostraron muy interesados; parece ser que suele tener bastante mal genio. Bien, como le decía, no sabemos lo que estuvo haciendo el día del fallecimiento de la señora Lansquenet. No fue con su mujer. Podría ser que se hubiera quedado todo el día en su pisito. No hay portero y nadie sabe si los inquilinos han salido o no. Mas sus antecedentes son interesantes. Hasta hará unos cuatro meses, justamente entonces conoció a su esposa, estuvo en una Clínica Mental... no es que estuviera loco, sólo sufrió lo que llaman «una crisis mental». Al parecer cometió algún error al preparar una medicina. Entonces trabajaba en la razón social Mayfair. La mujer que ingirió la medicina curó, la firma se deshizo en disculpas y no le persiguieron judicialmente. Después de todo, estos accidentes suceden a veces, y la mayoría de las personas decentes sienten compasión por el pobre que cometió la equivocación, siempre que no haya ocasionado gran daño, se entiende. No le despidieron... pero él se resintió... dijo que aquello había alterado sus nervios. Pero luego le vino la depresión y le dijo al médico que estaba obsesionado por un complejo de culpabilidad... que todo lo hizo intencionadamente... que aquella mujer se puso muy insolente la última vez que estuvo en la tienda, quejándose de que le preparaba mal las medicinas... y que él se había enfadado y deliberadamente le puso una dosis mortal de cierta droga. «¡Tenía que castigarla por hablarme de aquel modo!», dijo. Luego se echó a llorar diciendo que era demasiado malo para seguir viviendo y un montón de cosas así. Los médicos están acostumbrados a esto... le llaman complejo de culpabilidad... y no creen que lo hiciera a propósito, sino por descuido, pero que quería darse importancia.
—Ça se peut —dijo Hércules Poirot.
—¿Cómo dice? De todas maneras, le internaron en el Sanatorio donde le trataron hasta verle curado, y entonces conoció a la señorita Abernethie. Encontró un empleo en esta droguería respetable, aunque de poca importancia. Les dijo que había estado un año y medio fuera de Inglaterra y les dio informes suyos de cierta tienda de Eastbourne, en los que se decía que no tenían nada contra él, pero uno de los dependientes dijo que era muy vivo de genio y algunas veces un poco extraño. Cuentan de él que una vez un cliente le preguntó en broma: «¿Quiere venderme algo para envenenar a mi mujer?», y Banks le repuso muy serio y tranquilo: «Puedo vendérselo... Pero le costará unas doscientas libras». El hombre se sintió violento y quiso echarlo a broma. Es posible, pero yo no creo que Banks sea un bromista.