Выбрать главу

Era la única que parecía divertida.

Hércules Poirot la miró pensativo.

2

Hércules Poirot no durmió bien aquella noche. Estaba preocupado sin saber exactamente por qué. Fragmentos de conversaciones, miradas, extraños movimientos... todo parecía cobrar un significado especial en la soledad de la noche. Estaba a punto de dormirse, pero el sueño no llegaba... En el preciso momento que iba a rendirle... algo aparecía en su mente como un relámpago, volviendo a despertarle. Pintura... Timoteo y pintura. Pintura al óleo... el olor de viejas pinturas al óleo... en cierto modo relacionado con el señor Entwhistle. Pintura y Cora. Los cuadros de Cora... las postales... Cora estaba engañada con respecto a su pintura... No, volvía el señor Entwhistle... algo que había dicho..., ¿o fue Lanscombe? Una monja que fue a la casa el día que murió Ricardo Abernethie. Una monja con bigote. Una monja en Stansfield Grange... y en Lychett Saint Mary. ¡Demasiadas monjas! Rosamunda maravillosa con un hábito de religiosa. Rosamunda diciendo que él era un detective... y todos mirándola... como debieron mirar a Cora cuando dijo: Pero murió asesinado, ¿verdad? ¿Qué fue lo que Elena Abernethie pudo encontrar extraño en aquella ocasión? Elena Abernethie dejando atrás el pasado... yendo a Chipre... dejando caer el jarrón de flores de cera cuando dijo..., ¿qué fue lo que él le había dicho? Si pudiera recordarlo...

Entonces se durmió y durmiendo, soñaba...

Soñaba con la mesa de malaquita verde. Sobre ella estaba la urna de cristal que contenía las flores de cera... y todo había sido pintado con vieja pintura color escarlata... del color de la sangre. Podía percibir el olor a pintura mientras Timoteo decía: «Me muero... me muero... esto es el fin». Y Maude, junto a él, alta y erguida, con un gran cuchillo en la mano, repetía como un eco: «Sí, es el fin». El fin... un túmulo con cirios y una monja rezando. Si pudiera ver la cara de la monja sabría...

Hércules despertó... sin saberlo.

Sí, fue el fin.

Aunque aún quedaba un gran trecho por recorrer.

Fue ordenando las piezas de aquel rompecabezas.

El señor Entwhistle, el olor a pintura, la casa de Timoteo y algo que debía haber en ella... o pudiera haber... las flores de cera... Elena... la urna rota...

3

Elena Abernethie, una vez en su habitación, tardó algún tiempo en acostarse. Estaba pensando.

Sentada ante el espejo de su tocador, contemplaba sin verla su propia imagen.

Se había visto obligada a admitir a Hércules Poirot en la casa contra su deseo. Pero el señor Entwhistle hizo imposible una negativa, y ahora todo se había descubierto. Ricardo Abernethie ya no podía permanecer tranquilo en su tumba. Y todo comenzó con las palabras de Cora...

Al día siguiente del funeral... ¿Cómo miraron todos a Cora? ¿Con qué expresión? ¿Y la de Cora?

¿Qué es lo que dijo Jorge sobre verse uno mismo?

Hay cierta variación... Verse como nos ven los demás... como los demás nos ven a nosotros.

Sus ojos, que antes miraron sin ver, recogieron su imagen. Se estaba viendo... pero no como era en realidad... ni como la veían los otros... ni como Cora la vio aquel día.

Su ceja derecha... no, la izquierda, se alzaba algo más que la derecha. ¿La boca? No, la curva de su boca era simétrica. Si pudiera verse como los demás la veían no encontraría mucha diferencia con la imagen reflejada en el espejo. No como Cora.

Cora... la recordó perfectamente... el día después del funeral, con la cabeza ladeada... al hacer su pregunta... . mirando a Elena...

De pronto alzó las manos hasta su rostro, mientras se decía:

No tiene sentido... es completamente absurdo...

4

El sonar del timbre del teléfono despertó a la señorita Entwhistle de un sueño, de un sueño delicioso en el que jugaba al piquet con la reina Mary.

Trató de no hacer caso... pero seguía sonando. Somnolienta alzó la cabeza de la almohada para mirar el relojito que estaba en la mesita junto a la cama. Las siete menos cinco... ¿Quién podía llamar a aquellas horas? Debía tratarse de un número equivocado.

El irritante ri-rin-rin continuaba. La señorita Entwhistle suspiró, se puso una bata y fue a la salita.

—Aquí Kensington 675498 —dijo con aspereza al descolgar el teléfono.

—Habla la señora Abernethie. La viuda de Leo Abernethie. ¿Puedo hablar con el señor Entwhistle?

—Oh, buenos días, señora Abernethie —el «buenos días» no fue muy cordial—. Soy la señorita Entwhistle. Me temo que mi hermano esté todavía durmiendo. Yo también estaba acostada.

—Lo siento —Elena viose obligada a pedir disculpas—. Pero es de suma importancia que hable en seguida con él.

—¿No podría ser más tarde?

—Me temo que no.

—Oh, muy bien entonces.

La señorita Entwhistle golpeó con los nudillos en la puerta de la habitación de su hermano y entró.

—¡Otra vez esos Abernethie! —le dijo amargamente.

—¡Eh! ¿Los Abernethie?

—La viuda de Leo Abernethie. ¡Llamar antes de las siete de la mañana!

—¿Dices que la viuda de Leo? ¡Dios mío! ¡Qué extraño! ¿Dónde está mi batín? Ah, gracias.

A los pocos momentos decía:

—Habla Entwhistle. ¿Es usted, Elena?

—Sí. Lamento muchísimo sacarle de la cama de esta manera, pero usted me dijo que le telefoneara en seguida si recordaba lo que me pareció extraño el día que Cora nos dejó a todos de una pieza al decir que Ricardo había sido asesinado.

—¡Ahí ¿Lo ha recordado?

—Sí, pero no tiene sentido.

—Debe permitir que sea yo quien lo juzgue. ¿Fue algo que usted observó en uno de los presentes?

—Sí.

—Cuénteme.

—Parece absurdo. Pero estoy completamente segura. Me di cuenta ayer noche, cuando me estaba mirando al espejo. ¡Oh!...

Su exclamación fue seguida por un ruido extraño... opaco... que el señor Entwhistle no supo identificar.

—Oiga..., oiga... ¿Elena, está usted ahí? Elena...

Capítulo XXI

1

No fue hasta casi una hora más tarde, cuando el señor Entwhistle, después de muchas conversaciones con inspectores y demás, pudo al fin hablar con Hércules Poirot.

—¡Gracias a Dios! —le dijo con perdonable exasperación—. Parece que la oficina central de teléfonos ha encontrado dificultad en encontrar el número.

—No es de extrañar. El aparato estaba descolgado.

—¿Es que ha ocurrido -algo? —preguntó irritado Entwhistle.

—Sí. La viuda de Leo Abernethie fue encontrada por la doncella unos veinte minutos más tarde tendida junto al teléfono del despacho. Estaba inconsciente. Sufre una fuerte conmoción.

—¿Quiere decir que la golpearon en la cabeza?

—Eso creo. Es posible que se cayera simplemente dándose con algún saliente, pero yo no lo creo así y el médico tampoco.

—Estaba hablando conmigo por teléfono. Me extrañaba que hubieran cortado la comunicación...

—¿Así que era usted con quien hablaba? ¿Qué quería?

—En cierta ocasión me dijo que cuando Cora Lansquenet sugirió la posibilidad de que su hermano hubiera muerto asesinado, tuvo la sensación de que había algo raro... extraño... no supo en qué consistía... y desgraciadamente no le fue posible recordar el porqué de aquella impresión.

—¿Y lo recordó de pronto?

—Sí.

—¿Y le telefoneó para decírselo?

—Sí.

Eh bien?

—No hay eh bien que valga —repuso el señor Entwhistle—. Estoy seguro que iba a decírmelo, cuando fue interrumpida.