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– Las normas de la casa -murmuró Sam con acento conspirador-. Los hombres necesitan usar corbata en el comedor.

Lisa realizó un débil intento de desprenderse de la mano imperiosa de Brown. Esto es demasiado perfecto. ¡Y está desarrollándose con excesiva rapidez!, pensó.

– No estoy vestida…

– Está muy bien vestida. -Los ojos de Brown se deslizaron de los cabellos de Lisa a su cintura, y volvieron a ascender.

Ella se sintió obligada a ofrecer más resistencia.

– Pero…, pero aún no he dicho que trabajaría para usted, y mucho menos aún he ganado una licitación. Y usted me invitó a una copa, no a cenar.

Él se limitó a sonreír junto a la mejilla de Lisa, pellizcó la piel suave y desnuda del codo, y se burló:

– Usted debe permitir que un hombre trate de impresionar a una dama, cuando está haciendo todo lo que sabe, ¿no le parece, cheroqui?

Quizá, más que otra cosa cualquiera, la palabra la devolvió a la tierra. Cheroqui. Pero ya era demasiado tarde. Habían llegado a la puerta del comedor, que se abría sobre el vestíbulo. Ella se sintió impotente mientras caminaba junto a Brown. Su pulgar áspero rozó la piel desnuda de Lisa, mientras se detenían después de pasar la puerta, y lo saludaban nuevamente por su nombre:

– Buenas noches, señor Brown… señora. La mesa está preparada. -El hombre los acompañó a una mesa cubierta por un mantel de hilo, situada frente a una ancha ventana que formaba un semicírculo alrededor de la mitad del comedor. Lisa contempló la vista con la piscina, una pista de hielo, y las pistas de tenis más abajo. A lo lejos, una hilera de árboles altos indicaba el curso sinuoso del río Brush, que fluía hacia el este. El sol enviaba los últimos rayos sobre el prado verde, y Lisa se vio en dificultades para apartar la mirada del panorama.

La presión sobre la parte posterior de sus rodillas le recordó que Sam Brown esperaba solícito el momento de acercarle el asiento.

– Oh… gracias. -Se sentó, expuesta al perfume seductor que se desprendía de él, que entretanto ya estaba acomodándose frente a Lisa. Apenas Brown ocupó su asiento, otro solícito camarero del Carriage Club se acercó de inmediato.

– ¿Cómo esta señor Brown? El plato especial de esta noche consiste en camarones con salsa de vino, condimentados con estragón y servidos con verduras. -Colocó una carta delante de Lisa y después otra delante de Sam.

Él enarcó las cejas, y una sonrisa le curvó los labios.

– Hambriento como un oso, Edward, ¿y cómo está usted?

Edward se irguió y rió por lo bajo.

– Estoy muy bien, señor. Mañana comienzo mis vacaciones. Iré a la casa de mi hijo en Tucson. Acaba de nacerle una hija y nosotros todavía no la conocemos.

– En ese caso, supongo que es un poco difícil prestar atención a los camarones con verduras, ¿verdad?

– En absoluto, si se trata de usted. El servicio es el mismo de siempre.

Ambos se echaron a reír, como suelen hacer los hombres que repiten con frecuencia cierto rito. Lisa observó que existía la misma camaradería entre Brown y el otro camarero que les trajo jarras de agua helada.

Cuando al fin estuvieron solos, cada uno con su carta, Lisa reconoció:

– Estoy impresionada, Brown. ¿Acaso podría reaccionar de otro modo?

– Repítame eso cuando me vea actuando en la oficina y su comentario signifique algo.

Lisa buscó signos de burla, pero no vio nada por el estilo.

¿Qué sabía de ese hombre, qué sabía de Sam Brown? ¿Era un individuo honorable o un sinvergüenza? Las actitudes que adoptaba en ese ambiente elegante, ¿eran una cortina intencional destinada a ocultar su lado más sórdido? Brown podía seducir y atraer a cualquiera… de eso ella no tenía la más mínima duda. Pero ¿también podía mostrarse implacable? Su atracción física era suficiente para encantar a cualquier mujer, y ese hecho dificultaba la formulación de un juicio acerca de sus rasgos ocultos. Después de todo, ella estaba tratando de tomar una decisión en la esfera del trabajo, y la apariencia de ese hombre no tenía la menor relación con su carácter o sus motivaciones. Entonces, al observarlo, Lisa entrelazó los dedos, apoyó los brazos sobre el borde de la mesa, y se inclinó hasta que sus pechos le tocaron las muñecas.

– Hábleme claro, Brown. ¿Se propone emplearme con el propósito de aprovecharme, como hizo Thorpe?

Ella lo miró detenidamente a los ojos, que manifestaron cierta sorpresa ante la pregunta directa; después, brillaron un tanto divertidos, pero también esa expresión desapareció, y preguntó muy concretamente.

– ¿No es posible, señora Walker, que usted esté un poco obsesionada por su condición de india? -Ella se violentó inmediatamente, pero, antes de que pudiese contestar, Brown continuó diciendo-: Realicé algunas averiguaciones acerca de su persona. Es eficaz y honesta, es joven y ambiciosa. Un empresario no comete un error muy grave si la contrata como especialista en concursos, sobre todo cuando su empresa tiene por otra parte un plantel excelente. Fuera de eso, recuerde que usted no necesitaría gastar tiempo en desplazamientos para llegar a la oficina. Y eso siempre es ventajoso para una empresa.

La respuesta de Brown provocó la sorpresa de Lisa.

– ¿Cómo sabe dónde vivo?

De nuevo hubo una impresión de regocijo en los ojos de Brown.

– Usted olvida que su maleta tenía una etiqueta atada en el asa; allí estaba la dirección.

¡Por supuesto! ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de lo que en realidad había sido el origen de la relación entre los dos? Sin embargo, era desconcertante pensar que había estado preguntando a la gente acerca de ella.

– Dígame, señor Brown -comenzó-, ¿hay algo que usted no sepa de mi persona?

Él apartó los ojos de la carta y Lisa se sintió incómoda, al advertir que llevaba un collar que tenía la forma de una cabeza de flecha india, colgada del cuello por una tira de cuero. Pero los ojos de Brown regresaron a la carta y contestó:

– Sí, no sé por qué usted se molesta en pedir su comida sin patatas, cuando no necesita tomar esa medida. Aquí la comida es muy buena. Le aconsejo que no se modere, y por lo menos esta noche se dedique a saborearla.

La respuesta de Brown originó inmediatamente una reacción de vanidad femenina, pero ella se dijo que debía aceptar el cumplido con cierta cautela. En ese momento, llegó el camarero para tomar el pedido.

De acuerdo con lo prometido, la comida fue deliciosa. Mientras cenaban discutieron sobre algunos trabajos pendientes, licitaciones en las cuales Sam deseaba presentarse, o proyectos en los que ella había trabajado; no hubo más comentarios de índole personal, hasta que, después de tomar el café, él se recostó en el respaldo del asiento, un hombro más abajo que el otro, de una postura con la cual ella ya había comenzado a familiarizarse.

– En realidad, en usted hay un aspecto que me desconcierta -dijo Brown.

Ella lo miró expectante.

– ¿Por qué no hay indicaciones sobre otros trabajos antes del de Construcciones Thorpe?

– Existen. Están en St. Louis.

– ¿St. Louis? -Sam enarcó las cejas.

– Sí, antes vivía allí.

– ¿Antes de qué? -Aunque la mirada que él fijó en Lisa era amable, la joven pensó que estaba perforándole la cabeza.

– Antes de mudarme aquí hace tres años -contestó Lisa evitando una respuesta franca.

– Ah. -Él levantó la barbilla, y durante un instante ella pensó que insistiría en las preguntas, pero en ese momento llegó el camarero, dejó una bandejita al lado de Sam Brown y le entregó una pluma de plata.

– Discúlpeme, señor Brown, su cuenta. -Sam garabateó rápidamente la firma y se puso de pie-. Vamos, le mostraré la oficina.

Lisa respiró aliviada ante la interrupción, pues el tema de St. Louis no era un asunto en el cual le interesara ahondar.

Cuando caminaban hacia la puerta, fueron interrumpidos por un hombre impecablemente vestido, que se giró desde su asiento y extendió la mano.