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– ¿Trajo las botas?

– Las tengo en mi coche. Vuelvo enseguida. -Prefería distanciarse de Sam Brown, pues ella también sentía verdadero placer al recorrer con los ojos las piernas fuertes de ese hombre, y el espectáculo que percibía en general era demasiado incitante. ¿Qué había en él? Siempre que Lisa estaba cerca de Sam Brown, sus pensamientos se concentraban en la masculinidad de ese hombre, y esto había sucedido desde la primera noche en Denver, el día que ella descubrió la revista en la maleta.

Él había sacado la camioneta y estaba esperando cuando Lisa llegó con las manos llenas. Esta vez la mirada de Lisa se entretuvo en el espectáculo del brazo largo y bronceado, con la manta blanca enrollada, mientras él se inclinaba sobre el asiento de la camioneta, para abrirle la puerta.

«¡Despierta, Lisa Walker, y piensa en el trabajo!» Tratando de llevar sus pensamientos a un terreno más seguro, Lisa trepó al alto asiento, al lado de Sam Brown, y dejó sus cosas en el suelo.

Una serie de planos, los guantes de trabajo y el casco estaban entre los dos, y, al mismo tiempo que murmuraba una disculpa, Sam los acercó, más hacia su lado, para dejar un poco de espacio para Lisa.

– Está bien -le aseguró Lisa, mostrándole una, rápida sonrisa.

Pero no estaba bien. Había una sensación de encierro en el espacio un poco limitado de ese asiento único. Y caramba, ¿acaso los vehículos de Sam Brown siempre tenían que oler como él? Era su mundo, ese dominio masculino de los cascos, las botas de cuero y las camionetas.

– Yo conduciré, y usted ocúpese del rumbo -ordenó Sam en el momento de partir.

Casi agradecida, Lisa cogió el mapa entre la nutrida serie de planos y lo estudió. Pero incluso así, comprobó que prestaba excesiva atención al brazo bronceado con esa muñeca fuerte que introducía los cambios, la mano que vibraba con la palanca. Con disimulo observó cómo se le endurecían los músculos bajo los pantalones vaqueros, mientras trataba de manejar el vehículo. Recordó que a él le agradaba correr, y supuso que esos músculos eran duros y estaban bien entrenados. La tela de la pernera se adaptaba como la cáscara a una naranja.

De pronto comprendió que el vehículo continuaba en el mismo sitio, y apartó sus ojos de la pierna de Sam y comprobó que él había estado observándola- ¿Cuánto tiempo? Sintió que se ruborizaba, y vio que él sonreía perezosamente.

– Veo que ha traído los bocadillos -la cara de Sam Brown aparecía oscura en contraste con el cuello abierto de la camisa blanca, y el espectáculo originaba efectos extraños en la boca del estómago de Lisa.

– Hice lo que me ordenó. ¿Dónde está la Coca-Cola? -consiguió preguntar Lisa con voz extrañamente normal.

Él insinuó un gesto con el hombro y movió la barbilla.

– Detrás. -Sus ojos perezosos provocaron una sensación extraña en Lisa, pero en ese momento la luz del semáforo cambió y el vehículo comenzó a desplazarse. La mirada de Sam se apartó de Lisa, y ella retornó al examen del mapa.

– La salida en la doscientos noventa y uno sur -ordenó Lisa.

– Doscientos noventa y uno sur -repitió Sam.

Después, se oyó únicamente el gemido intenso de las ruedas sobre el pavimento, y el chirrido estremecedor originado en el asiento en el que estaba sentada Lisa, mientras la camioneta se desplazaba en silencio. Ella observó el movimiento de las mangas de la camisa de Sam, agitadas por el viento que entraba por la ventanilla abierta; después, miró el panorama que se desplegaba al lado de su propia ventanilla, tratando de sentirse cómoda en presencia de aquel hombre.

De pronto, la voz de Raquel sonó en la radio.

– Base a unidad uno. Adelante, Sam.

Mirando de reojo, Lisa lo vio descolgar. El dedo índice presionó el botón destinado a activar el aparato, y el micrófono casi le rozó los labios.

– Aquí, unidad uno. Habla Sam. Adelante, Raquel.

– Tengo una llamada de larga distancia procedente de Denver. Es Tom Weatherall, que contesta su llamada; me ha parecido que le podía interesar.

– No es nada importante, es solo sobre una pregunta que le hice acerca de una subasta de equipos que se realizará dentro de un tiempo. Dígale que me comunicaré con él el lunes.

– Muy bien, jefe…cambio y fuera.

– Gracias, Raquel. Unidad uno; cambio y fuera.

La manga de la camisa blanca se cruzó en diagonal sobre el antebrazo de Sam, mientras él colocaba el micrófono en su sitio. Lisa desvió decidida los ojos, y de nuevo resistió el impulso de observar a su jefe. Pero le molestó descubrir que no necesitaba mirar para recordarlo. Él estaba vestido con pantalones azules, camisa blanca y botas de cuero… un conjunto que no era distinto del que usaban miles de hombres en el trabajo todos los días. Sin embargo, tenía mejor aspecto que esos millares de hombres, y esas prendas absolutamente prácticas le conferían una atracción sexual magnética, muy distinta de cuando usaba los pantalones de vestir y la chaqueta deportiva de las primeras veces.

«Walker, concentra la atención en el mapa. Él todavía ni siquiera te ha besado», se dijo Lisa.

Salieron en la doscientos noventa y uno sur según las instrucciones y se internaron por caminos cada vez más estrechos, hasta que llegaron a un sendero cubierto de grava que se internaba en el campo.

– Creo que esta es la ruta. -Lisa señaló una granja abandonada, hacia la derecha.

La camioneta se desvió hacia un lado del camino, y siguió con el motor en marcha pero sin avanzar, mientras Sam ponía el codo izquierdo sobre el volante, descansaba la mano derecha en el respaldo del asiento, y miraba por la ventana. Lisa recibió una sugestiva bocanada de la loción que él usaba, mientras los nudillos de Sam pasaban frente a la cara de Lisa para hacerle una indicación.

– Parece que el lugar comienza precisamente a este lado de los árboles, y después continúa y cruza el campo. Más vale que bajemos y caminemos.

Lisa se alegraba mucho de escapar de la estrecha proximidad con Sam Brown, de modo que saltó de la camioneta con un suspiro de alivio. Se sentó sobre un reborde para quitarse las zapatillas de tenis y reemplazarlas por las botas impermeables color verde oliva, consciente ahora de que Sam la estaba mirando con las manos en la cintura. Lisa metió el borde inferior de los pantalones bajo las botas, pero dejó colgando los cordones amarillos. Permaneció inmóvil, el peso distribuido sobre los dos pies, mientras sentía que la piel se le erizaba a causa de la expectativa. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un hombre la había visto cambiarse de ropa, aunque se tratase de un artículo tan impersonal como los zapatos; y tuvo la sensación de que ese hombre estudiaba el proceso con excesiva atención. Lisa enderezó el cuerpo, se apretó el cinturón de un tirón para devolverlo a su lugar. La cara de Sam exhibía ahora una sonrisa apreciativa y al mismo tiempo inquietante, y su mirada se centraba en un pequeño retazo de piel de la cintura de Lisa, una imagen que desapareció cuando ella se arregló la camisa.

– ¿Qué está mirando, Brown? -preguntó ella. Pareció que él reaccionaba para regresar al presente.

– Yo diría que los calculistas de las licitaciones tienen diferente aspecto que hace años -dijo burlonamente.

«Más vale mantener la cosa en un tono jocoso», le advirtió su yo más equilibrado, al percibir que el comentario de Sam Brown la excitaba un poco. Lisa mostró un pie, alzándolo frente a ella misma.

– Lo mismo que usted, vaqueros y botas.

Pero cuando los ojos de Sam Brown se deslizaron hacia las botas, Lisa advirtió que, en lugar de desvalorizar su femineidad, este calzado la acentuaba. Vio aliviada que en ese momento la mano de Sam se descargaba sobre su propio cuello, y que pegaba un manotazo al aire, pero no conseguía alcanzar al mosquito que acababa de picarle.