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– Brown, no -dijo ella en el último momento, desviando la cara. Habló con voz tensa.

– Bien, si no se trata de su ex marido, y tampoco de otra persona, no hay motivo que me impida besarla, ¿verdad?

Había cien motivos para rechazar esa perspectiva, pero todos se le escaparon a Lisa en ese momento, mientras él le levantaba la cara de nuevo. El sol de mediodía enviaba rayos de luz a través de las minúsculas ramas de los árboles, y así llegaban al dominio en que ellos se habían instalado. Eran como diminutos focos verdes y dorados.

A lo lejos se oyó el canto de la alondra.

– Brown, usted es mi jefe y yo no creo que…

El beso de Brown interrumpió el argumento de Lisa. Se inclinó hacia delante presionando una palma sobre el suelo detrás de la joven, y se encontró con los labios femeninos a cierta altura, sobre la bolsa de papel y los restos de la comida. Los labios de Brown estaban fríos por el refresco, pero eran suaves y sensuales. Mientras, él inclinaba la cabeza a un lado y se movía con gestos perezosos y seductores, hacia delante y hacia atrás. La frialdad desapareció de los labios de Brown, reemplazada por la calidez de la propia Lisa.

«Oh, Brown, Brown, qué bien sabes besar.» Lisa al fin recuperó el sentido común y se apartó, pero Sam continuó inclinado sobre ella, en esa postura descuidada. Las manos y la lata de Coca-Cola estaban de nuevo sobre sus rodillas, pero él tenía los ojos fijos en la boca de Lisa.

– He estado pensando en esa boca desde antes del paseo de hoy -dijo.

– No diga eso. -Lisa frunció el ceño para convencer a Sam de que hablaba en serio, aunque sospechó que era ella quien primero necesitaba convencerse, porque de pronto descubrió que le resultaba muy difícil respirar.

– ¿Por qué no? -preguntó él con una sonrisa.

– Porque eso podría provocar innumerables problemas, y yo no estoy en condiciones de resolverlos.

Él se inclinó todavía más.

– No habrá problemas… lo prometo…

Mientras ella aún intentaba encontrar una respuesta racional, él la besó de nuevo, originando minúsculos estremecimientos en los brazos de Lisa y volcando un fuego líquido en sus venas. La lengua tibia le rodeó los labios, y mientras ella se decía que todo aquello era peligroso, que aquel hombre le parecía excesivamente atractivo y demasiado experto, abrió los labios y respondió a la incitación de una manera vacilante. El beso se convirtió en una caricia más cálida e intensa, hasta que la boca suave de Sam Brown anuló la resistencia de Lisa, y ella se inclinó y comprendió cuánto había echado de menos esa sensación.

«Oh, Brown, nunca debimos comenzar esto.» Pero en el mismo momento, la boca de Sam se apartó, y ella observó hipnotizada cómo él retiraba la lata de sus dedos y la depositaba al lado de la suya. Apartó el bocadillo que ahora exhibía dos huellas marcadas sobre el pan. Con movimientos metódicos Sam retiró los restos del almuerzo y puso la bolsa al lado de las bebidas. Cuando se volvió hacia ella, la intención de Sam era evidente.

El pulso latió en el cuello de Lisa, y pareció que una faja le presionaba el pecho, trayendo consigo una dulce expectativa envuelta con el suave perfume del huerto. La mano derecha de Sam se deslizó hacia el cuerpo de Lisa, la izquierda se cerró sobre la cadera, y bajó hasta que ella la empujó con firmeza. Después, la cabeza de Lisa cayó hacia atrás, y los labios cálidos de Sam de nuevo se abrieron sobre ella.

Miles de sentimientos extraños se apoderaron de Lisa mientras la mano de Sam pasaba del tórax a su cintura, y los dedos de la joven encontraban la clavícula de Sam. Había pasado tanto tiempo… tanto tiempo. Después, con un movimiento ágil, él la apretó contra su pecho y la arrastró consigo, cayendo sobre el suelo de la pickup, sin preocuparse de si era duro, estaba sucio o hacía frío.

La camisa de Lisa se desprendió mientras la mano de Sam acariciaba la espalda desnuda de la mujer, y con un movimiento hábil adaptó el cuerpo femenino a su atlética musculatura y mientras él la besaba y la tentaba con la caricia de su lengua, algo más adquirió fuerza y dureza sobre el cuerpo de Lisa, el cual a su vez, cobró vida.

Dios mío, era tan maravilloso sentirse sostenida otra vez, acariciada de nuevo. Él deslizó los dedos bajo el sostén, entre el encaje y la piel, aunque las yemas no llegaron a tocar el pezón. Luego, con un gesto, soltó el broche y sus manos tibias se deslizaron entre los senos, liberados, y los acarició lentamente.

Sam se mostró ardiente y persuasivo, y toda su presencia era una tentación allí, yaciendo al lado de Lisa. Ella conocía todos los peligros que corría al sucumbir a su atracción.

De pronto Sam la obligó a acostarse, y su mano buscó la cremallera de los vaqueros que ella vestía. Aquel gesto la devolvió a la tierra.

– Brown, ¡esto es absurdo, basta! -Aferró la mano de Sam que la buscaba, y la llevó a territorio más seguro. En el interior de Lisa las partes de su cuerpo entonaban un coro, y parecían haber enloquecido a causa del deseo inverosímil que él le despertaba. Los ojos de Sam brillaron al mirarla, como si de ellos se desprendieran chispas metálicas oscuras, y sus dedos se cerraron sobre el dorso de la mano de Lisa, hasta que ella murmuró con voz fuerte:

– ¡No!

Para sorpresa y alivio de Lisa, él se apartó y cayó de espaldas sobre el suelo; sus manos se detuvieron con los nudillos apoyados en el metal arrugado que tenía debajo.

– Lo siento, cheroqui.

¡De nuevo ese nombre! Provocaba en su vientre sensaciones increíbles. Lisa se sentó y respiró para tranquilizarse, mientras se preguntaba qué fuerza la había poseído para permitir que las cosas se descontrolaran así. Ahora se sentía muy avergonzada, pues incluso al darle la espalda sentía sus ojos clavados en ella. No tenía otra opción que llevarse la mano a la espalda para abrochar el sostén.

De nuevo Sam Brown adoptó una actitud imprevisiple. Se sentó y deslizó las manos bajo la camisa de Lisa.

– Permíteme. Yo he provocado este desorden. -Con una ausencia total de arrepentimiento, levantó la camisa. Encontró los extremos del sostén y los sujetó de nuevo. El gesto que devolvía las cosas a su estado original produjo un efecto sexual más intenso que el acto anterior, cuando había soltado el broche del sostén. La piel de Lisa se erizó. Tenía más conciencia que nunca de la presencia seductora de ese hombre. Pero él le bajó despreocupadamente la camisa, llevándola hasta la cintura, la devolvió a su lugar y apartó las manos. Pareció que abandonaba aquel juego con una cierta alegría.

– Probablemente tienes razón. Debemos detenernos.

La asombró el cambio drástico de actitud. Quién sabe por qué, ella había supuesto que Sam se enojaría ante el rechazo. Pero ahora permanecía sentado al lado de Lisa, como si a lo sumo hubiera compartido un almuerzo. Por lo menos esa era la impresión que transmitía hasta que retornó su sonrisa torcida y agregó con expresión perversa:

– Pero fue divertido…

Ella contuvo una sonrisa y dijo:

– Brown, ¿usted no tiene ningún tipo de escrúpulos?

– Bien, no me pareció que te manifestaras muy firme en sentido contrario.

– ¿Le parece que no? -Ella enderezó el cuerpo y saltó de la parte de atrás de la camioneta. Después le dijo a Sam desde una distancia segura:

– Creo que ya es hora de que regresemos a la oficina.

Él se limitó a sonreír, unió las manos sobre el borde de la parte trasera, y balanceó las piernas.