Выбрать главу

– Encantada de conocerla, señora Brown -atinó a decir Lisa, que no lograba apartar los ojos de Sam. Este se encontraba como antes, con las manos sobre los hombros de su madre y una expresión evidente de regocijo en sus ojos.

– De modo que usted se ha impuesto en su primera presentación como calculista de Brown & Brown -observó la mujer en un tono cordial, mientras examinaba a Lisa; tenía la cara ancha, con los pómulos acentuados y una nariz bastante grande. Sus cabellos eran grises por la edad, pero, sin duda, habían sido muy negros.

– Yo… bien, no he trabajado sola. Frank y… y su hijo me han ayudado.

– Sam deseaba vivamente conseguir esta obra. Esta semana ha mencionado varias veces el asunto. Bien, felicidades. -Sonrió, y después agrego-: Bienvenida a la compañía.

Cuando Sam apartó las manos de los hombros de su madre, sonrió con inocencia a Lisa, y después se volvió para escuchar los diálogos de su madre con otros, antes de reunirse con ella. En ese momento sonó el teléfono. Uno de los dibujantes atendió.

– Lisa, es para usted. Era un proveedor, para preguntarle si saldría a tomar una copa o a cenar… un procedimiento habitual con quien ha ganado una licitación. Los proveedores siempre estaban ansiosos de recibir nuevos pedidos. Lisa estaba de pie, de espaldas al salón, cuando de pronto advirtió que Sam se le había acercado por detrás. Se volvió, y la miró por encima del hombro mientras hablaba por teléfono.

– ¿Esta tarde? -Hizo una pausa para escuchar la respuesta del proveedor, y después preguntó-: ¿A qué hora? -Con el teléfono junto al oído, Lisa vio que Sam Brown se apoderaba de un bloc y un lápiz y siguió los movimientos de su jefe mientras él escribía: «Me debes una cena…». Le dio la espalda y le clavó una mirada significativa, mientras intentaba con valor concentrar la atención en lo que le decían por teléfono. La mano de Sam se movió de nuevo, y escribió: «¡esta noche!». -Subrayó el mensaje con un signo de exclamación.

Lisa dio la espalda tanto a Sam Brown como al mensaje, y balbuceó:

– Ah… lo siento. Paul, ¿qué estaba diciendo? -Una rápida mirada por encima del hombro le indicó que Sam se había alejado otra vez-. Discúlpeme, Paul. Tal vez podamos almorzar el lunes. Esta noche estoy atareada.

Concertaron los arreglos correspondientes, y cuando Lisa cortó la comunicación, vio que la oficina comenzaba a vaciarse. Miró alrededor en busca de la madre de Sam, pero comprobó que se había retirado. El propio Sam se acercaba a Lisa. Ella cruzó los brazos sobre el pecho, y se apoyó en el borde del escritorio, mientras lo observaba aproximarse.

– Bien, Su Señoría, me has sorprendido de nuevo -dijo Lisa con una sonrisa.

– ¿De veras? -El gesto de Sam era muy seductor.

– Sabes perfectamente a qué me refiero. Tu madre es más india que yo.

– Ah, eres muy sagaz -se burló Sam.

– ¿Dónde está? -Lisa paseó de nuevo la mirada por la oficina.

Sam se encogió de hombros, y después sonrió.

– Probablemente fue a casa para limpiar la tienda.

En la visión de Lisa apareció la tienda, y no pudo evitar una sonrisa.

– Sam Brown, eres imposible. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

– Porque de ese modo ya no hubieras creído que te contraté para convertirme en un contratista privilegiado en las obras destinadas a las minorías. Me he divertido mucho pensando en la situación que se había originado.

– ¿A mi costa?

– No te ha pasado nada, ¿verdad?

– Excepto esa tremenda sorpresa. Creo que hubieras podido meter un camión de varias toneladas en mi boca, cuando la he visto he comprendido que era tu madre.

Él sonrió y cambió pronto de tema.

– ¿Qué me dices de esa cena?

Ella lo miró con el ceño fruncido.

– Supongo que estás recordando mi promesa de que saldría a cenar contigo cuando ganara un concurso.

– Exactamente.

– ¿Y lo he ganado?

– Sí, lo ganaste.

– ¿Y yo cumplo mis promesas?

La sonrisa de Sam se ensanchó.

– Iré a buscarte a tu casa a las siete. Ponte algo elegante. -Se volvió, pero cambió de idea y regresó un instante para agregar:-Y sensual. -Después, se alejó:

Lisa eligió de nuevo el blanco… esta vez un vestido ligero y elegante que se adaptaba perfectamente a su cuerpo; no muy ajustado, no muy suelto, pero amplio. Era un sencillo cilindro, ceñido mediante elásticos sobre el busto y en la cintura, que dejaba al descubierto los hombros y la parte superior del pecho, el marco perfecto para un grueso collar de turquesas y plata que tenía la forma de un ave. Tocó el adorno y miró su propia imagen reflejada en el espejo, y recordó a la madre de Sam Brown. Muy típico de Sam abstenerse de decirle la verdad, y después permitir que descubriera por su cuenta las cosas. Sonrió, y después se apresuró al ponerse un toque de perfume en las orejas. Calzó unas sandalias muy sencillas de cuero blanco, con tacones muy altos. Se peinó formando una serie de rizos, el desorden de los cabellos apenas atenuado por una fina diadema blanca que le llegaba hasta las sienes y desaparecía entre los mechones.

En ese momento oyó el timbre de la puerta de la calle. Sin pensarlo mucho, Lisa retiró de la cómoda la fotografía de sus hijos y la metió en un cajón. Cuando se dirigía a la puerta dedicó un instante a cerrar el segundo dormitorio. Una vez en la planta baja se detuvo y apretó una mano sobre su vientre; después, respiró hondo y fue a recibir a Sam Brown.

Él estaba apoyado otra vez sobre la barandilla, pero parecía que se desperezaba en un movimiento lento, retirando un músculo tras otro de la balaustrada de hierro forjado. Se incorporó y sacó la mano del bolsillo del pantalón. Su mirada recorrió todo el cuerpo de Lisa, y una sonrisa de evidente satisfacción se manifestó en sus labios bien formados. Sus ojos oscuros encontraron los ojos todavía más oscuros de Lisa, y dijo sin rodeos:

– Cheroqui, se te ve sensacional.

La aprobación de Sam provocó una sacudida de orgullo en Lisa, y apoyó la mano en las solapas de la chaqueta azul marino que él llevaba puesta.

– Gracias, Su Señoría, lo mismo digo de usted.

¡Como si alguna vez pudiera decirse lo contrario de Sam! Su camisa blanca destacaba el bronceado de la cara, y se preguntó cómo era posible que hubiera sido tan ingenua por no haber advertido mucho antes cuál era la verdadera herencia étnica de Sam Brown. Sin embargo, desde el principio había observado que Sam no tenía el aspecto de los escandinavos puros que ella había conocido a lo largo de su vida. Sam se había divertido a costa de ella… pero ahora, al mirarlo con atención, era natural que se alegrara con el resultado final. De todos modos, tenía un aspecto deslumbrante; y la corbata de seda estaba anudada de un modo tan impecable que no requería la más mínima observación y mucho menos una crítica.

Embargada por estos pensamientos Lisa entrecerró los ojos y se volvió para recoger un minúsculo bolso adornado con cuentas.

Después de que él la ayudara a ocupar su lugar en el coche, puso en marcha el motor y se volvió para examinarla de nuevo. Lisa soportó con serenidad el examen. No le preocupaba que adivinara la admiración con que ella lo observaba, del mismo modo que no le inquietaba la admiración en los ojos de Sam Brown.

– Esta noche iremos al Americano. Yo también cumplo mis promesas.

– Pero se supone que yo invito. -Aunque Lisa sabía que ella no podía darse el lujo de pagar una cena en aquel restaurante.

– Oh, en eso te equivocas.

– Pero…

– Es una cena de la compañía, y va a la cuenta de gastos del patrón. La descontaré de los gastos generales.

– En ese caso… que sea el Americano. -Pero en ese momento Lisa se sentía muy lejos de las preocupaciones empresariales. Y a medida que avanzó la velada, la distancia aumentó.