Выбрать главу

Pero había un tema del que Lisa jamás hablaba… sus hijos. Mantenía cerrada la puerta del dormitorio contiguo, con la esperanza de que Sam no hiciera preguntas. Y él no decía una palabra, hasta aquella tarde de domingo, cuando de nuevo yacían desnudos sobre el suelo de la sala.

Ella se había dormido, y al despertar encontró a Sam tendido al lado, observándola, con la barbilla apoyada en una mano.

– Hola -la saludó Sam.

– Hola -sonrió Lisa-. ¿Qué haces?

– Espero.

– ¿Esperaste mucho tiempo?

– No mucho. Ha sido una espera grata.

Ella se preguntó cuánto tiempo había permanecido estudiándola, y resistió el ansia de esconder su vientre bajo los brazos. Incluso antes de que él se moviera, adivinó qué era lo que le llamaba la atención.

Siempre tendido de lado, bajó los ojos y lentamente apartó la mano bronceada de su cadera. La movió hacia el vientre de Lisa, y después con un solo dedo recorrió una arruga tenue que descendía desde el ombligo.

– ¿Qué es esto? -preguntó Sam con la voz muy suave, uniendo su mirada a la de Lisa.

Ella tragó saliva y sintió una punzada de miedo; quería ser sincera con él, al mismo tiempo que buscaba una mentira apropiada. Como no encontró ninguna, solo pudo contestar:

– Es la señal de un parto.

– ¿Quieres contármelo? -La mirada seria de Sam permaneció clavada en la de Lisa.

Las palabras se atascaron en su garganta, aunque ella comprendió que Sam merecía una respuesta… y una respuesta sincera. Había visto muchas veces aquellas marcas los dos últimos días, pero había evitado hacer preguntas hasta que se vio claro que ella no daría explicaciones si no la apremiaban. Lisa tragó saliva, y sintió que la angustia le cerraba la garganta.

– Proviene… de un hijo que tuve hace tiempo.

Pasó un momento prolongado, cargado de preguntas implícitas. Después, sin una palabra más, Sam se inclinó hacia ella y apoyó los labios sobre la línea delatora. Parecía que el corazón de Lisa estallaba traspasando los límites de su cuerpo, cuando los labios cálidos de Sam prolongaron la caricia. De pronto, los ojos se le llenaron de lágrimas al ver cómo él se apartaba de la cadera, imperceptiblemente, mientras respiraba contra la piel.

Cuando al fin Sam alzó la cabeza, lo hizo para examinar con detenimiento los ojos de Lisa, mientras preguntaba:

– ¿Cuándo?

– Hace mucho tiempo.

Él acercó el pulgar a la huella húmeda de una lágrima.

– Cheroqui, ¿de nuevo lágrimas, como aquel día en la granja?

La compasión de Sam siempre la trastornaba; era todo diferente de lo que al principio había esperado de él. Volvió la cabeza hacia un lado y miró por la ventana, porque ya no podía soportar más tiempo la inquietud que veía en la mirada de Sam. Pero él se tendió de nuevo al lado de Lisa, la rodeó con sus brazos fuertes, y la obligó a mirarlo.

– Cheroqui, ¿el niño murió?

Una conjetura natural. Lisa sabía que debía aclararle las cosas allí mismo, en ese momento, pero era tan difícil… tan difícil. Cerró los ojos, conteniendo otras lágrimas que deseaban brotar, rechazando la visión de ese Sam Brown afectuoso y considerado, a quien estaba engañando al permitir que perdurara una interpretación equivocada.

– No puedo hablar de eso… no puedo, Sam.

Para sorpresa de Lisa, él asintió.

– Está bien, ahora no hablaremos de eso. -Con la palma de la mano apartó los cabellos negros de la sien de Lisa, y después le besó la coronilla-. Además, creo que es hora de que me marche.

Guardaron silencio mientras subieron a la primera planta en busca de las ropas de Sam; las mismas que había usado la noche del viernes. También, una bata para ella. Lo acompañó hasta la puerta, pero la alegría que habían compartido todo el fin de semana ya no existía. Permanecieron de pie sin hablar un largo rato, Lisa clavando los ojos en los pies de Sam, y este mirando las llaves que tenía en la mano. Por último, él suspiró y la abrazó.

– Escucha, mañana tengo que viajar a Chicago en avión. Estaré fuera unos días.

La sorprendió el hecho de que la noticia le provocase un sentimiento de soledad. Habían compartido dos días… nada más. ¿Cómo era posible que sintiera su ausencia aun antes de que se produjera?

Los brazos de Lisa rodearon los hombros de Sam, y ella se puso de puntillas; pero, después de un breve gesto de reciprocidad, él se apartó y sonrió a la joven.

– ¿Me prometes que correrás todos los días aunque yo no esté?

Él la besó apenas.

– Volveré el martes, o poco después. -De nuevo guardaron silencio. Él respiró hondo y pareció que estaba tomando una decisión que no le agradaba-. Quizá convenga que nos separemos un tiempo, ¿no es cierto?

– Sin duda -dijo ella con la misma falsa alegría, mientras sentía que se le destrozaba el corazón.

Él le dirigió una última sonrisa.

– Duerme un poco. Pareces agotada.

Después, se volvió hacia la puerta, y ella descubrió que estaba agarrada al borde con las dos manos, mientras decía a Sam:

– ¿Me llamarás cuando regreses?

– Por supuesto.

Pero durante los días que siguieron ella se preguntó si en realidad la llamaría. ¿Cómo se había iniciado aquella última conversación? ¿Y por qué? Cada vez que ella evocaba la escena, sentía el corazón en un puño. Estaba segura de que él había adivinado la verdad. Había sacado sus propias conjeturas, y deseaba que ella le revelara la situación; pero, cuando Lisa lo esquivó, Sam decidió que era hora de plantearse las cosas. Esto es lo que haría durante el viaje a Chicago… tratar de evaluar su relación con ella a cierta distancia.

Lisa vivió con el temor de que Sam regresara, después de haber tomado la decisión de no dedicar más tiempo a una mujer que no podía mostrarse sincera con él. De modo que se prometió que cuando él, a su regreso, la llamara, le diría enseguida la verdad.

En tan poco tiempo, Sam se había convertido en parte esencial de la vida de Lisa. Ocupaba casi todos los rincones de su existencia. En la oficina, a menudo volvía los ojos hacia la puerta abierta de su despacho, para preguntarse cómo se desarrollarían sus actividades en Chicago o con quién estaba, y si él también la extrañaba. En la casa, donde habían reído, dormido y hecho el amor, dejando recuerdos en casi todas las habitaciones; o en el coche, que le recordaba todas las cosas divertidas que él le había enseñado. Incluso su entrenamiento en las cálidas tardes de agosto recordó a Lisa que él la había alentado a cambiar su estilo de vida. Ella había cumplido la promesa que le hizo y, después del trabajo fue a correr todos los días, mejorando el control de su respiración, tal como le había enseñado, en lugar de acompasarla al ritmo de la carrera.

A veces se preguntaba si esa súbita obsesión por Sam Brown tenía un carácter exclusivamente sexual. ¿Ella era solo una lamentable divorciada que había caído en brazos del primer hombre que le había prestado atención? La idea la asustó, pues desde el día mismo de su divorcio había temido eso. ¿Pertenecía a esa clase de mujeres? Sin duda, había sufrido un período demasiado largo de soledad, que al final había compensado gracias a Sam Brown. Sin embargo, lo que habían vivido aquel fin de semana había provocado que los sentimientos que él le inspiraba superaran en mucho el ámbito de la sexualidad.

Él había demostrado ser una persona considerada, disciplinada, divertida y servicial, compasiva y sincera.

Qué sorpresa descubrir la existencia de tantas cualidades admirables escondidas bajo aquella apariencia que le había inspirado tanta desconfianza al principio.

Al recordar las cualidades de Sam, lo empezó a echar de menos de un modo en verdad inquietante, y deseó llamarlo. Pero no lo hizo, aunque preguntó por él todos los días a Raquel. En cierto modo, Lisa se sentía herida porque él no la había llamado, pero, en todo caso, Sam ya le había dicho que sería conveniente separarse; y, al parecer, estaba dispuesto a cumplirlo a rajatabla.