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– ¿Y tú lo has visto esta semana?

– Sí, ha venido a buscar a los chicos poco antes de que yo te llamara.

– ¿De modo que viven con él?

Las preguntas de Sam indujeron a Lisa a hablar de los niños, y ella se maravilló al contar con un hombre que comprendía tan a fondo sus necesidades. La mano cálida de Sam le acarició el brazo desnudo, y, cuando habló, lo hizo con voz muy suave y serena.

– ¿Cómo se llaman?

Ella le rozó el antebrazo, y sintió el aliento tibio sobre su cabeza.

– Jed y Matthew. -Solo pronunciar esos nombres hizo que se le oprimiera el corázón. Permaneció sentada en silencio largo rato, recordando las camas vacías del primer piso. Pero apoyó la cabeza sobre el pecho de Sam, y élla animó a continuar: -Oh, Sam, no sé si jamás superaré la pérdida de mis dos hijos. Ese día en el tribunal fue como… el día del juicio, y desde entonces siento que vivo en un infierno. Fue algo totalmente inesperado. Mi abogado se sorprendió tanto como yo cuando el juez declaró que otorgaba a Joel la custodia de los niños. Pero Joel tenía un abogado muy influyente, y le podía pagar los suficientes honorarios. Yo contaba con un hombre menos experimentado, al que además tenía dificultad para pagar. Ni por un instante había imaginado que perdería el juicio. Mi abogado me dijo que había algo denominado el «concepto de la edad infantil», lo que en esencia significaba que los niños pequeños necesitan a su madre. Los chicos en aquel momento, solo tenían tres y cinco años. Pero el juez dijo que el tribunal consideraba en interés de los niños, que debían contar con un sólido modelo de conducta masculina. -Lisa se apartó del cuerpo de Sam, cruzó los brazos sobre las rodillas y apoyó en ellos la cabeza-. Por Dios, el modelo de conducta masculina. Yo ni siquiera sabía lo que significaba eso.

Sam examinó la espalda de Lisa, extendió la mano para apretarle el hombro, y de nuevo la sostuvo con firmeza entre sus piernas.

– Continúa -ordenó en voz baja, deslizando el brazo sobre la clavícula de Lisa.

Ella cerró los ojos y tragó saliva, y después continuó con voz tensa.

– El abogado de Joel trajo a colación el tema de la economía, y el mío lo refutó, pero según parece el nivel económico influye sobre el bienestar emocional de los niños. Yo no tenía medios de vida, ni carrera ni perspectivas. Había sido una esposa dedicada ala crianza de sus hijos. ¿Cómo podía tener dinero?

Un estremecimiento le recorrió el cuerpo. Tragó saliva y abrió los ojos. Las lágrimas descendieron por sus mejillas, y sintió un nudo en la garganta.

– Oh, Sam… ¿tienes idea de lo que… significa que a una mujer le quiten a sus hijos? ¿Tienes idea de la sensación de fracaso que experimentas en una situación así?

Una lágrima cálida cayó sobre el brazo de Sam. Él le apretó los hombros y el pecho, con un gesto enérgico destinado a reconfortarla, y apoyó la mejilla contra el cabello de Lisa.

– No eres un fracaso -murmuró con voz ronca-. A mi juicio, no lo eres… porque yo te amo.

¿Cuántas veces en el curso de esa semana ella había deseado escuchar esas palabras? De todos modos, en ese momento sintió que los términos en que hablaba Sam le llegaban al alma, precisamente porque ella lo amaba deseaba ofrecerle la imagen misma de la perfección. Pero no era así… no, de ningún modo era así, de manera que continuó inculpándose.

– Esta semana he comprendido que soy inepta como madre. Es probable que los tribunales hayan tenido razón al quitarme a los niños. Esa mujer ha hecho mejor trabajo que el que yo habría podido realizar… todo… me salió mal. Se quemaron a causa del sol, y yo…

– Lisa, termina de una vez.

– No supe cómo… consolar a Matthew, cuando tuvo esa pesadilla y…

– ¡Lisa!

– Y yo… yo… -Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, y ella continuó con sus recriminaciones-. No sé… preparar… -Él la abrazó con fuerza y apretó la cara de Lisa contra su cuerpo, y entonces la palabra llegó confundida con un sollozo-…no sé cocinar lasaña.

– Dios mío, cheroqui, no debes herirte de ese modo.

– Lo hice… todo mal. -Se aferró a la espalda de la camisa de Sam, y continuó desgranando su lamentable letanía.

– Calla… -Él le acarició los cabellos y le sostuvo la cabeza con las dos manos.

– Cuando ella llegó… corrieron hacia ella… y se olvidaron de mí…

Los labios de Sam interrumpieron el flujo de palabras. La había abrazado, y la sostenía ahora con toda la fuerza de sus brazos. Lisa tuvo que torcer el tronco a la altura de la cintura, porque estaban en peldaños diferentes. Él la besó con ardor, y después irguió la cabeza y sostuvo su barbilla, mientras le miraba la cara.

– Han estado alejados de ti mucho tiempo, y ahora están acostumbrados a su madrastra. Esto no significa que seas una fracasada. No te culpes. Me destroza el corazón verte así.

Y desde la profundidad de su sufrimiento ella comprendió lo que hallaba en Sam Brown. Fuerza, comprensión, compasión. El dolor de Lisa era también el sufrimiento de Sam, pues él lo asimilaba y sus ojos reflejaban el pesar que veía en los ojos de la joven. Ella temblaba, ahora a un paso de comprender la verdadera profundidad del amor. Y como no deseaba provocar más dolor en Sam, por fin realizó un débil esfuerzo para controlar sus lágrimas. Cuando consiguió calmar sus sollozos, él la apartó con dulzura, pero solo lo justo para levantarse un poco y sacar un pañuelo del bolsillo trasero del pantalón. Después que le hubo secado los ojos y la nariz, Lisa se sintió mejor. Emitió un enorme suspiro, y se sentó en el mismo peldaño que ocupaba Sam. Apoyando los codos en las rodillas, Lisa presionó con las yemas de los dedos los párpados que le quemaban, y susurró con voz segura:

– Me duelen los ojos. No he llorado tanto desde que me divorcié.

– En ese caso, significa que lo necesitabas.

Ella apartó sus manos y miró la cara de Sam, y vio su expresión comprensiva.

– Lamento haber descargado en ti mi sufrimiento. Pero te agradezco… que estés aquí Sam, te necesitaba muchísimo.

Él observó los ojos hinchados con un ribete rojo y los dedos que le cubrían las mejillas. Se acercó un poco más, se apoderó de una de las manos de Lisa, y ambos unieron los dedos.

– Eso es el amor… estar cuando el otro te necesita, ¿no es verdad?

Ella le tocó la mejilla con la mano libre.

– Sam… -dijo, ahora más serena, abrumada de amor hacia él, segura de que lo que decía era cierto.

Los dos se miraron, y él se giró para depositar un beso sobre la mano de Lisa.

– ¿Ya has decidido si en realidad me amas o no?

– Creo que eso lo decidí el día que apareciste aquí, con tus pantalones de gimnasia.

En los labios de Sam se dibujó una breve sonrisa, después él recuperó la seriedad. Dijo en voz baja:

– Lisa, me agradaría que lo dijeras por lo menos una vez.

Estaban sentados uno al lado del otro, en una postura extrañamente infantil, sosteniéndose las manos, al mismo tiempo que se rozaban sus rodillas, y ella dijo mirándole a los ojos:

– Te amo, Sam.

– Entonces, debemos casarnos.

Ella abrió mucho los ojos sobresaltada. Lo miró diez segundos enteros, y después balbuceó:

– Caramba… ¡casarnos!

Él le dirigió una sonrisa torcida.

– Bien, no te sorprendas tanto, cheroqui. Sobre todo después del último mes turbulento y maravilloso que hemos compartido.

– Pero… pero…

– Pero ¿qué? Te amo. Te amo. ¡Incluso simpatizamos! Trabajamos en el mismo sector, poseemos un notable sentido del humor, e incluso tenemos la misma estirpe racial. ¿Qué podría unirnos más que todo eso?

– Pero no estoy preparada para casarme otra vez. Yo… -Desvió los ojos-. Lo intenté una vez, y mira lo que ha resultado.

– Cheroqui, no admito que vuelvas a lo mismo; nada de todo eso sucederá si te casas conmigo.