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La sangre afluyó a su cara, a los dedos de los pies, a la cara interna de sus rodillas, mientras contemplaba las escenas pornográficas de una conocida película. Sintió un vacío en el estómago. Su pecho experimentó cierta tensión, y el vello de los brazos y las piernas se le erizó. El hombre y la mujer estaban íntimamente enlazados, los miembros y los dientes al descubierto…

«¡Sam Brown, eres un individuo repulsivo!» Arrojó la revista, cerró con fuerza la maleta, y retiró la mano como si se la hubiera chamuscado, en el mismo instante en que oyó llamar a la puerta.

Irguió la cabeza, tragó saliva y se llevó las manos frías a las mejillas antes de cruzar la habitación y abrir, aparentando mucho mayor control del que sentía.

Era de nuevo Sam Brown. Pero esta vez se había quitado la chaqueta deportiva y un solo botón le sostenía la camisa al nivel de la cintura, con los faldones marcados por una sucesión de arrugas. Por el cuello abierto Lisa vio de nuevo la pequeña crucecita adornada con turquesas. Apartó rápidamente los ojos de ese pecho desnudo, y comprobó que además el visitante estaba descalzo.

– Parece que hemos vuelto a repetir la escena -dijo él.

– Así parece -replicó Lisa, sin sonreír.

A ella le pareció imposible enfrentarse a la mirada del visitante después de haber visto la revista. «No seas tonta, Walker, este hombre no puede adivinar tu pensamiento.» De todos modos, tenía la impresión de que si la miraba con más atención sabría lo que había estado haciendo antes de su llegada.

– Me preparaba para salir cuando… -Esbozó un gesto con la mano-. Lo mismo de antes, segunda parte. -Volvió los ojos hacia su maleta depositada sobre la cama, con la tapa cerrada pero suelta. De todos modos, ella permanecía como un guardia de palacio, agarrando el borde de la puerta con una mano e impidiendo la entrada del visitante.

– Escuche, lo que dije antes es inexcusable. Desearía disculparme -dijo Sam Brown.

– Sí, creo que tiene que hacerlo -replicó Lisa con voz tensa. La imagen de la revista todavía permanecía en su mente.

Él le entregó su maleta.

– ¿Ese es el modo de responder cuanto intento enterrar el hacha de guerra? Lo menos que puede hacer es mostrarse cortés.

– Está bien, yo… no debí abofetearlo hace un rato; Lo lamento. Bien, ¿estamos de acuerdo así? -Pero tenía la voz tensa y cínica.

– No del todo. -Señaló su maleta-. Deseo que me devuelva mis cosas. Quisiera ir a correr un poco y calmar la cólera y la frustración, pero mi ropa de deporte está allí.

Él esbozó una mueca de reconciliación dirigida a Lisa, y ella se apartó con brusquedad, y con un gesto indicó a Brown que entrara y retirara su maleta. Observó las arrugas en los faldones de la camisa mientras él levantaba la tapa de la maleta para revisar su contenido. La revista estaba encima. La examinó un momento, y después se volvió para mirar a Lisa, con una expresión en el rostro más sombría que antes.

– Verá, que un hombre compre una revista pornográfica no significa que sea un pervertido.

– Cada uno tiene sus propios gustos -contestó Lisa, pero su tono expresaba de manera indudable un juicio negativo.

– Esta revista tiene excelentes entrevistas y críticas de cine y… -De pronto, se le ensombreció el rostro, bajó la cubierta de la revista y accionó el cierre con tres movimientos de muñeca-. No sé por qué demonios debo justificarme ante usted y de todos modos, ¿qué le da derecho a condenar a un hombre por lo que descubre en su maleta?

Ella suspiró con un gesto de fatigada paciencia.

– Escuche, ¿tiene inconveniente en que demos por terminado el asunto? Llevo puesta la misma ropa todo el día, y desearía tomar un baño y comer algo. Ha sido una jornada difícil.

– Muy bien… muy bien. -El retiró de la cama la maleta-. ¡Ya me voy!

Ella estaba esperando para cerrar la puerta, pero antes de que pudiera hacerlo Brown se volvió para mirarla. Casi con enojo afirmó:

– Lamento lo que dije. Fue totalmente impropio, pero tampoco es adecuado su comportamiento, no acepta mis disculpas y no me deja en paz. Sus ojos dicen que…

– Le he aclarado que acepto sus disculpas.

– Entonces, ¿dejará que le pague la cena y podamos hablar de… cualquier cosa? Hay muchos temas de interés, excepto las maletas.

– No, gracias, señor Brown. No estoy interesada. Trabajo para un machista empedernido, y no tengo más remedio que soportarlo mucho tiempo a lo largo de la semana; pero, fuera de él, tengo mucho cuidado cuando elijo a las personas con quienes comparto mi tiempo.

Brown la miró con la frente fruncida. Tenía una expresión ominosa, y parecía dispuesto a explotar de nuevo; pero Lisa defendió su posición, observando sin vacilar a Brown, con una mano sobre el borde de la puerta. De nuevo tuvo conciencia de que él mantenía muy erguido el cuerpo -sobre todo ahora que trataba de controlar su irritación- cuadrando los hombros, y con la piel desnuda del pecho tenso como un tambor. Mostraba una expresión de ira en la cara, con los labios tensos. Sus ojos oscuros parecieron penetrarla durante un momento largo y amenazador. Después, se volvió y comenzó a alejarse.

Con un inquieto suspiro de alivio, Lisa cerró la puerta, apoyó en ella un momento la cabeza, y después echó el cerrojo.

La tensión del día la había consumido, hasta el extremo de que ahora sentía el cuello y los hombros endurecidos por la fatiga. Echó hacia atrás el cuerpo, se pasó la mano sobre la nuca y se masajeó. Con los ojos cerrados y los cabellos sueltos, se preguntó qué había inducido a Sam Brown a formular su invitación. Después, al recordar el material de lectura que él prefería, se dijo que ya sabía la respuesta.

Lisa se acostó en la cama, cruzó los brazos detrás de la cabeza, y trató de apartar de su pensamiento la figura de Sam Brown. Pero la cara de ese hombre reaparecía, como la había visto la primera vez al final de la licitación, cuando él estaba aceptando los saludos de otros hombres… sonriendo, o riendo, o complacido consigo mismo. Recordó las minúsculas arrugas a los costados de los ojos, y se preguntó qué edad tendría. ¿Estaba en mitad de la treintena?

Cuando fruncía el ceño parecía tener más edad… ¡Y ese día había fruncido a menudo el ceño! Pero la expresión de desagrado también lograba que ese rostro sin duda bien formado, pareciera todavía más atractivo…

Apoyó su antebrazo sobre la frente. Pensó, fatigada, que la belleza física no tenía mucha importancia. Cargaría lo que había sucedido durante esa jornada a la cuenta de la experiencia, y olvidaría que había visto a ese hombre.

La cara de Floyd A. Thorpe desplazó la imagen de Brown, y Lisa se preguntó cuál de los dos le parecía más inquietante. Thorpe se mostraría más ofensivo que nunca después del fiasco. Sobre todo porque ella había desobedecido intencionadamente sus órdenes y había pasado la noche en Denver. Había ocasiones en que parecía que era inútil competir en el mundo de los hombres. Pero ella tenía que demostrar su capacidad para soportar la prueba… ¿verdad? ¿Acaso no había tenido que demostrarlo, tanto ante sus propios ojos como frente a los que habían ayudado a trastornar su vida?

Se hundió en un sueño inquieto, y los rostros de Thorpe y Brown se mezclaron en un collage inquietante de su pasado… el de Joel, el del juez…

Despertó sobresaltada, y desvió los ojos hacia la muñeca… ¡las siete y media!… abandonó la cama y comenzó a desvestirse, todo al mismo tiempo.

Llenó de agua la bañera, se dio un baño rápido y refrescante, y maldijo las delgadas toallas del motel y el jabón barato que apenas producía espuma. Mientras se secaba, se acercó a la mesa de tocador y arrojó a un lado la toalla, mientras buscaba el cepillo y comenzaba a alisarse el cabello. Este le llegaba hasta los omoplatos -una cabellera espesa y negra, salvaje como la hierba de la pradera, tan abundante que la obligaba a inclinarse, como si el peso la desequilibrara. Se inclinó en dirección contraria y después enderezó el cuerpo, observando cómo sus pechos se elevaban y descendían rítmicamente con cada movimiento del cepillo.