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– Yo me rompí la pierna cazando en Escocia y me fui allí con mi tía abuela en contra de mi voluntad, aunque reconozco que hubo algunas ventajas. La pequeña lady Vi fue una de ellas…

James dejó la frase sin terminar para que su mujer picara el anzuelo.

– ¿Quieres decir que hubo otras?

– Bueno, una mujercita preciosa en la panadería, si no recuerdo mal, y…

– ¡James, cómo pudiste hacer eso!

Eran la clase de bromas que a Violet le encantaban. Audrey pasó una deliciosa velada con ellos, riéndose, haciendo comentarios jocosos y hablando de California y de los lugares que deseaba visitar una vez estuviera en Europa.

– ¿Cuánto tiempo piensa quedarse, Audrey? -preguntó James, volviendo a llenar las copas con el champán que quedaba en la segunda botella.

– Más o menos, hasta finales de verano. Le prometí a mi abuelo que regresaría entonces. Verá, es que las cosas son un poco complicadas. Vivo con él y tiene ochenta y un años.

– Eso debe ser terrible para usted, querida amiga -dijo James.

Audrey sacudió la cabeza por amor y lealtad y porque, en realidad, siempre le había gustado vivir con él. Sólo que ahora necesitaba cambiar un poco de aires durante algún tiempo.

– Es un hombre maravilloso y la verdad es que nos llevamos muy bien -contestó la joven sonriendo-, aunque a primera vista no lo parezca. Discutimos constantemente sobre política.

– Eso es bueno para la salud. Yo siempre discuto con el padre de Vi. Nos divertimos muchísimo. -Los tres se rieron alegremente. En una sola noche, se habían convertido en íntimos amigos-. Ahora, cuéntenos sus planes.

– Bueno, primero Londres y después París. Más adelante, me gustaría trasladarme por carretera a la Costa Azul…

– ¿Por carretera? – preguntó James, asombrado. Audrey asintió en silencio-. ¿Usted sola o con un chófer?

– Habla usted como mi abuelo -dijo Audrey sonriendo-. Aunque le parezca extraño, soy una conductora excelente.

– Aun así…

James no parecía considerarlo muy conveniente. – No seas tan anticuado -dijo Violet, agitando la mano en la que llevaba la esmeralda-. Estoy segura de que lo hará muy bien. Y después, ¿adonde?

– Aún no lo sé muy bien. Pensaba pasar algún tiempo en la Costa Azul y luego trasladarme a Italia en tren o por carretera. Quiero ir a Roma, a Florencia, a Milán… -vaciló un instante, pero sus nuevos amigos no parecieron percatarse de ello-, y después, si tengo tiempo, podría pasar unos días en Venecia, regresar en tren a París y, desde allí, a casa.

– ¿Y piensa hacerlo todo antes de septiembre?

– Lo que pueda. Hay otros viajes que también quisiera hacer, pero sé que no tendré tiempo. Me hubiera gustado ir a España, quizá a Suiza, Austria, Alemania…

La India, el Japón, China, pensó, riéndose para sus adentros. La atraía el mundo en su totalidad. Era como una gigantesca manzana y ella hubiera querido devorarla a mordiscos, corazón incluido.

– No creo que tenga tiempo de hacer ni la mitad -dijo James con expresión dubitativa mientras Violet miraba a Audrey, intrigada.

– ¿Y lo hará todo sola? -preguntó Violet. Audrey asintió-. Es usted muy valiente, ¿sabe?

– No lo creo. Simplemente… -Audrey los miró con candor-, siempre quise hacerlo. Mi padre tenía esta misma afición. Viajó por todo el mundo hasta que, al fin, terminó en Hawai, pero una vez en que viajaba de las Fidji a Samoa y Bora-Bora… Creo que lo llevo en la sangre. Toda mi vida quise viajar, conocer gentes, hacer cosas. Y ahora, aquí estoy.

Miró alegremente a sus nuevos amigos y lady Violet extendió los brazos y la estrechó con simpatía.

– Es usted una chica muy divertida. Y extraordinariamente valerosa. Yo no creo que tuviera el valor de hacer todo eso sin James.

Éste la miró con benevolencia. Estaba deseando acostarse con su mujer y muy pronto Audrey y sus aventuras estarían de trop. Sólo tenía ojos para su esposa.

– ¿Lo pasa bien, de momento?

– Pues sí -contestó Audrey, sonriendo. Intuyó el creciente interés de James por su mujer y decidió retirarse porque, de todos modos, ya era muy tarde y había sido una jornada muy larga para todos. Se levantó y volvió a estrechar las manos de sus nuevos amigos-. Ha sido una velada encantadora. Gracias a los dos. Y gracias también por el champán.

– ¿Y si mañana hiciéramos algo maravilloso? ¿Le parece que almorcemos juntos? -preguntó Violet.

– Me encantará -contestó Audrey-. Hasta mañana, pues.

Les dejó conversando animadamente y se fue a su camarote de la cubierta A. Se divirtió mucho porque no esperaba encontrar a unas personas como aquéllas. En el transcurso de la velada, Violet le dijo que ella tenía veintiocho años y James treinta y tres. Tenían un hijo de cinco años que también se llamaba James y una niña de tres que se llamaba Alexandra. Vivían en Londres todo el año y tenían una casa en el campo. Los veranos los pasaban en Cap d'Antibes. Llevaban una indolente vida de lujos y, sin embargo, no eran altaneros ni engreídos. Eran, por el contrario, simpatiquísimos y, al día siguiente, Audrey esperó con ansia el momento de almorzar con ellos. Al final, los tres pasaron juntos casi toda la travesía. Se convirtieron en un trío inseparable; reían, bailaban, bebían champán, contaban historias, hacían comentarios sobre los demás pasajeros y les invitaban, de vez en cuando, a reunirse con ellos. El trío alcanzó un éxito extraordinario y Audrey se convirtió en íntima amiga de los Hawthorne. La víspera de la llegada fue un poco triste para los tres.

– ¿Vendrás a Cap d'Antibes con nosotros? -preguntó Violet-. Te lo pasarías muy bien. Nosotros siempre nos divertimos mucho porque hay por allí una gente estupenda.

Entre sus amigos preferidos, figuraban naturalmente los Murphy, Gerald y Sara, que daban interminables fiestas, bailes de disfraces y tenían intrigantes amigos. Hemingway había estado allí con ellos una vez, así como el escritor Fitzgerald, Picasso, el novelista John Dos Passos, etcétera. Sin embargo, lo mejor de todo eran los propios Murphy. Los Hawthorne los apreciaban muchísimo y se alegraban de contarse entre sus amigos.

– Ven, mujer -dijo Violet, mirándola con ojos suplicantes. Audrey estuvo tentada de decirle que sí-. De todos modos, piensas viajar al sur de Francia. Organízate las cosas de manera que puedas pasar allí un poco más de tiempo.

– Eso, algo así como dos meses -terció James, riéndose-. ¿Sabes, Audrey? El hermano de Violet estuvo con nosotros siete semanas el año pasado y se divirtió muchísimo -añadió. Después, frunciendo el ceño en gesto de fingida preocupación, le preguntó a su mujer-: No volverá este año, ¿verdad, lady Vi?

– Vamos, James, no empieces otra vez, sabes muy bien que sólo estuvo un par de semanas en julio. Y este año sólo podrá quedarse unos días. Contamos contigo -añadió Violet, dirigiéndose a Audrey-. Estaremos allí hacia el dos o tres de julio. Ven sin más.

– Lo haré -prometió Audrey.

De súbito el verano le pareció mucho más emocionante. Descubriría un mundo completamente nuevo en todos los personajes de Antibes que le habían descrito y las aventuras que compartiría con ellos. Aquella noche, tendida en la litera de su camarote, lo pensó una y otra vez. Un fin de semana en Saint-Tropez, jugar a la ruleta en Monte Cari', tal como decía Vi en un impecable, pero irreverente francés, Cannes, Niza, Villefranche… De sólo pensarlo se emocionaba. Permaneció en vela hasta bien entrada la noche, agradeciéndole a su buena estrella aquel encuentro.