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Fue un verano memorable para todos, aunque, para los Murphy, un poco menos. Todavía luchaban contra la tuberculosis de su hijo Patrick, pero, por lo menos, estaban todos allí y cada día traía consigo alguna novedad. Por su parte, Audrey experimentaba asimismo los efectos de aquel mágico embrujo; paseaba por la playa con Violet mientras los niños jugaban a su alrededor o, perezosamente tendida en la arena, compartía historias y confidencias con su amiga. Lady Vi era la hermana que Audrey nunca tuvo, la más responsable, la buena amiga que sólo le llevaba dos años y a la que consideraba su alma gemela. Entre ambas se estaba creando un sólido vínculo de amistad y James se alegraba mucho de ello. Los tres formaban un trío muy bien avenido en el que James nunca mostró el menor interés prohibido por la amiga de su esposa. Era todo un caballero y como un hermano para ella.

– ¿Qué harás cuando vuelvas a casa, Aud? -preguntó Violet, contemplando a la esbelta muchacha del cabello cobrizo.

Sabía lo vacía que era allí su existencia y hubiera deseado que se quedara en Londres con ellos, aunque Audrey insistía en que no era posible. Tenía que regresar a California.

– No lo sé. Supongo que lo mismo de siempre. -Audrey miró a Violet y sonrió-. No es tan malo como te imaginas -dijo como si quisiera convencerse a sí misma más que a su amiga-. Ya lo he hecho antes…, llevar la casa de mi abuelo, quiero decir…

Sin embargo, ya nada sería igual. Nunca. Hubiera sido imposible tras pasar aquellos días dorados con personas extraordinarias en un mágico lugar reservado a muy pocos. Pero, ¿por cuánto tiempo? Más tarde o más temprano, todo tendría que terminar. Audrey no lo olvidaba jamás. Por eso quería aprovechar bien el tiempo.

– Me gustaría tanto que pudieras quedarte un poco más…

– En realidad -dijo Audrey, sacudiendo tristemente la cabeza mientras exhalaba un profundo suspiro-, me tendría que ir la semana que viene si quiero completar mi viaje. Quería trasladarme por carretera a la Riviera italiana y después seguir hacia el sur.

– ¿De veras te apetece? -le preguntó Violet.

– ¿Me lo preguntas en serio? Pues la verdad es que no -contestó Audrey, echándose a reír-. Me gustaría quedarme aquí el resto de mi vida. Pero eso no es muy realista. Por consiguiente, será mejor que regrese poco a poco a la realidad. Sólo Dios sabe cuándo podré volver a Europa.

Su abuelo cada ve2 sería más viejo y cualquiera sabía cuándo podría Audrey emprender un nuevo viaje. En su última carta, Annabelle le decía que temía volver a estar embarazada. No le apetecía tener otro hijo tan pronto y Harcourt estaba furioso con ella. Al parecer, no había tomado ninguna precaución. La carta de su abuelo era completamente previsible. Audrey casi pudo oír sus gruñidos mientras pasaba las páginas. En ellas, el anciano se quejaba de Roosevelt y le hablaba de distintos acontecimientos locales. Insistía en que Roosevelt no hacía nada por mejorar la economía del país a pesar de sus promesas de un «nuevo pacto», y siempre se refería a él, llamándole «tu amigo FDR» (Franklin Delano Roosevelt) y subrayando el tu, cosa que a Audrey le hacía mucha gracia. Lanzó un suspiro al recordarle. Qué lejos le parecía todo aquello, pensó mientras James se acercaba a ellas gesticulando animadamente en compañía de un hombre alto y delgado y con el cabello todavía más oscuro que el suyo. Violet les saludó con la mano y miró a Audrey con una sonrisa de satisfacción.

– ¿Sabes quién es ése, Aud? -Audrey sacudió la cabeza, sorprendida ante el entusiasmo de su amiga.

Ciertamente, el joven era muy atractivo, pero no más que otros muchos que entraban y salían constantemente de su casa. Violet ya empezó a llamarles por señas en cuanto les vio aparecer en la playa y ahora agitaba el sombrero mientras Audrey se reía.

– Es Charles Parker-Scott, el escritor de viajes y explorador. ¿No le conoces? Publica muchas obras en los Estados Unidos. Su madre era norteamericana, ¿sabes?

Audrey se sobresaltó de repente. Pues claro que le conocía, pero se lo imaginaba mucho más mayor que aquel joven. Sin embargo, no le dio tiempo a pensar otras cosas porque Vi se arrojó en sus brazos en cuanto le tuvo a su lado.

– Repórtate, muchacha. No es manera de saludar a un hombre una mujer casada -dijo James, reprendiéndola en broma mientras le daba una palmada en el trasero.

Charles, por su parte, se mostró encantado con el saludo.

– Vamos, James, vete al infierno -contestó Vi mientras el recién llegado la levantaba en vilo y la abra2aba con afecto-. Charles no es un hombre.

Al oír sus palabras, éste simuló ofenderse y la soltó sin contemplaciones sobre la arena.

– ¿Qué significa eso de que «no soy un hombre»?

Su acento era decididamente más norteamericano que británico. Audrey recordó haber leído que había estudiado en la Universidad de Yale. Más tarde, él le contó que de niño pasaba todos los veranos con la familia de su madre en Bar Harbor, en el estado de Maine, añadiendo que sentía una fuerte inclinación hacia todo lo que fuera norteamericano.

– Quiero decir, Charles Parker-Scott, que eres casi de la familia -contestó Vi, mirándole tendida en la arena.

El se sentó a su lado y la abra2Ó con cariño, pero los ojos se le iban sin querer hacia Audrey. Sentía mucha curiosidad, pero se esforzó por centrar toda su atención en Violet.

– ¿Cómo estás, lady Vi?

– Muy bien, Charlie. Pero, ahora que estás aquí, el verano todavía será mejor. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

– Unos cuantos días, una semana tal vez…

Charles sabía cómo eran sus juergas estivales. Los había visitado otras veces y siempre lo había pasado muy bien con ellos. Era un hombre sorprendentemente apuesto, pensó Audrey, preguntándose por qué se lo habría imaginado viejo. Quizá porque había hecho muchas cosas… o porque sus exóticos viajes le recordaban en cierto modo los de su padre.

Tenía un lustroso cabello negro casi azulado, una tez aceitunada, unos grandes ojos castaños y una sonrisa que le iluminaba todo el rostro. Era alto, delgado y aristocrático, y no parecía inglés en absoluto. Más bien español o francés, o italiano quizá. Un príncipe italiano enfundado en un traje de baño de punto azul marino, con unas largas y poderosas piernas, unos brazos perfectos y unos hombros todavía más anchos que los de James. Ambos estudiaron juntos en Eton y eran casi como hermanos. James agarró a su amigo por los hombros y le sacudió un poco.

– Ahora, si mi mujer se está quieta un ratito, te presentaré a nuestra amiga. Tengo el gusto de presentarte a Audrey Dris-coll, de California.

Charles clavó en ella sus grandes ojos oscuros y le dirigió una sonrisa capaz de derretir a cualquier mujer. Audrey experimentó el efecto mientras estrechaba su mano. Sin embargo, a ella le interesaban más sus libros y esperaba poder comentarlos con él más adelante. Por la tarde, ambos charlaron largo y tendido antes de que él se fuera a dar una vuelta con James en su automóvil, dejando a Audrey y Violet solas en casa.

– Increíblemente guapo, ¿verdad? -preguntó Vi, muy orgu-llosa de su amigo.

Audrey se echó a reír. Se pasó la tarde procurando no sentirse torpe y cohibida a su lado, pero Charles era un hombre tan sencillo y natural, que una se olvidaba de su cara. Sin embargo, al principio le fue un poco difícil.

– Es totalmente ajeno a su aspecto -dijo Vi mientras ambas esperaban a James en la galería, tomando una copa de champán, enfundadas en sendos vestidos blancos de seda. Estaban muy morenas y el cabello de Audrey había adquirido unos intensos reflejos rojizos a causa del sol-. Hablé con él de ello una vez y te aseguro que no tiene la menor idea del efecto que produce en la gente. En realidad… -Vi se metió en la boca un puñado de setas asadas y se lo tragó de golpe, sonriendo como una chiquilla traviesa-. Es curioso, ¿verdad, Aud? Es lógico suponer que esté acostumbrado a las mujeres que revolotean a su alrededor en cuanto aparece. Sin embargo, está tan ocupado con sus libros que no creo que le importe.