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– Es tremendo, ¿verdad?

– Estoy asombrada, Charles. ¿Siempre es así?

Parecía increíble que aquella gente pudiera derrochar tanta energía y que la ciudad rebosara de gente a todas horas del día y de la noche.

– Sí, siempre es así, Aud. A veces, me olvido de toda esta decadencia y, cuando vuelvo, me paso uno o dos días desconcertado.

El contraste con las soñolientas aldeas del Tíbet, de Afganistán y del resto de China era impresionante. Shangai era una ciudad inesperada.

– No sé si era así en tiempos de mi padre.

– Probablemente, sí. Creo que siempre lo fue. Es posible, incluso, que ahora que ha sido atacada por los japoneses esté algo más tranquila, aunque no mucho.

Sin embargo, la situación no había cambiado demasiado.

Llegaron al hotel y cruzaron lentamente el vestíbulo tomados de la mano, charlando de sus cosas. Audrey estaba tan distraída que no vio a una pareja de pie junto a la escalinata, mirándola con curiosidad mientras ella y Charles pasaban por su lado.

El hombre tendría unos setenta años y la mujer unos cincuenta, iba elegantemente vestida, llevaba unas joyas discretas, pero muy caras, el cabello perfectamente recogido en un moño y unos maravillosos pendientes de brillantes. Estudió a Audrey un instante y después le dijo algo al hombre, el cual vestía un traje inglés y llevaba unas gafas con montura de concha. El hombre miró por encima de ellas a Audrey mientras ésta empezaba a subir la escalinata, asintió con la cabeza en dirección a su mujer y estaba a punto de decir algo cuando ella se le adelantó.

– ¿Señorita Driscoll?

Casi en un acto reflejo y sin pensarlo dos veces, Audrey volvió la cabeza y les vio de pie, junto a la escalinata.

– Yo… Dios mío… No tenía idea de que estuvieran aquí… -dijo, ruborizándose hasta la raíz del pelo.

Bajó rápidamente los pocos peldaños que había subido sin soltar la mano de Charles a quien presentó como su amigo Charles Parker-Scott.

– Ah, claro -dijo la mujer, impresionada-. He leído todos sus libros.

– ¿Parker-Scott ha dicho? – preguntó el hombre con creciente interés-. Escribió usted un magnífico libro sobre el Nepal. Vivió usted allí durante algún tiempo, ¿verdad? – En efecto. Más de tres años. Fue el primer libro que escribí.

– Era, pero que muy bueno.

La mujer parecía más interesada por Audrey y no cesaba de mirarla y de hacerle preguntas implícitas con los ojos. Eran Philip y Muriel Browne, unos amigos de su abuelo. Ella era la jefa de las voluntarias de la Cru2 Roja y había sido condecorada por el gobierno francés por su labor durante la primera guerra mundial. Era viuda y algunos decían que Philip Browne se casó con ella por su inmensa fortuna aunque, en realidad, casi nadie les criticaba porque eran personas sumamente respetables. El era socio del Pacific Union Club, como el abuelo de Audrey, y presidente del Banco de Boston. Viajaban a Oriente casi cada año y eran las personas que menos hubiera imaginado Audrey encontrar allí. No cabía duda de que le hablarían de Charles a su abuelo. Audrey decidió, por tanto, tomar sus medidas.

– El abuelo no me dijo que vendrían ustedes por aquí.

– Estuvimos seis semanas en el Japón, pero siempre nos gusta visitar Shangai y Hong Kong. -La mujer miró a Charles y pensó para sus adentros que era muy guapo y que, a lo mejor, era un antiguo novio de Audrey. Eso explicaría que la muchacha no se hubiera casado, aunque, en realidad, Audrey no le parecía demasiado atractiva. Ahora tenía un brillo especial en los ojos que ella nunca le había visto cuando estaba con su abuelo. La más guapa era la hermana menor, casada con un Westerbrook, recordó Muriel-. ¿Está usted aquí con unos amigos? -preguntó Muriel Browne, mirándola directamente a los ojos.

– Pues sí -contestó Audrey, haciendo un esfuerzo por no ruborizarse-. Son unos amigos de Londres, pero esta noche estaban ocupados. El señor Parker-Scott ha tenido la amabilidad de acompañarme en un recorrido por la ciudad. Es un lugar fascinante, ¿verdad?

Trató de aparentar inocencia, pero no creía haber engañado a Muriel.

– ¿Y usted dónde se aloja, señor Parker-Scott?

La pregunta pilló a Charles completamente desprevenido. – Siempre me alojo aquí. Me encanta este sitio.

– A mí, también -terció Philip Browne, alegrándose de tener los mismos gustos que una autoridad en la materia como Charles. Se lo recordaría a Muriel más tarde. Aquel día, ésta se había quejado del hotel, y ahora resultaba que era el mejor de la ciudad. No tenía más remedio que ser así, siendo el preferido de Parker-Scott-. Precisamente hoy le estaba diciendo a mi mujer…

– Tenemos que salir algún día juntos antes de marcharnos -dijo Muriel interrumpiendo a su marido-. ¿Qué tal si fuéramos a almorzar, Audrey? Como es lógico, nos encantaría que usted también viniera, señor Parker-Scott.

– Me temo que no nos dará tiempo… Nos vamos dentro de uno o dos días a Pekín… y creo que… -Audrey esbozó una inocente sonrisa, mirando a Charles para que éste captara su mensaje- el señor Parker-Scott está trabajando en un artículo…

– Bueno, quizás antes de que se vayan… -Muriel miró a Charles, desconcertada-. ¿Usted también va a Pekín?

Menuda noticia se llevaría a casa. La remilgada nieta de Edward Driscoll se acostaba con un escritor en Shangai… ¡Estaba deseando volver a casa para contárselo a sus amigas!

Charles cayó de lleno en la trampa mientras Audrey ahogaba un jadeo.

– En efecto. Estoy trabajando en un artículo para el Times.

– ¡Qué interesante! -exclamó Muriel, juntando las manos.

Audrey sintió deseos de estrangularla porque sabía muy bien que lo interesante para ella era haberla sorprendido con Charles, en el instante en que se dirigían a la habitación que compartían en un hotel. Sabía muy bien lo que Muriel pensaba. Ahora tenía que evitar que se lo dijera al abuelo. Estaba segura de que, en cuanto llegara a San Francisco, aquella mujer le contaría lo ocurrido a todo el mundo.

– El señor Parker-Scott acaba de entrevistar a Chiang Kai-chek en Nankín. -Audrey sabía que estaba poniendo a Charles en una situación embarazosa, pero quería distraer a aquella bruja; por lo menos, de momento. La noticia impresionó profundamente a Philip Browne. Volviéndose a mirar a Charles con una sonrisa, Audrey dijo-: No hace falta que me acompañe arriba, de veras. Aquí todo el mundo tiene miedo de los bandidos -añadió mirando a Muriel-, y mis amigos me han confiado a Charles como si yo fuera una chiquilla de cinco años. Estaré a salvo con los señores Browne, señor Parker, vayase tranquilamente con sus amigos.

Sus palabras desconcertaron momentáneamente a Charles, el cual reaccionó en seguida y comprendió lo estúpido que había sido. Entonces, entró en el juego, estrechó la mano de Audrey, saludó también a los Browne, se acercó a recepción para preguntar si había algún recado para él y se alejó, saludando con la mano mientras Muriel se lo quedaba mirando, decepcionada. A lo mejor, se había equivocado. Miró a Audrey que estaba conversando animadamente con el señor Browne mientras subía la escalera con él. Tenían las habitaciones en distintos pisos. Los Browne la dejaron frente a la puerta de su habitación y ella les estrechó la mano, entró en su habitación y lanzó un suspiro de alivio. No sabía si la habían creído o no, pero, por lo menos, ella había hecho todo lo posible por salvar su reputación antes de que fuera demasiado tarde. Ignoraba qué noticias recibiría el abuelo.