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Hubiera estado mucho menos tranquila de haber oído los comentarios de Muriel mientras subía con su marido a su habitación.

– No me creo ni una palabra…

– ¿De qué? ¿De la entrevista a Chiang Kai-chek? Tú estás loca, es el mejor corresponsal que puedas imaginarte -dijo Philip Browne, indignado.

– No, no, me refiero a esta estupidez de que ha salido a cenar con ella mientras los amigos estaban ocupados en otra cosa… Se acuesta con él, Philip, estoy absolutamente segura de ello -dijo Muriel.

El marido entró con ella en la habitación, mirándola con desaliento. Se pasaba la vida chismorreando, incluso allí, al otro lado del mundo, en un lugar como Shangai.

– Tú no sabes nada. Es una chica decente. Estoy seguro de que no sería capaz de hacer semejante cosa.

Philip Browne se veía obligado a defenderla, aunque no fuera más que por su amistad con Edward Driscoll. – Que te crees tú eso. Se hubiera casado con Harcourt Westerbrook de haber podido, pero su hermana menor se le adelantó. Nunca se la ve en ningún sitio. Lo único que hace es atender al viejo… Después viene aquí y se pega una juerga sin que nadie se entere -dijo Muriel.

– Deja de inventarte cosas -contestó Philip Browne, haciendo un gesto de hastío-. Tú no sabes nada. Podrían estar prometidos o muy enamorados… o ser simplemente amigos e incluso desconocidos. No siempre tiene que haber algo impropio en el comportamiento de las personas.

Philip se preguntaba a menudo por qué era así su mujer. Lo más triste, sin embargo, era que raras veces se equivocaba.

– Philip, eres un ingenuo. Estoy segura de que se alojan en la misma habitación. Estando tan lejos de casa, creen que están a salvo.

Y así era, en efecto. En su habitación, Audrey se moría de miedo. Bajó corriendo a recepción y alquiló otra habitación en un piso distinto, a nombre de Charlie. Media hora más tarde, él entró riéndose.

– El recepcionista dice que me has echado. -Charles adivinó lo que Audrey había hecho mientras él cruzaba la calle para tomarse una copa en el bar de la acera de enfrente-. No has perdido el tiempo, ¿eh?

Sentada en la cama, Audrey le miró angustiada.

– No es para tomarlo a broma, Charles. Son las personas que menos hubiera querido encontrar aquí.

– Reconozco que, al principio, metí un poco la pata. Supongo que la señora Browne debe de tener una lengua de víbora.

– Supones bien. Contará por todo San Francisco que viajo contigo.

– ¿Quieres de veras que me vaya a otra habitación? -preguntó Charles, sentándose al lado de Audrey con el ceño fruncido. Hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa por ella. A veces, ambos olvidaban que tenían otras vidas en que pensar. Sin embargo, Charles no quería causarle a Audrey ningún perjuicio, sobre todo teniendo en cuenta que él no estaría a su lado para protegerla-. Lo siento muchísimo, Aud.

No pensé que pudiéramos tropezamos con algún conocido…

– El mundo es un pañuelo -dijo Audrey con tristeza-. Respondiendo a tu pregunta, te diré que no quiero que te vayas a otra habitación. Sólo pretendo despistar a esta bruja para que mi abuelo no se disguste. No obstante, no pienso cambiar mi vida por ellos, Charles. No significan tanto para mí.

– De todos modos, cuando regreses a casa… -Charles no terminó la frase. Aborrecía la idea de que Audrey tuviera un hogar en un sitio tan lejano-. No quisiera causarte ningún problema.

– Pensé en ello cuando decidí acompañarte. Si de veras tuviera miedo, a estas horas estaría escondida en casa en algún rincón…, o en un barco rumbo a los Estados Unidos. Eso es lo que quiero hacer -dijo con orgullo-, y tú eres el hombre a quien amo, Charles Parker-Scott. Y si a otras personas no les gusta, allá ellas. Mientras no hagamos sufrir a nadie -alquiló la otra habitación precisamente para eso-, lo demás es asunto nuestro.

Charles la estrechó en sus brazos. Admiraba el valor y la sinceridad de la chica. Hubiera sido capaz de enfrentarse con cualquiera en defensa de lo que consideraba justo, y eso era lo que más le gustaba en ella.

Aquella noche, hicieron apasionadamente el amor y, al final, Audrey miró a su amante y dijo en tono burlón:

– Me gustaría saber qué opinaría de eso la señora Browne.

– ¡Te envidiaría con toda su alma, cariño! Ambos sabían que era cierto.

– En cambio, el señor Browne, gruñiría: «¡Muy bien, pero que muy bien!» -dijo Audrey, echándose a reír.

Aquella noche, durmieron abrazados y Audrey soñó con su abuelo, pero, a la mañana siguiente, dejó de preocuparse por el asunto. Había hecho cuanto había podido por salvar la situación, pero, en caso necesario, le explicaría al anciano, cuando volviera a casa, que Charlie era amigo de James y Vi, que eran «simplemente amigos» y que habían coincidido por casualidad en Shangai. Estaba dispuesta a mentir para no darle un disgusto. No quería decirle que estaba locamente enamorada de aquel hombre para que no se asustara. Hacía mucho tiempo que había decidido no abandonarle jamás.

Shangai era una ciudad increíble y sus gentes la fascinaron. Había ingleses, franceses y chinos, y las empresas como Jardi-ne, Matheson's y Sassoon's tenían un auténtico ejército de empleados británicos.

– La mayoría de ellos no se mezcla con los chinos -le explicó Charles.

– Lo cual es una estupidez, ¿no crees? Al fin y al cabo, están en China.

– Aquí observan una conducta muy colonial -dijo Charles, asintiendo-. Hacen como que no viven en este país. Ninguno de ellos habla chino. Yo sólo conozco a un hombre que lo haga y todo el mundo le considera un bicho raro. Los chinos hablan inglés o francés, y los occidentales ya lo dan por descontado.

– Es una actitud un poco presuntuosa, ¿no? -A Audrey le hubiera encantado aprender el chino-. ¿Y tú, Charles? Conoces algunas palabras. ¿Les entiendes cuando hablan?

– El acento de aquí es un poco distinto, pero me las arreglo, sobre todo, cuando estoy borracho como ahora -contestó él, dejando los pantalones en una silla y cruzando la estancia de dos zancadas para estrecharla en sus brazos. Después le mordió el cuello en broma y chapurreó unas palabras en chino mientras ambos caían riéndose en la cama-. Toda esta corrupción que se ve por las calles me hace desearte constantemente, Aud. Es muy difícil estar aquí contigo.

Ambos empezaban a reponerse del largo y agotador viaje de ocho mil kilómetros que habían hecho. Se besaron e hicieron el amor largo rato hasta que, al fin, Audrey susurró el nombre de su amante y se quedó dormida. No hubiera podido amar a otro hombre más que a él. Era como si estuviera casada con Charles, porque le había dado todo su corazón. Su amor había cruzado dos continentes y ahora ella hubiera sido capaz de ir a cualquier sitio por él o para estar a su lado. Él lo intuyó mientras la atraía hacia sí y cerraba los ojos, sobre el trasfondo de los rumores de Shangai.

CAPITULO XIV

Pasaron una semana en Shangai y después se trasladaron a Pekín. Abandonaron Shangai en un barco que se dirigía al puerto de Tsingtao y pasaron una romántica noche, oyendo el murmullo del agua al romper contra el casco del buque mientras hacían el amor. Audrey casi lamentaba marcharse de Shangai donde tantas cosas había visto y donde Charlie hizo unas entrevistas muy interesantes. Ahora, tras pasar unos días en Pekín, emprenderían el largo camino de regreso a Estambul y, desde allí, se trasladarían a París y Londres para que él pudiera empezar a trabajar en los artículos y tenerlos listos antes de que finalizara el año, tal como le exigía el contrato. Charlie deseaba regresar porque tenía muchas cosas que hacer, pero, a bordo del barco que les llevaba a Tsingtao, no quería pensar en los artículos, sino tan sólo en la mujer que le había inspirado una pasión como jamás la había sentido. Nunca se cansaba de ella, le gustaba su aspecto y su forma de pensar, su sedosa piel y su cabello cobrizo, sus sensuales labios y todo su cuerpo. Hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa por ella.