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Sin embargo, Charles estaba demasiado nervioso para permanecer sentado. Empezó a pasear arriba y abajo de la habitación hasta que, al final, se detuvo y contempló aquellos ojos azules que tanto amaba.

– Mañana por la tarde tengo que irme a Nueva York. Las palabras cortaron el aire como un cuchillo.

– Comprendo.

– Tenía prevista una reunión con un editor norteamericano y han adelantado las fechas. -Audrey se preguntó si le iba a pedir que la acompañara, pero, en realidad, se avecinaba algo mucho peor-. Antes de que me vaya, creo que tendríamos que aclarar la situación. No podemos seguir así, Aud… El año que he pasado sin ti ha sido el período más difícil de mi vida, exceptuando el año en que murió Sean. Ahora no me será fácil volver a dejarte. No podemos seguir así indefinidamente. – Audrey hubiera querido preguntarle por qué no podían seguir igual durante algún tiempo, hasta que ella pudiera dejar al abuelo, hasta que…, ¿hasta qué?, se preguntó. La respuesta no era fácil-. Quiero casarme contigo. Quiero que vengas a Inglaterra conmigo. Ya sé que eso puede exigir cierto tiempo… Un mes, tal vez dos. Eso lo puedo soportar. Pero deseo casarme contigo, Aud. Te quiero con todo mi corazón.

Era lo que la joven siempre había soñado. Charles era el único hombre a quien jamás podría amar. Pero no podía hacer lo que él le pedía, le era completamente imposible. ¿Tan difícil era eso de comprender?

Se le llenaron los ojos de lágrimas y, sacudiendo su melena cobriza, Audrey acarició suavemente una mejilla de su amante con las yemas de los dedos.

– ¿No sabes cuánto te quiero, Charles? ¿Cuánto desearía poder hacerlo? Pero no puedo… ¡nopuedo! -se levantó y cruzó la habitación y contempló a través de la ventana la Union Square, que se veía abajo-. No puedo dejar al abuelo, ¿es que no lo comprendes?

– ¿Crees de veras que es eso lo que él espera de ti? No es tan irracional como tú imaginas, Aud. No puedes renunciar a tu vida por él.

– Se le partiría el corazón.

– ¿Y el mío? -preguntó Charles, mirándola con emoción. Audrey no supo qué contestarle.

– Te quiero -le dijo; y con los ojos le suplicaba que la comprendiera.

– Eso no basta. Eso nos destrozará a los dos. ¿Quieres casarte conmigo? -No había modo de esquivar la pregunta de Charles y Audrey no podía darle la respuesta que él anhelaba. Tenía que hacer un sacrificio, como cuando se quedó en Harbin durante ocho meses, sólo que muchísimo peor-. Con-

téstame, Audrey -Charles la miró, diciéndole en silencio que no habría otra oportunidad, que aquélla era la última vez-. ¿Audrey?

Ambos se hallaban separados por un universo de dificultades.

– Charlie, no puedo… Ahora mismo, es imposible…

– Entonces, ¿cuándo? ¿El mes que viene? ¿El año que viene? Nunca quise casarme con nadie hasta que te conocí a ti, y ahora te lo ofrezco todo, mi vida, mi casa, mi corazón, la fortuna que pueda tener, mis derechos de autor. Todo lo mío es tuyo, pero no estoy dispuesto a esperar diez años, no pienso desperdiciar mi vida y la tuya, esperando a que muera este hombre. Quiero creer que él desea cosas mejores para ti. ¿Me permites que yo mismo se lo pregunte? Lo haría con mucho gusto.

– No puedo hacerle eso, Charles -contestó Audrey, negando con la cabeza-. Él diría que me fuera. Y entonces, se moriría. Soy lo único que tiene.

– También eres lo único que yo tengo.

– Y tú eres el único hombre al que jamás podré amar.

– Pues, entonces, cásate conmigo.

Audrey le miró largo rato en silencio. Después volvió a sentarse muy despacio y se echó a llorar.

– No puedo, Charlie.

Éste se volvió de espaldas y contempló la Union Square a través de la ventana.

– En tal caso, todo habrá terminado entre nosotros cuando yo me vaya. No quiero volver a verte nunca más. No quiero seguir jugando a este juego.

– No es un juego, Charlie. Es mi vida… y la tuya. Piénsalo antes de excluirme definitivamente de ella.

Charles sacudió la cabeza en silencio y, por fin, se volvió a mirarla con tristeza infinita.

– Tenerte y no tenerte será una tortura para ambos y luego, ¿qué nos quedará? El vacío…, promesas…, mentiras. Tú misma has dicho que ojalá Molly fuera hija mía. Pues, bien, yo también lo quisiera. Algún día quiero tener hijos y tú también lo quieres. No podemos tenerlos en la actual situación o, por lo menos, no debiéramos. Deseo una vida de verdad con una esposa de verdad y unos hijos cuando a los dos nos pare2ca oportuno. Exactamente igual que James y Vi. Audrey lo entendía muy bien.

– Pues, entonces, quédate a vivir conmigo en San Francisco -le dijo.

– ¿Y qué haré? ¿Trabajar en un periódico local? ¿Vender zapatos? Yo soy un escritor especializado en viajes, Audrey. Ya conoces mi vida. Viviendo aquí, no podría hacer lo que ahora hago. Uno de los dos tiene que sacrificarse y esta vez te toca a ti.

– Charlie, no puedo -dijo Audrey, que apenas podía hablar por culpa de las lágrimas.

– Piénsalo bien. Estaré aquí hasta las cuatro. Mi avión sale a las seis.

Faltaban menos de veinticuatro horas y, en tan poco tiempo, no podía producirse ningún cambio drástico.

– No eres razonable, Charles.

– Hago lo que considero mejor para los dos. Tienes que tomar una decisión.

– Te comportas como si yo pudiera elegir libremente, como si mi actitud obedeciera a un capricho, cuando lo que hago, en realidad, es asumir mis responsabilidades.

– ¿Y tus responsabilidades para conmigo, para contigo misma e incluso para la niña? ¿No te sientes en la obligación de conseguir lo que deseas…, si es que de veras lo deseas?

– Bien sabes que sí.

– Pues entonces vente conmigo. O, por lo menos, prométeme que lo harás muy pronto.

– No puedo prometértelo. No puedo prometerte nada -dijo Audrey, cubriéndose el rostro con las manos.

Charles asintió en silencio. Ya sabía, cuando se trasladó allí, el riesgo que corría. Ahora, por lo menos, terminarían sus dudas. O bien Audrey accedería a casarse con él o 'bien le cerraría la puerta para siempre. Por su parte, él no pensaba seguir jugando. Era lo mínimo que podía hacer.

Charles acompañó a la joven en un taxi a casa y, antes de despedirse de ella con un beso, le acarició suavemente las mejillas.

– No quiero ser cruel, pero, en caso necesario, tenemos que cortar por lo sano por el bien de los dos.

– ¿Por qué? -preguntó Audrey, perpleja-. ¿Por qué precisamente ahora? ¿Acaso hay alguien más en tu vida?

Hasta aquel momento, no se le había ocurrido pensar en aquella posibilidad.

– Lo hago porque no puedo vivir sin ti -contestó él, sacudiendo la cabeza-. Y, si de veras no puede ser, es mejor que empiece a acostumbrarme cuanto antes.

– Eres injusto -dijo Audrey. Sin embargo, eso fue precisamente lo que ella había pensado cuando Charles no quiso escribirle a Harbin, dolido por su rechazo-. Fíjate en cuántas responsabilidades tengo.

– En la vida siempre habrá algo, Aud. Tienes que adoptar una decisión ahora mismo.

Audrey descendió del taxi y él hizo lo mismo y le dio un beso, de pie en los peldaños de la entrada.

– Te quiero -le dijo Charles.

– Y yo a ti también.

Pero no podía hacer nada. Subió a su habitación y, tomando a la niña dormida en sus brazos, la acercó a su rostro para oír el suave murmullo de su respiración.

Pensó en todo cuanto Charles le acababa de decir, en su proposición de matrimonio, en los hijos que deseaba tener… Era una lástima que lo quisiera todo precisamente en aquellos instantes. A la mañana siguiente, cuando bajó a desayunar sin apenas haber dormido en toda la noche, el abuelo la miró con el ceño fruncido para disimular su inquietud. Intuía que su nieta estaba sufriendo mucho.