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– ¿Cuándo piensas venir?

– Pues, no lo sé… Yo…

Audrey recordó la razón de su viaje a Londres. No tenía por qué quedarse allí. Ahora comprendía por qué no estaba Charles en casa. Se estremeció al pensar en la posibilidad de que le hubiera contestado Charlotte, que ahora se llamaba Charlotte Parker-Scott. Quería abandonar Londres inmediatamente.

– ¿Qué tal mañana? ¿Sería demasiado pronto? Audrey miró a Mai Li jugando en la otra habitación y pensó que tenía que decir algo.

– ¡Fantástico, Audrey! ¿Vendrás en avión? -Tomaré el tren -contestó Audrey, que ya no tenía ninguna prisa-. Violet… Vengo con mi hija.

– ¿Cómo?

Habían vuelto a producirse interferencias.

– ¡Que vengo con mi hija! -gritó Audrey.

– Dime cuándo llegas. Trae lo que quieras. Tenemos sitio de sobra.

– Gracias -contestó Audrey con voz temblorosa-. Nos veremos mañana.

– Au revoir. Acudiremos a recibirte a la estación.

– Muy bien.

Ambas amigas colgaron el teléfono al unísono y Audrey permaneció largo rato sentada con la mirada perdida en la lejanía, pensando en lo que Violet acababa de comunicarle. Le parecía increíble. Charlie, el hombre al que tanto amaba y que era el principal motivo de su viaje, se había casado con una mujer. Con una mujer llamada Charlotte Beardsley.

CAPITULO XXVI

El tren llegó a la estación de Antibes exactamente a las ocho y cuarenta y tres minutos de la mañana. Audrey se encontraba sentada junto a la ventanilla, luciendo un vestido de hilo azul claro y calzada con las alpargatas que se compró la última ve2 que estuvo en Antibes, hacía dos años. Mai Li llevaba un vestido de algodón rosa, un delantal blanco y una cinta rosa en el cabello que le daba la apariencia de un encantador angelito chino. Audrey se asomó, pero no vio a sus amigos. Buscó entonces a un mozo que le bajara las maletas y les vio cuando ella y Molly ya estaban en el andén. No habían cambiado lo más mínimo. Violet lucía un vaporoso vestido blanco, una enorme pamela y un pañuelo de seda rosa alrededor del cuello, que ocultaba en parte una sarta de perlas del tamaño de unas bolas de naftalina. James vestía una camisa blanca y azul marino, unos holgados pantalones blancos y unas alpargatas azul marino que le conferían un aspecto más francés que británico.

Violet corrió a su encuentro y se detuvo en seco al ver a Molly.

– ¡Sombrero! -exclamó la chiquilla, señalando, fascinada, a Violet.

– ¿Y ésta quién es? -preguntó Violet sorprendida mientras James le indicaba al mozo dónde debía llevar las maletas.

– Quise decírtelo ayer por teléfono -contestó Audrey riéndose-, pero había tantas interferencias que no pude. Esta es mi hija Molly.

– Vaya, vaya -dijo Violet, agitando un dedo en dirección a Audrey en gesto de fingida amonestación-. Conque eso es lo que hiciste por allí. Desde luego, es preciosa… ¿Quién es el padre? -preguntó, inclinándose hacia adelante para acariciar el sedoso cabello negro de la niña. – Pues, en realidad, no estoy muy segura -contestó Audrey mientras su amiga la miraba asombrada-. Creo que un soldado japonés.

– No debes decírselo a nadie -dijo Violet, frunciendo los labios-. Di que es un famoso filósofo. O algún importante personaje del gobierno.

– Pero, bueno, ¿y ésa quién es? -preguntó James, mirando a la niña mientras se acercaba para abrazar afectuosamente a Audrey.

– Cariño, Audrey tuvo esta preciosa hija china -se apresuró a contestar Violet mientras la joven se reía.

Al final, ésta decidió salvar su reputación antes de que la cosa llegara demasiado lejos, pese a que ni James ni Violet parecían escandalizarse ante la posibilidad de que hubiera tenido una hija ilegítima. Le gustaba que fueran tan liberales.

– En realidad, su madre murió en el orfanato cuando yo estaba allí, y entonces decidí adoptar a Mai Li y llevármela a casa.

James acompañó a su amiga al automóvil mientras Violet jugaba con Molly y le hacía cosquillas.

– Tu abuelo se alegraría mucho -dijo Violet.

Audrey recordó la reacción inicial del anciano y el cariño que después le cobró a la niña a la que incluso nombró en su testamento, llamándola «mi bisnieta Molly Driscoll».

– Al final, se acostumbró a ella y la quería muchísimo. Violet la miró frunciendo el ceño mientras ambas se acomodaban en el lujoso Mercedes.

– Charles no nos habló de la niña cuando fue a verte en septiembre -dijo mirando ajames, mientras Audrey trataba de disimular su dolor.

Sin embargo, necesitaba saber con quién se había casado y por qué. Tenía que haber alguna explicación. Le parecía imposible que se hubiera enamorado repentinamente de otra y se hubiera casado con ella de la noche a la mañana. Él no era así, pensó, tratando de prestar atención a James y Violet. Llegaron a la villa y Audrey comprobó que ésta tampoco había cambiado. Le asignaron la misma habitación que la primera vez, que tenía una vista preciosa sobre el Mediterráneo, y le dieron a Mai Li la habitación contigua, a la que se accedía por medio de

una puerta de comunicación. Al fin, mientras contemplaban la puesta de sol desde la terraza, Audrey le preguntó a Violet por la chica que se había casado con Charles. Necesitaba saber algo acerca de ella. James estaba en el interior de la casa, abriendo unas botellas de vino para que éstas pudieran «respirar» antes de la cena. Le gustaba especialmente el Haut-Brion, que ellos solían llamar en broma O'Brien, y, sobre todo, el Mouton Rothschild. En la Costa Azul se comía y bebía muy bien, pero Audrey no pensaba en aquellos momentos en nada de todo eso.

– Charles no me habló de otra mujer cuando nos vimos en San Francisco -dijo en tono vacilante.

– Charlotte lleva dos años persiguiéndole -contestó lady Violet, observando que los ojos de Audrey se nublaban repentinamente-. No estarás todavía enamorada de él, ¿verdad, Audrey? -preguntó, apoyando una mano sobre la de su amiga. Hubiera sido absurdo disimular, porque Violet lo hubiera sospechado de todos modos, pensó Audrey mientras las lágrimas asomaban a sus ojos y empezaban a rodarle por las mejillas-. Oh, Audrey, cuánto lo siento… Y yo que te lo comuniqué tan bruscamente por teléfono. Pensé que ya todo había terminado entre vosotros. Charles así nos lo dijo con toda claridad cuando volvió de San Francisco.

– ¿Qué es lo que dijo? -preguntó Audrey, profundamente turbada.

– En realidad, no gran cosa. Sencillamente, que todo había terminado. Tú estabas definitivamente instalada allí y él tenía su propia vida. Y te aseguro que la vivió con mucha intensidad.

– Volvió a pedirme que me casara con él -explicó Audrey, mirando angustiada a lady Vi-, pero yo no podía acceder a su ruego, Violet. ¿Cómo hubiera podido dejar a mi abuelo? No hubiera sido justo. Le sugerí que se trasladara a vivir a San Francisco durante algún tiempo, pero él tampoco podía hacer eso, claro. Ambos estábamos atrapados por nuestras respectivas obligaciones.

– Y él se debió marchar muy ofendido, supongo -dijo Violet, que le conocía muy bien. -Se puso furioso. Le dolió y se enfadó, pero se negó a entender mis razones.

– Tienes que comprender, Audrey, que Charles nunca ha tenido responsabilidades de ningún tipo…, exceptuando la de su hermano. Pero, entonces, él era prácticamente un niño y aún no le había tomado afición a los viajes. Cuando te acostumbras a ellos, ya no puedes dejarlo. No creo que nunca consiga sentar la cabeza… Por lo menos, en el sentido que habitualmente se da a esa frase. Lo curioso es que viajar a ti te gusta tanto como a él.

Audrey sonrió y se enjugó las lágrimas con un pañuelo. Desde el comedor, James contempló a las dos amigas, pensando que formaban un cuadro delicioso. Se tomó una copa de kir y decidió no interrumpir sus confidencias.