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– Vente a Venecia con nosotros -le dijo Ushi mientras ambas tomaban el sol en la galería.

Se había puesto el sombrero de paja de Karl y estaba preciosa.

– ¿En vuestra luna de miel? -dijo Audrey, riéndose-. Vamos, mujer. Apuesto a que Karl estaría encantado.

– Ja, pues, claro que lo estaría -tronó éste desde la puerta, acercándose a la silla de Ushi-. ¿Por qué no vienes con nosotros, Audrey?

– No puedo, Karl.

– ¿Y por qué no?

– Tenéis que estar solos. Es vuestra luna de miel.

– Podríamos hacer un ménage a trois, ¿ja? -le susurró él al oído.

– Nein -contestó Audrey, echándose a reír.

En aquel momento, se acercó un automóvil del que poco después descendieron dos personas. El hombre se encontraba de espaldas y la mujer era alta y delgada, lucía una enorme pamela y un vestido blanco con los hombros muy marcados. Audrey oyó voces inglesas mientras Vi les saludaba en el jardín y un criado trasladaba las maletas al interior de la casa. Vi no les había dicho que esperaban a otros invitados y Audrey no sabía si ofrecerles la habitación de Molly. A Vi no le importaba recibir amigos inesperados.

– ¿Sabes quiénes son? -preguntó Ushi. Audrey negó con la cabeza-. Yo tampoco -dijo la baronesa, mirando con una sonrisa a su nueva amiga-. Me alegro mucho de haberte conocido, Audrey… y también a Molly.

Ushi esperaba tener un hijo muy pronto. Tenía treinta y un años y Karl treinta y cinco, lo mismo que Vi y James. Habían acordado tener seis hijos y querían iniciar la tarea cuanto antes. A sus veintinueve años, Audrey era la más joven del grupo y a menudo le gastaban bromas por esta causa. En aquel momento, apareció Violet con una jarra de limonada y miró muy

nerviosa a Audrey. Ushi se dio cuenta de ello, pero no así Audrey, la cual siguió conversando con Karl mientras Violet les servía a todos de beber y los recién llegados salían a la galería. El hombre que acompañaba a la inglesa se desconcertó visiblemente al ver a Audrey. Al volverse a mirar, Audrey se quedó petrificada y soltó el vaso, el cual se rompió en el suelo, haciéndole un profundo corte en el pie. Todo el mundo se apresuró a ayudarla y Karl tomó una servilleta de damasco para restañar la sangre, pero ella pidió una toalla porque no quería estropear la preciosa servilleta de Violet.

– Vamos, Audrey, no seas tonta -replicó ésta, aplicando ella misma la servilleta a la herida mientras Audrey miraba a Charles.

– Hola, Charles -dijo la joven, tendiéndole una mano a su antiguo amante -. Disculpa que haya armado este desastre. No siempre soy tan torpe -añadió mientras todo el cuerpo se le estremecía. Nadie hizo las presentaciones y era tal la tensión en el aire que casi se hubiera podido cortar con un cuchillo-. ¿Cómo está usted? Soy Audrey Driscoll.

La alta y atractiva joven le estrechó la mano, muy seria.

– Soy Charlotte Parker-Scott, encantada de conocerla.

– Bueno, pues -dijo Violet, muy nerviosa-, ¿por qué no entramos un momento mientras limpian todo eso? Que todo el mundo se ponga los zapatos, por favor.

Había cristales esparcidos por el suelo y Audrey se avergonzaba de haber protagonizado aquel espectáculo. Tanto ella como Vi conocían el motivo y Ushi intuía que la llegada de aquel hombre le había producido a Audrey un profundo dolor. Sin embargo, nadie pudo leer la menor emoción en su rostro mientras entraba cojeando en la casa sostenida por Karl. Este se ofreció a llevarla en brazos, pero ella rechazó el ofrecimiento y se fue a su habitación para refrescarse un poco y ponerse una venda.

Vi fue a verla momentos más tarde y le dijo retorciéndose nerviosamente las manos:

– Audrey, no tenía la menor idea de que iba a venir… Debes creerme… Es muy propio de Charles presentarse así, por las buenas… No los esperábamos… -No te preocupes, Vi. Tarde o temprano, tenía que ocurrir.

– Pero no aquí donde tú viniste precisamente para olvidarle o, por lo menos, eso pienso.

– Puede que ésta sea la mejor cura. Una vacuna contra Charles Parker-Scott. -Mientras acercaba un paño húmedo a la herida del pie de Audrey, ésta miró tristemente a su amiga-. Es una chica muy guapa, Vi. Supongo que eso lo explica todo.

– No seas ridicula -dijo Violet, agitando una mano-. No es ni la décima parte de guapa que tú. Y es más fría que un iceberg. -En cuanto la vio, Audrey intuyó que era una mujer dura, calculadora e insensible-. Sólo se quedarán esta noche. Le dije a Charles que no pueden quedarse. No quiero que estés incómoda.

– No digas tonterías, Vi. Además, yo quería viajar un poco por ahí de todos modos. Ushi y Karl me han sugerido que los acompañe a Italia.

A Audrey no le apetecía ir ni le parecía acertado hacerlo, pero eso era mejor que quedarse en la villa. Los podía utilizar como excusa para marcharse y separarse de ellos al cabo de un par de días. Lo que no quería era quedarse allí, con Charlie y su mujer.

– Por favor, Audrey, te lo suplico… Se irán mañana, te lo juro.

Violet se compadecía con toda su alma del dolor de su amiga. Sin embargo, lo peor fue la expresión del rostro de Audrey cuando vio a Charlie. Era una expresión de angustia y desesperación absolutas. Llevaba escrita en la cara la magnitud de la pérdida, y Charlie se debió de dar cuenta. Por desgracia, también se la dio Charlotte, la cual lo estaba comentando con su marido, en la galería.

– No me dijiste que la encontraríamos aquí.

Sabía muy bien quién era Audrey y sospechaba lo mucho que debió de significar para su marido en otros tiempos. Lo adivinó cuando Charles regresó de San Francisco el año anterior y decidió aprovechar la ocasión. Ahora no quería que se reavivaran los recuerdos. Ella lo había conquistado y no pensaba perderlo.

– No tenía la menor idea de que pudiera estar aquí -le dijo Charlie, mirándola a los ojos-. Jamás lo pensé.

Le extrañaba que hubiera podido dejar al abuelo en Sao Francisco.

– Creo que deberíamos irnos a un hotel.

– No pienso huir de ella, Charlotte -contestó Charles en tono inflexible.

– Pues, yo no pienso vivir bajo el mismo techo que ella -dijo Charlotte, apretando los dientes-. Además, no me conviene ponerme nerviosa.

Charles exhaló un suspiro. Iban a ser unos seis meses y medio muy largos. Cada vez que ella le recordaba su estado, conseguía salirse con la suya, y Charlie no quería correr el riesgo de disgustarla.

– Probemos sólo por esta noche. Si nos resulta demasiado difícil, mañana nos iremos a un hotel. Te lo prometo. En cambio, si nos vamos ahora, todo el mundo se dará cuenta y pondremos a James y Vi en un apuro.

Charlotte era lo bastante inteligente como para no insistir. Permaneció de pie, estudiando a Charles en silencio, sobre todo, cuando Audrey salió de su habitación, luciendo un traje pantalón blanco de hilo a lo Marlene Dietrich. El blanco inmaculado de la prenda realzaba el intenso bronceado y el color cobrizo del cabello de la joven. Charles pensó que jamás la había visto tan hermosa. Dio media vuelta y entró en la casa para tomarse otra copa. Charlotte tenía tuzan. No iba a ser fácil.

Por la tarde, Audrey salió de compras con Ushi y Karl y, a la vuelta, se fue con Molly a la cocina para darle de comer. Las criadas de Vi se habían enamorado de la niña y se disputaban el privilegio de cuidarla, pero Audrey no quería dejarla muy a menudo. Le resultaba reconfortante volver a la antigua rutina de cortarle la carne de pollo a trocitos y mirarla sonriendo mientras ella se reía y jugaba al escondite con la servilleta. Molly era el único rayo de sol en su vida y siempre lo sería. La presencia de Charles le resultaba muy dolorosa. Por la noche, tuvo que hacer un esfuerzo para bajar a cenar. Puso especial esmero en arreglarse. A pesar de lo que dijera Vi, ella no podía competir con Charlotte. La esposa de Charles vestía prendas exquisitas y tenía un gusto impecable. A su lado, Audrey se sentía vulgar. Charlotte era una de aquellas mujeres que olían a dinero y poder, y de no haber sido por su brillante inteligencia, Audrey se hubiera sorprendido de que Charles la hubiera elegido por esposa.