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Sin embargo, el placer se había terminado con la repentina aparición de Charlotte.

Para animar un poco la atmósfera, Violet empezó a comentar con Karl sus planes de viaje de la semana siguiente. Karl le habló de su deseo de ir a Venecia y, al oírlo, Charles miró inmediatamente a Audrey, la cual apartó los ojos y fingió entretenerse doblando una servilleta. Los recién casados pensaban pasar la última semana de su luna de miel en Venecia. A finales de septiembre, Karl tenía que regresar a Berlín para reanudar sus clases en la universidad. Por su parte, Ushi estaba deseando que se iniciara la temporada social. James les aconsejó algunos restaurantes de la ciudad y les sugirió varias excursiones interesantes. Poco después, los tres viajeros descendieron los peldaños para marcharse. Audrey llevaba a Molly en brazos. Para ser una mujer que jamás había tenido hijos, era extraordinariamente experta en llevarse a la niña a todas partes. Molly tenía muy buen carácter y, para ella, todo era una emocionante aventura.

– Cuídate mucho, Audrey -le dijo Violet-. Y llámanos para decirnos cuándo vas a Londres. Nosotros volveremos muy pronto y querernos que te alojes en nuestra casa a nuestro regreso. E incluso antes, si así lo quieres.

El ama de llaves estaba siempre allí. Mientras abrazaba cariñosamente a Audrey, Violet pensó que la iba a echar mucho de menos. James la besó asimismo con afecto y todo el mundo se despidió efusivamente de Karl y Ushi. Al fin, Charlie miró a Audrey con tanta tristeza que Violet tuvo que apartar los ojos. Sabía que Audrey hubiera preferido no verle, pero Charles salió de su habitación para decirle adiós a la joven y ahora la miraba con inmensa ternura.

– Adiós, Charles -dijo Audrey.

Por lo menos, ya sabía que todo había terminado definitivamente. No podría seguir soñando en una hipotética reunión futura. Ambos sabían que eso era imposible.

– Saluda a Venecia de mi parte -le pidió Charles. Esas palabras lo decían todo: que la seguía queriendo y que se acordaba de ella.

– Yo no iré -dijo Audrey, sacudiendo la cabeza mientras estrechaba a Molly contra su pecho-. Eso es para Ushi y Karl.

Charles lo comprendía perfectamente, jamás habría deseado volver allí. Hubiera sido demasiado doloroso para él.

– Puede que nos veamos en Londres alguna vez.

Audrey se lo quedó mirando en silencio; después, dio media vuelta, abrazó de nuevo a Vi y James y subió al coche de los Rosen.

CAPÍTULO XXVIII

– ¿Te encuentras bien, Charlotte? -preguntó Charles, mirando solícito a su mujer tras la marcha de Audrey.

Hubiera querido sentir por ella lo mismo que sentía por la otra, pero no podía. Tenía que hacer un esfuerzo para recordar que su esposa llevaba un hijo suyo en el vientre, pero ni así se animaba. Charlotte era tan animosa que casi nunca mencionaba su estado. Charles la miró sonriendo y trató de hacerse a la idea de que su esposa era ella y no Audrey.

Sin embargo, la casa de Antibes era una tumba sin Audrey y los Rosen. Charles dio un largo paseo con James por la playa, pero no le hizo ninguna confidencia. Lady Vi intentó intimar un poco más con Charlotte, pero descubrió que ésta le era tan antipática como al principio. Era una mujer tan fría y calculadora que no acertaba a comprender cómo Charlie podía aguantarla. No bastaba con que fuera inteligente.

– Es como si estuviera casado con un hombre -le comentó Violet aquella noche a James en la intimidad de su dormitorio-. ¿Cómo pudo casarse con ella?

Al final, Charlie decidió confesarle la razón a su amigo.

– Está embarazada.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Violet-. Qué situación tan terrible para Charlie. ¿Por eso se casó con ella?

– Creo que sí, aunque él no me lo haya dicho con claridad. Yo no soy tan hábil como tú en hacer preguntas indiscretas

– contestó James, alegrándose de que su vida no fuera tan complicada como la de Charlie -. Creo que él hubiera preferido que abortara. Pero, al parecer, Charlotte es católica.

– ¿De veras? -preguntó lady Vi, sorprendida-. Nunca lo hubiera imaginado. No fue a misa el domingo.

Ellos eran anglicanos y entre sus amigos no abundaban mucho los católicos.

– A lo mejor, no se encontraba bien. En fin, sea como fuere, Charles va a ser papá.

– ¿Está contento?

– No estoy muy seguro de ello. Creo que todavía está algo aturdido y me parece que la chica le gusta de verdad. Tuvieron relaciones mucho tiempo y ella le acompañó incluso a El Cairo cuando él estuvo allí. Sin embargo, no creo que él tuviera intención de convertirlo en algo permanente. Para eso hubiera preferido a Audrey.

– Menos mal… Pobre Charlie… Y pobre Audrey. Qué horrible desastre -dijo Violet, frunciendo el ceño-. ¿Sabes una cosa? Creo que lo debió hacer a propósito.

– Otras lo han hecho -contestó James, echándose a reír-, aunque no la imagino recurriendo a estos trucos femeninos. Es demasiado práctica.

– No estés tan seguro. Creo que le entusiasma la idea de dirigir la carrera de Charlie y de tenerle a su disposición como una marioneta. Además, es extraordinariamente guapa y puede conseguir lo que quiera. De no haber sido por eso, jamás le hubiera pescado.

– Madre mía, qué mente tan retorcida tienes. ¿Así me pescaste tú a mí? ¿Conspirando e intrigando?

– Pues, claro -contestó Violet, esbozando una radiante sonrisa-. Pero, por lo menos, no utilicé el socorrido truco de quedarme embarazada.

– Ojalá lo hubieras hecho -dijo James al recordarlo-. Me volviste loco durante casi dos años…, maldita virgen fanática.

Violet se ruborizó mientras él la acariciaba y besaba con pasión. A los pocos momentos, ambos se olvidaron por completo de Audrey y de Charlie.

CAPITULO XXIX

Audrey pasó unos días muy felices con los Rosen, en San Remo. Estaba más tranquila que en los últimos tiempos en Antibes, con la constante presencia de Charles y su mujer. Había soportado una terrible tensión y se alegraba mucho de haberse marchado, aunque echaba de menos a James y a Vi. San Remo era siempre divertido, incluso a finales de verano.

Audrey quería dejar a Karl y a Ushi y proseguir su viaje por Italia en tren, pero ellos insistieron tanto en que les acompañara por lo menos hasta Milán que, al fin, se dio por vencida. Después, cuando ellos se fueran a Venecia, ella se iría a Roma. Entretanto, se lo estaban pasando de maravilla en Milán, viviendo en un fabuloso palazzo de unos amigos de Karl. Había frescos pintados en las paredes, increíbles tapices dignos de figurar en un museo y lienzos de Renoir, Goya y Da Vinci, así como una gran colección de Della Robbia. Era un lugar extraordinario. Los anfitriones eran un principe y una principes-sa de verdad y Audrey se lo pasó muy bien, charlando con ellos hasta altas horas de la madrugada. Bebían mucho vino y asistían a todas las fiestas. Incluso organizaron en su honor una «pequeña fiesta» improvisada, a la que asistieron unos trescientos amigos, Audrey se puso uno de los vestidos de noche que se había comprado para el barco y se sintió muy vulgar al lado de las extravagantes italianas que llevaban collares de gruesas esmeraldas, rubíes y zafiros y diademas de brillantes.

Los tres lamentaron mucho tener que marcharse, sobre todo Audrey que no estaba muy entusiasmada con la perspectiva de ir a Roma. Una mañana, mientras desayunaba con Molly, decidió regresar a Londres antes de lo previsto dado que no tenía ningún proyecto especial. Tal vez pudiera hacer una breve escapada a París en compañía de Violet. Sin embargo, aquel mismo día Ushi y Karl volvieron a insistir en que les

acompañara a Venecia. No les apetecía viajar solos y, en caso de que cambiaran de idea, prometían decírselo.