Выбрать главу

A la mañana siguiente, se dirigió de nuevo a la comisaría de policía y allí le dijeron que Karl había sido trasladado a las dependencias de Unterhaching. El trayecto en automóvil fue muy largo y, en su transcurso, sólo se oyeron los sollozos de Ushi. Hasta la pequeña Molly guardaba un extraño silencio en brazos de Audrey. Al llegar, se fueron directamente a la comisaría de policía, temiendo por la vida de Karl. Precisamente en aquel instante, vieron que le introducían en una camioneta, con las manos esposadas. Ushi lanzó un grito y corrió hacia él mientras Molly rompía a llorar y Audrey le cubría los ojos en un gesto reflejo. El barón Von Mann se

interpuso entre ellas y los soldados. Ushi casi había llegado junto a Karl cuando su padre la asió de un brazo mientras los soldados empujaban a Karl hacia el interior del vehículo y éste le gritaba:

– Estoy bien, estoy bien… Ich bin…

Cerraron la portezuela de golpe y Ushi contempló la escena horrorizada. Apenas parecía el mismo hombre. Llevaba la ropa hecha jirones y el rostro y la cabeza cubiertos de sangre reseca. Poco después, la camioneta se puso en marcha y la única respuesta que posteriormente obtuvieron fue que el problema se había «resuelto».

El barón dijo que lo único que podían hacer en aquel momento era volver a Munich donde sería más fácil obtener información. Quedarse en Unterhaching no hubiera servido de nada; por consiguiente, regresaron directamente a Munich y se dirigieron al castillo de los Mann. Allí el barón encomendó a Ushi a los cuidados de su esposa y Audrey dio de comer a Molly y la metió en la cama tras darle un baño caliente. Sentada en su habitación, Audrey esperó recibir noticias de Karl. Todos estaban destrozados. Vivían una pesadilla horrible en la que no podían hacer nada por salvarle. Por la noche, al ver que se filtraba luz por debajo de la puerta de la habitación de Audrey, el barón la invitó a tomarse una copa de schnapps con él en la biblioteca. Hablaron de la locura de las nuevas leyes, pero ni siquiera en su casa el barón se sentía enteramente libre. Hablaron en voz baja, frente al crepitante fuego de la chimenea y tras cerrar las puertas. En Alemania ya nadie se fiaba de nadie, ni siquiera en su propia casa. Aquella noche, el barón hizo varias llamadas que resultaron infructuosas. Tardaron dos días en recibir noticias. Con mucho dolor, el barón llamó a los padres de Karl para informarles de lo ocurrido y éstos le agradecieron los esfuerzos que había hecho. Sin embargo, todo resultó inútil. El barón colgó el teléfono y lloró en silencio, cubriéndose el rostro con las manos antes de subir arriba para comunicar la noticia a su mujer y a su hija. Primero se lo dijo a su mujer y, después, ambos fueron a ver a Úrsula, que estaba encerrada en su habitación y medio enloquecida por el dolor. Al verles entrar, ésta intuyó lo que iban a decirle. Audrey oyó el grito desde su habitación y salió corriendo al pasillo como si esperara la llegada de alguien o que se produjese algún cambio en la situación. Pero, para Karl, todo había terminado. Estaba muerto, había sido asesinado por los esbirros de Hitler. De pie, en el pasillo azotado por las corrientes de aire, Audrey recordó la risa y el calor de los ojos de su amigo y comprendió por primera vez en su vida lo preciado y efímero que era el amor. En unas horas, Ushi había pasado de ser una recién casada al estado de viuda. Karl ya no estaba con ellos y lo que a él le había ocurrido les podía suceder a otros. Audrey se percató de cuan dichosos habían sido ella y Charles y de lo necio que era él, al desperdiciar su vida al lado de una mujer a la que no amaba.

Aquella noche, Audrey tardó varias horas en poder ver a Ushi, y, cuando lo consiguió, no supo qué decirle. Se limitó a estrecharla entre sus brazos mientras la mujer lloraba con desconsuelo. Cuando volvió a mirarla a los ojos, comprendió que Úrsula von Mann Rosen jamás volvería a ser la misma de antes.

CAPITULO XXX

El teléfono sonó en Antibes poco después de las seis de la mañana siguiente y James extendió un bra2o por encima de la cabeza de Violet para tomarlo.

– ¿Qué hora es? -preguntó la mujer en voz baja, mirando hacia el reloj que no podía ver.

Acababa de amanecer, pero ellos sólo llevaban dos horas acostados y, además, habían bebido demasiado champán. Char-lie y Charlotte aún estaban en la casa, pero, a pesar de la creciente antipatía que ésta le inspiraba, Violet prefería no preocuparse por ello. James no imaginaba quién podía llamarles a semejante hora, mientras se incorporaba en la cama.

– ¿Diga? ¿Diga? – hubo una larga pausa y James frunció el ceño; después-: ¿Audrey? ¿Qué ocurre? -James la oyó llorar en el otro extremo de la línea y sospechó inmediatamente que le había ocurrido alguna desgracia-. ¿Has tenido un accidente? – a Violet le dio un vuelco el corazón al pensar en la niña-. Oh, Dios mío… Oh, no… -exclamó James, mirando, aterrado, a su mujer.

– ¿De qué se trata, James? ¿Qué le ha pasado? -preguntó Violet.

Él le hizo señas de que se callara y siguió hablando. La comunicación era muy defectuosa, pero James no se atrevía a decirle a Audrey que repitiera las palabras porque la notaba muy alterada. Necesitaba hablar con alguien y James y Vi eran las únicas personas a las que podía llamar.

– ¡Dios mío, qué espanto…! ¡Pobre chica…! ¿Cómo está ahora?

– Oh, James… -dijo Violet, echándose a llorar en la certeza de que a Molly le había ocurrido un terrible percance.

James la tomó de una mano para tranquilizarla y luego sacudió la cabeza en silencio y le comunicó en voz baja: -No… es… la… niña…

– ¿No? -preguntó Violet, asombrada. Entonces, ¿de quién se trataba?

– ¿Dónde estás? ¿Quieres volver? Nosotros regresamos a casa dentro de unos días. Te sentaría bien volver aquí, Aud. De acuerdo, pero, por lo que más quieras, márchate cuanto antes. Espéranos en nuestra casa de Londres. Dame tu número de teléfono. Procura dormir un poco, Vi y yo llamaremos dentro de unas horas. ¿Quieres hablar ahora con ella? -preguntó James, volviéndose a mirar a su mujer-. Muy bien, pues, ya se lo diré. Aud… -añadió con los ojos llenos de lágrimas y la voz quebrada por la emoción-. Dile que lo sentimos con toda el alma -tras colgar el teléfono, James miró a su esposa en silencio. No sabía cómo decírselo. Al final, exhaló un suspiro y procuró no perder la calma-. Han matado a Karl.

Era una manera muy directa de decírselo, pero prefería informarla de golpe.

– ¡Oh, Dios mío, James! -exclamó Violet, horrorizada-. ¿Quién ha matado a Karl? ¿Y cómo está Ushi? ¡Oh, no! -gritó, rompiendo a llorar mientras James la rodeaba con un brazo.

– Los nazis. Le sacaron del tren a la fuerza, le encarcelaron y le pegaron un tiro. Al parecer, han aprobado una absurda ley por la cual se castiga con pena de muerte a cualquier judío que mantenga relación sexual con una persona de raza aria, tanto si están casados como si no. ¿Habráse oído jamás cosa igual? Están locos.

Pero lo peor era que habían matado a Karl Rosen.

– Oh, Dios mío -fue lo único que acertó a decir Violet, llorando en brazos de su marido.

Después, bajaron a tomarse un café y aún seguían allí sentados cuando Charlie bajó a las ocho. Estaba muy serio y tenía un poco de resaca, pero, al mirarles, comprendió que había ocurrido algo.

– ¿Qué fue esta llamada telefónica que oí alrededor de las seis? -preguntó mientras James le miraba en silencio y Vi se echaba a llorar-. ¡Oh, Dios mío…! ¿Qué pasa, Vi?

Mientras se sentaba, James le explicó lo ocurrido.

– ¡No puede ser! ¡No es posible que hagan eso! -dijo Char-lie, levantando la voz sin querer. Los Rosen eran tan felices y estaban tan enamorados el uno del otro-. Esta gente ha perdido el juicio.

– Desde luego.

– ¿Cómo está Ushi?