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– Supongo que muy mal -contestó James-. Por lo menos, a ella no le han hecho nada. Se dirigían a Berlín, pero ahora está con sus padres en Munich. Audrey la acompaña.

– ¿Qué hace Audrey allí? -preguntó Charlie, turbado. No quería imaginársela en aquella situación y lamentaba con toda su alma que hubiera sido testigo de aquel horror.

– No lo pregunté, pero supongo que viajaba con ellos.

– ¿Cómo está?

– Muy trastornada, como es lógico. Le dije que la llamaríamos dentro de unas horas.

Charles asintió y se vertió un poco de whisky en el café, ofreciéndole lo mismo a James. Era algo temprano para beber, pero ambos lo necesitaban. Vi decidió, asimismo, tomar un poco precisamente en el momento en que Charlotte entraba en la estancia, luciendo un precioso salto de cama de raso blanco.

– ¿Qué ocurre? Todos nos hemos levantado hoy muy temprano – dijo Charlotte, esbozando aquella sonrisa suya tan fría y profesional.

Parecía que estuviera siempre sentada detrás de un escritorio.

Charlie la miró con tristeza mientras tomaba un sorbo del fuerte brebaje.

– Los nazis han matado a Karl Rosen.

– ¡Qué espanto! -exclamó Charlotte, horrorizada.

A continuación, los cuatro se pasaron horas hablando sin cesar de lo ocurrido. Charlotte tenía unas ideas muy claras sobre la política alemana y consideraba a Hitler mucho más peligroso de lo que creía la gente, en lo cual todos estaban de acuerdo con ella, aunque, en realidad, ya nada importaba. Karl había muerto y nadie conseguiría arreglarlo.

Por la tarde, James y Vi llamaron a Audrey y ésta les comunicó que aquella misma noche tomaría el tren para dirigirse a Londres. Los nazis se habían negado a devolver los restos de Karl para ser enterrados y, por consiguiente, no habría funeral. Por otra parte, Ushi se hallaba en tal estado que la joven consideraba oportuno dejarla sola en compañía de su familia. No podía hacer nada por nadie y era mejor irse discretamente. Prometió llamar a James y Vi al día siguiente en cuanto llegara a la casa de éstos en Londres. En Antibes, todos estaban muy tristes y aturdidos. James y Vi salieron a dar un largo paseo por la playa, mientras Charles se quedaba sentado en la galería y Charlotte descansaba en su habitación. Cuando se reunieron a la hora de cenar, Vi observó que Charlotte no tenía buena cara.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.

Sabía cuan molestos podían ser los primeros meses de embarazo y se compadecía de ella muy a pesar suyo. Charlotte se encogió de hombros y trató de sonreír.

– No es nada. Debo de haber comido algo que no me sentó bien.

Se había pasado toda la tarde vomitando y Charlie se llevó un susto cuando entró en la habitación para recoger algo y la sorprendió de rodillas delante del excusado. Le preparó un té flojo, pero también lo vomitó. Charlie confiaba en que no se pasara todo el embarazo en aquel estado. Era la primera vez que Charlotte se encontraba mal desde que le comunicara la noticia.

– No creo que sea nada de todo eso, querida Charlotte -dijo Violet sonriendo-. Eso me pasa siempre a mí durante los tres o cuatro primeros meses del embarazo. Las tostadas y el té son el único remedio, aunque a veces ni eso da resultado.

– Pues, yo creo que ha sido la comida -dijo Charlotte, molesta por el hecho de que Violet estuviera al corriente de su embarazo.

Sin embargo, ésta se limitó a mirarla con aire de experta.

Aquella noche, Charlotte apenas comió y se fue inmediatamente a la cama. Violet dijo que ella y James regresarían a Londres cuanto antes para reunirse con Audrey aunque, como era natural, los Parker-Scott podrían quedarse en Antibes todo el tiempo que quisieran.

– En realidad, nosotros también nos vemos obligados a irnos. Charlotte tiene que regresar y yo tengo que escribir un libro -dijo Charles.

Tenían previsto realizar un safari en África, pero después no pudieron compaginarlo con su trabajo y se conformaron con pasar unas semanas en la Costa Azul; sin embargo, ya había llegado la hora de reanudar sus habituales actividades. La muerte de Karl había marcado el final de sus ensueños estivales. Lo único que a Charlie le preocupaba en aquellos instantes era la súbita indisposición de Charlotte. Tras tomar una última copa con James, Charles regresó a su habitación y encontró a Charlotte gimiendo en el suelo del cuarto de baño, con la cabeza apoyada en la taza del excusado.

– Charlie…, -dijo Charlotte que apenas podía hablar-. Me encuentro… muy mal.

Charles temió inmediatamente que fuera un aborto y estaba a punto de llamar a Violet cuando ella le indicó por señas que se acercara y se señaló el lado derecho del vientre.

– Aquí.

– ¿Quieres que llame a un médico? -le preguntó Charlie.

Pensó que algo terrible le ocurría a Charlotte y, sin aguardar siquiera su respuesta, dio media vuelta y llamó a la puerta del dormitorio de James y Violet.

– ¿Sí? -contestó Vi desde dentro. Charles entró y les sorprendió hablando de la pesadilla de Ushi y Karl-. ¿Ocurre algo, Charles?

– Charlotte se ha puesto muy mal y dice que le duele mucho el vientre. Yo no sé nada de todo eso -contestó Charles, mirando a Violet con impotencia-, pero creo que tendría que examinarla un médico inmediatamente. Me parece que convendría llevarla al hospital. -Vi se puso la bata y salió al pasillo sin decir nada. Dirigiéndose a su viejo amigo, Charles añadió-: Creo que no hubiéramos debido hablar tanto de Karl. A veces, me olvido de que está embarazada.

Se atusó nerviosamente el cabello con una mano mientras aguardaba el regreso de Violet.

Ésta volvió al cabo de poco rato y miró muy preocupada a James. -Creo que sería mejor llamar al doctor Perrault.

– ¿Es un aborto? -preguntó Charlie, horrorizado. No hubieran tenido que hablar tanto de aquellas cosas tan horribles por muy fuerte que su esposa pareciera-. ¿Le duele mucho?

– No te preocupes, Charles -contestó Violet, mirándole con simpatía-. Los problemas de las mujeres parecen a veces más tremendos de lo que son. La llevaremos al hospital y mañana ya estará bien.

Mientras la acompañaba al automóvil, a Charles no le parecía posible que su esposa vomitara de aquella manera. La envolvieron en una manta y James se puso al volante, Charles se sentó a su lado y Violet se acomodó en el asiento de atrás, sosteniendo una mano de Charlotte. Charles se volvió a mirar a su mujer y se sintió culpable de no tenerle más cariño. Era como si estuviera contemplando a una desconocida. James tomó hábilmente las curvas de la carretera mientras Charles le instaba a que acelerara. En cuanto llegaron al hospital de Cannes, Charlie entró y volvió a salir con dos camilleros que colocaron a Charlotte en una camilla y la llevaron dentro inmediatamente. Los tres la siguieron y en seguida se toparon con el doctor Perrault que ya les estaba aguardando. Este echó un vistazo a la paciente mientras las enfermeras le tomaban el pulso y la tensión arterial en presencia de Charles. El médico tardó menos de dos minutos en establecer la situación de «ma-dame».

– Es el apéndice, monsieur -dijo, mirando a Charles con el ceño fruncido-. Creo que puede haber perforación, o casi. Hay que operar en el acto.

Charlie asintió, un poco más aliviado.

– ¿Perderá al hijo?

– ¿Es que, además, está embarazada? -preguntó el médico, preocupado. Charlie asintió en silencio-. Comprendo… Veremos qué se puede hacer, pero hay muy pocas posibilidades de que el niño viva. -Charles miró al médico con los ojos llenos de lágrimas-. Haremos todo lo que podamos.

Se llevaron rápidamente a Charlotte y Charles se quedó en la sala de espera en compañía de James y Vi,

El médico tardó tres horas en volver. Entró quitándose el gorro de cirujano y les miró con la cara muy seria. Por un instante, Charles temió que su mujer hubiera muerto.