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– Su esposa está bien, monsieur -dijo el médico mirándole directamente a los ojos-. En efecto, había perforación, pero creo que hemos conseguido limpiarlo todo a tiempo. Deberá permanecer aquí tres o cuatro semanas, hasta que se recupere por completo.

Charles lanzó un suspiro de alivio, aunque el médico aún no le había dicho lo que él más ansiaba saber.

– ¿Y el niño? -preguntó, respirando hondo. El doctor Perrault le miró, sin querer hablar en presencia de James y Vi.

– ¿Puedo hablar a solas con usted, monsieur?

– No faltaba más…

Charlie temió lo peor y comprendió con asombro lo mucho que significaba un hijo para él. Era lo único que le quedaba. Acompañó al médico mientras Vi y James se quedaban en la sala de espera, y entró con él en otra salita. El doctor tomó dos sillas y le indicó a Charles que se sentara en una de ellas.

– ¿Puedo hacerle unas preguntas un poco personales, señor?

– Pues claro -contestó Charles, temiendo preguntarle por el niño.

A lo mejor, se habían producido complicaciones o Charlotte había perdido al hijo. Podían haber ocurrido muchas cosas.

– ¿Cuánto tiempo lleva casado?

Charlie no tenía el menor reparo en ser sincero con él. Aquel hijo significaba mucho para él y estaba dispuesto a todo con tal de salvarle.

– Casi cuatro semanas. Pero ella quedó embarazada hace tres meses, en Egipto… -Como si eso le importara a alguien. El médico sacudió la cabeza-. ¿Está acaso más adelantada?

O sea que era eso lo que más le preocupaba. Sin embargo, el médico le miró con simpatía, con tanta simpatía que casi le dolió.

– Me temo que ha habido un malentendido y yo no quisiera entrometerme en su vida personal, monsieur. Su esposa no está embarazada. Según me ha dicho sufrió una histerectomía hace cinco años. Yo lo examiné todo con sumo cuidado a causa de lo que usted me había dicho. No hay ningún niño, monsieur. No hay matriz, no hay embarazo y nunca lo podrá haber. Lamento mucho tener que decírselo.

Charles miró al médico como si acabara de recibir un mazazo.

– ¿Está seguro? -preguntó con la voz ronca.

– Por completo. No me cabe la menor duda de que su propia esposa se lo dirá, tal como me lo ha dicho a mí. A lo mejor, temía confesarle que nunca podrá tener hijos; sin embargo, con el tiempo, usted podrá aceptarlo. Queda el recurso de la adopción -añadió el doctor, dándole a Charles una palmada en un brazo-. Lo siento mucho, monsieur.

Charles asintió en silencio y se levantó.

– Gracias… Gracias por decírmelo -dijo al fin, antes de abandonar la estancia.

Conque le había mentido… Conque todo era mentira… El hijo concebido en El Cairo… Todo era mentira. Y él que se sentía culpable porque quería hacer constantemente el amor y no tomaba precauciones. Y el aborto que ella no quiso… Cuánto la había respetado por eso, aun a costa de tener que casarse con ella. Y el niño que hubiera sido como Sean, el niño que jamás podría nacer, que nunca existió. Le había mentido.

Cuando entró en la otra sala de espera donde le aguardaban Violet y James, estaba tan aturdido que apenas podía hablar.

– ¿Quiere ver a su esposa, monsieur? -preguntó una sonriente enfermera mientras él sacudía la cabeza-. Ahora ya está despierta, puede verla une petite minute.

Charles pasó por su lado sin contestar y salió del hospital; fuera se detuvo para aguardar a Violet y James. Necesitaba respirar un poco de aire fresco. Violet comprendió por la cara de Charles que algo horrible le había ocurrido y temió que Charlotte hubiera perdido el hijo.

– ¿Qué ocurre, Charles?

– No me hables… por favor.

– Charlie…

– Vi…, no…, ¡porfavor! -dijo Charles, girando en redondo y asiéndola por un brazo. Lloraba, pero no con lágrimas de tristeza, sino de rabia-. ¿Sabes lo que me ha hecho? ¡Me ha mentido! ¡No hay ningún niño! ¡Nunca lo hubo! Le practicaron una histerectomía hace cinco años. James le miró asombrado y Vi se quedó sin resuello.

– ¡No hablarás en serio! -exclamó Violet, horrorizada. «Pobre Audrey», pensó.. -Completamente en serio.

– Pero eso es incalificable -terció James, apretando los dientes. Después subió al automóvil, lo puso en marcha y les indicó a los demás que se acomodaran a su lado-. Vamos, necesitas un trago.

Al llegar a casa, le dieron más que uno. Charlie se levantó al mediodía del día siguiente. Se duchó y afeitó y se fue directamente al hospital, donde entró en la habitación de Charlotte con el rostro descompuesto por la furia. Ella sabía el motivo de que él estuviera tan enfadado. Corrió un riesgo y pensó que podía ocultar el secreto, pero había perdido el juego. Era lo suficientemente lista como para saber que había llegado el instante de poner las cartas boca arriba.

– Perdóname, Charles. Pensé que era la única forma de que te casaras conmigo. -Tenía razón, pero eso no mejoraba las cosas-. Quería convertirte en un escritor importante y cuidar de ti…

– Me importa un bledo ser un escritor importante. ¿Acaso no lo sabes?

– Entonces no lo sabía. Ahora lo entiendo mejor. Pero te equivocas, ¿sabes? Podrías ser el mejor escritor del mundo, un hombre internacionalmente famoso…

Charlotte lo dijo como si le estuviera ofreciendo una corona real a su esposo.

– ¿Y qué sacarías tú con eso? ¿Convertirte en mi editora? ¿Tanto te importa eso?

Lo que de veras quería Charlotte era convertirle en una marioneta a sus órdenes.

– A los hombres como tú hay que cuidarles como si fueran flores especiales -dijo Charlotte, esbozando una leve sonrisa, a pesar de las lógicas molestias que le producía la reciente operación. Tenía los sentidos completamente despiertos y miraba a Charlie con perspicacia.

– ¿Creías que no iba a enterarme?

– ¿Tanto significan los hijos para ti, Charles? -preguntó Charlotte, a pesar de que ya conocía la respuesta por haberle visto jugar con Molly, Alexandra y el pequeño James-. No hace falta tener hijos para sentirse colmado. Tú tienes tu trabajo. Y los dos nos tenemos el uno al otro.

– Qué existencia tan vacía me parece -dijo Charles, mirándola con tristeza. Qué poco sabía de la vida y qué poco le conocía a él-. Supongo que tendría que esperar una o dos semanas, hasta que estuvieras recuperada…

Charlotte ya adivinaba lo que su esposo iba a decirle. Le quiso durante mucho tiempo, como un precioso diamante que ambicionara poseer.

– … pero no quiero prolongar las mentiras. Te dejo. La broma ya ha terminado. Podemos volver a nuestras antiguas vidas. Tú tienes tu apartamento y yo el mío, y todo seguirá como antes, sólo que yo no volveré a verte. Otra persona puede tratar conmigo sobre los detalles de mi trabajo, tal vez quiera hacerlo tu padre. Pero eso carece de la menor importancia. Cuando vuelva a la ciudad llamaré a mi abogado.

– ¿Por qué? ¿Por qué haces eso? -preguntó Charlotte, extendiendo un brazo para tomarle una mano. Apenas podía moverse a causa de la operación que le habían hecho la víspera-. ¿Qué importa que no podamos tener hijos?

– Eso podría soportarlo… Lo que no puedo sufrir son las mentiras. Me tendiste una trampa para que me casara contigo. Querías poseerme como se posee una finca. Y a mí no se me puede comprar, atrapar, enjaular o convertir en un escritor que escriba lo que le mandan como un perrillo amaestrado. La única esperanza para que hubiera un entendimiento entre nosotros era un hijo. Pero este hijo era una mentira.

«Llamé a tu padre para decirle lo que había ocurrido y él ya está en camino desde Londres. Esperaré a que llegue y entonces me iré con Vi y James. Violet dice que puedes quedarte en su casa todo el tiempo que quieras cuando salgas del hospital, y yo dejaré que seas tú quien le explique lo ocurrido a tu padre,