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si así lo deseas. No quiero ponerte en una situación embarazosa. Pero tampoco quiero seguir casado contigo. Estoy seguro de que algún día me lo agradecerás.

Dicho esto, Charles dio media vuelta y abandonó la habitación para salir a la calle. Era como si Charlotte jamás hubiera formado parte de su vida. Mientras contemplaba el cielo, se le ocurrió pensar en Ushi y en Karl y en el amor que ambos compartían, tan semejante al que él conoció al lado de Audrey. Sin saber cómo, experimentó el súbito impulso de volver junto a ella. Cuando regresó a la casa de Antibes, era un hombre nuevo.

– ¿A qué hora nos vamos? -le preguntó a Vi mientras ésta le miraba asombrada.

– Pensaba que querías esperar la llegada del padre de Charlotte.

– Ya estará aquí esta noche y, de todos modos, se aloja en el Garitón de Cannes.

– Supongo que el tren de mañana a las cuatro nos irá bien. Le preguntaré a James -contestó Vi-. Por cierto -añadió cautelosamente-, Audrey ha vuelto a llamar. Ya está en Londres. Te manda recuerdos.

Charles asintió en silencio y abandonó la estancia con el ceño fruncido.

No volvió a ver a Charlotte sino que llamó simplemente a su padre al Garitón. La conversación fue muy breve. El padre creía, al parecer, que Charlotte había sufrido un aborto y una apendicitis, pero Charles no quiso aclararle nada. Puesto que su esposa había dicho las mentiras, que ella misma se lo explicara.

Lo único que a él le interesaba era ver a Audrey y convencerla de que no era un necio. Cabía la posibilidad de que ella no quisiera volver a tener ningún trato con él. Y eso era lo que necesitaba averiguar en este instante.

CAPITULO XXXI

Charles regresó a Londres en un tren nocturno en compañía de Vi y de James, de los niños y de la niñera, en tres compartimientos privados. Vi dejó a los criados en Antibes. Casi todos eran franceses, menos el mayordomo y el ama de llaves que le acompañaban todos los años desde Londres para supervisarlo todo, pero éstos ya habían tomado otro tren para estar allí cuando ellos llegaran. La casa de Londres estaba, como de costumbre, en perfecto orden.

– ¿Quieres entrar un momento, Charles? -preguntó Vi, tomando de la mano a Alexandra.

James estaba ayudando a clasificar las maletas para que los criados las distribuyeran por las distintas habitaciones. Casi todas pertenecían a Vi y el segundo lugar lo ocupaban las de lady Alexandra, cuya ropa compraba Vi todos los años en París.

Charles vaciló un instante y Violet le miró sonriendo. Había sufrido un terrible golpe en los últimos dos días. Ambos lo comentaron en el tren mientras James dormía. Vi comprendía en aquel momento lo mucho que él deseaba aquel hijo. En cierto modo, era extraño que ahora quisiera atarse habiendo sido siempre un hombre tan libre. Sin embargo, ésa había sido al parecer su única intención al casarse con Charlotte.

– Supongo que te concederá el divorcio, ¿no? Vi pensaba que Charlotte sería razonable ahora que él conocía la verdad.

– Es católica -contestó Charles, mirando a Vi con expresión sombría.

– Ésa fue la excusa que utilizó para no abortar -dijo Vi-, no es justo que te lo niegue. Se casó contigo con engaño.

– Lo sé, pero dice que no piensa concederme la libertad.

Aún sigue hablando de que tiene grandes proyectos con respecto a mí.

La conversación con su esposa no condujo a nada. Charlotte le dijo que se tomara un poco de tiempo para reflexionar mientras ella se recuperaba. Pensaba volver a verle cuando regresara a Londres, al cabo de unas semanas.

Sin embargo, Charles no pensaba en Charlotte cuando entró con paso vacilante en el vestíbulo de la casa de Vi y James, mirando a su alrededor como si esperara que Audrey se arrojara de un momento a otro en sus brazos.

– Puede que haya salido -le dijo Vi, adivinando sus pensamientos.

Pero precisamente en aquel instante, se oyó la voz de Audrey y, al volverse, Charles la vio bajando lentamente por la escalinata. Tenía las mejillas hundidas y los ojos llenos de tristeza. Desde su llegada, no había hecho más que pensar en la tragedia de Karl y Ushi.

Al ver a Charles, se detuvo brevemente en la escalera, pero después se acercó a besar a Vi, a James y a los niños y, por fin, se volvió a mirarle con rostro apenado.

– Hola, Charles. ¿Qué tal el viaje?

– Bien -contestó él con la timidez de un colegial-. ¿Cómo estás? -le preguntó, adelantándose un paso.

Vi creyó por un momento que iba a besarla y así lo debió de suponer Audrey, porque retrocedió instintivamente mientras Vi se quitaba el sombrero y enviaba a los niños al piso de arriba con la niñera; después sugirió que todos pasaran a tomar el té. Había sido una semana muy movida, pese a que Audrey ignoraba aún lo que le había ocurrido a Charlotte.

Entraron en la biblioteca y Vi se fue a la cocina mientras James salía un momento a decirle algo al mayordomo. De repente, Audrey se encontró a solas con Charles y no supo qué decirle. Imaginaba que Charlotte se habría ido directamente a su despacho o al apartamento y llegó a la conclusión de que hubiera sido mejor no alojarse en casa de James y Vi, dado que eso la obligaría a ver constantemente a Charlie. Lo había pasado muy mal en Antibes y ahora no quería repetir la experiencia. Buscó refugio en el tema de Karl y tuvo que detenerse varias veces mientras le explicaba a Charles lo ocurrido.

– Fue… la cosa más horrible… que he visto en mi vida… -no podía olvidar el instante en que se llevaron a Karl del tren y Ushi empezó a gritar… Ni la escena posterior en que le vio con la cabeza cubierta de sangre reseca y las manos esposadas-. Oh, Charlie -exclamó-, ¿qué será de ella ahora?

Lanzó un suspiro y cerró los ojos por un instante. Súbitamente, sintió que él le rozaba una mano.

– Tienes que intentar olvidarlo -le dijo Charles en voz baja.

– ¿Olvidarlo? -replicó Audrey, abriendo desmesuradamente los ojos-. ¿Cómo podría olvidarlo?

– No lo olvidarás, pero ahora no puedes hacer nada y es inútil que te atormentes. El recuerdo se amortiguará con el tiempo. Ocurre con casi todo, aunque no siempre -susurró Charles-. Sé que no es el momento más adecuado para decírtelo -añadió, mirándola a los ojos-, pero… he dejado a Charlotte en Antibes.

– ¿Volverá pronto? -preguntó Audrey sin estar muy segura de haberle comprendido.

– Quiero decir que la he dejado definitivamente -contestó él, sacudiendo la cabeza-. Quiero el divorcio.

– ¡Dios bendito, Charlie! ¿Qué ha pasado? -preguntó Audrey, desconcertada.

– Me mintió en lo del hijo.

– ¿Te refieres a que no era tuyo?

– No, me refiero a que no era de nadie. No estaba embarazada.

– ¿Estás seguro de ello? -Audrey no acertaba a imaginar que alguien pudiera inventarse semejante mentira-. A lo mejor, lo perdió.

– Tuvo un ataque de apendicitis y nos vimos obligados a llevarla al hospital -le explicó Charles-. La operaron y yo le advertí al médico que estaba embarazada. -Al recordar el instante en que el médico le reveló la verdad, soltó una amarga carcajada-. Debió de pensar que hablaba con un chiflado. Me dijo que le habían practicado una histerectomía hacía varios

años. Al día siguiente, ella misma me lo confesó. Seguramente creyó que el fin justificaba los medios. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo con ello. Lo único que me interesaba de este matrimonio era el hijo.

Audrey no se sorprendía de que así fuera.

– ¿Querrá concederte el divorcio? -preguntó.

– Todavía no. Pero lo hará porque no hay más remedio. No pienso seguir viviendo con ella. Convinimos en que nos casaríamos sólo para tener un hijo y yo le confesé que no la amaba cuando nos casamos.

Mientras le miraba, Audrey volvió a evocar el dolor de la muerte de Karl y recordó lo mucho que Ushi le quería. ¿Y si ésta hubiera sabido que iba a perderle al cabo de unas semanas? ¿Se hubiera comportado de modo distinto? De súbito, lo vio todo bajo otra perspectiva y no tuvo el valor de enfadarse con Charles.