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– Lo lamento, Charlie -le dijo, mirándole a los ojos con el mismo cariño y la misma dulzura de antaño.

– Yo no estoy muy seguro de lamentarlo -dijo Charles, sonriendo por primera vez en dos días. Después, le tomó impulsivamente una mano a Audrey y se la acercó al pecho-, ¿Podrás perdonarme algún día? -le preguntó, besándole las puntas de los dedos mientras ella le miraba sonriendo.

Esta vez, Audrey no retiró la mano sino que se limitó a mirarle, tratando de asimilar los acontecimientos de los últimos días.

– No hay nada que perdonar, Charles. No pude ir contigo cuando tú me necesitabas.

– Ahora lo comprendo mejor. En aquel momento, me puse furioso porque te quería a mi lado. -Su visita a San Francisco no se le antojaba a Charles tan absurda como entonces-. Quería volver a olvidarte… y te aseguro que lo intenté -añadió, mirándola tímidamente-. Charlotte me ayudó bastante. No me di cuenta de lo decidida que estaba a conseguir sus propósitos. Fue algo tremendo.

Audrey asintió en silencio, temiendo que Charlotte no quisiera soltar a su esposo tan fácilmente como él pensaba.

– ¿Qué le dijiste al marchar? -Que todo había terminado entre nosotros. Para siempre. No quería que abrigara la menor duda al respecto. Ni que tú la abrigaras tampoco…, si es que te interesa -dijo Charles.

– Puede que sí -contestó Audrey, esbozando una enigmática sonrisa. De repente, se le iluminaron los ojos. La vida era demasiado corta como para desperdiciarla cuando se amaba a una persona tanto como ella amaba a Charlie-. Si juegas bien las cartas…

– ¡Vaya! Conque esas tenemos, ¿eh? ¿Quieres hacerme bailar sobre la cuerda floja? -dijo Charles más eufórico que nunca por primera vez en un año o, más exactamente, desde que dejara a Audrey en China.

– Es posible, Charles. Te lo tienes bien merecido… por haberte largado para casarte con otra. ¡Qué desconsideración! -añadió Audrey, poniendo los brazos en jarras.

Charles la atrajo hacia sí para darle un beso y, en aquel momento, Vi entró en la estancia.

– Oh… Perdón… -dijo ésta, dando media vuelta para retirarse mientras Audrey la llamaba-. No quiero interrumpir nada importante.

– No te preocupes -contestó Charlie, sonriendo-, Audrey me estaba exponiendo los detalles de las torturas que piensa infligirme para hacerme expiar mis culpas. Y no seré yo quien se lo reproche -añadió, poniéndose muy serio.

– Me parece muy bien -convino lady Vi-. Te mereces unos azotes, Charles, por lo que le hiciste a esta pobre chica.

– ¿Qué pobre chica? ¡Piensa en mí! ¡Te aseguro que con Charlotte lo pasé fatal!

Lady Vi miró a Charles con expresión de censura mientras Audrey sonreía. Parecía extraño que, de repente, todo resultara tan divertido cuando hacía apenas unas horas tenía una losa en el corazón de la que no creía poder librarse jamás, pensó Audrey, llena de asombro.

– ¿Estás completamente seguro de que todo ha terminado, Charlie? -preguntó.

– Jamás hubiera tenido que empezar. Me porté como un perfecto estúpido.

– ¿Y ahora?

– Espero ser mucho más listo. Estoy dispuesto a abandonar la editorial Beardsley en caso necesario.

– No creo que el señor Beardsley sea tan tonto como para permitirlo -terció James, entrando en la estancia con una botella-. ¿Un poco de jerez?

Las mujeres aceptaron mientras que Charlie sugirió que le apetecía beber algo un poco más fuerte. En aquel instante, experimentó la necesidad de celebrar su dicha. Aún no sabía lo que iba a suceder, pero se sentía más libre que nunca y todos se alegraban de estar vivos. En cierto modo, lo que en aquellos momentos experimentaban era como si hubieran recibido un regalo de Karl y Ushi Rosen.

Aquella noche, intentaron llamar a Ushi para consolarla, pero su padre les dijo que no quería hablar con nadie y ellos comprendieron por su tono de voz que el barón tampoco se había recuperado todavía del golpe.

– Parece increíble, ¿verdad, Aud? -dijo Charlie, rodeando amorosamente a Audrey con un brazo mientras ambos permanecían sentados frente al fuego de la chimenea en la biblioteca sumida en la penumbra.

Tras pasarse un buen rato hablando de los últimos meses, del abuelo de Audrey e incluso de Charlotte, Vi y James se retiraron a descansar.

– La vida es demasiado corta… y no nos percatamos de la dicha que tenemos hasta que la perdemos para siempre -dijo Charlie con pesar.

– Creo que el secreto de una vida feliz consiste en disfrutar de cada momento. Pese a todo, me parece imposible que Karl ya no esté entre nosotros -dijo Audrey, contemplando el fuego con aire pensativo mientras Charles la atraía hacia sí.

– Audrey… -dijo éste mirándola.

– ¿Sí? -contestó la joven.

– ¿Querrás casarte conmigo cuando resuelva todo este asunto con Charlotte?

Se había pasado todo el día pensando en cómo y cuándo se lo iba a decir, hasta que, al final, decidió lanzarse de cabeza.

Audrey le miró sonriendo. Lo único que deseaba era estar a su lado. – Hubiera debido hacerlo hace mucho tiempo. Ambos nos hubiéramos ahorrado muchos sinsabores.

– Entonces no podías -dijo Charles, sacudiendo la cabeza-. He tardado mucho tiempo, pero ahora lo comprendo. No has contestado a mi pregunta -añadió, mirándola con ternura-. ¿Querrás?

– Sí -contestó Audrey sin la menor vacilación. En cuanto lo hubo dicho, Charles la besó amorosamente en los labios.

CAPÍTULO XXXII

El asunto de Charlotte no se resolvió tan fácilmente como Charlie esperaba. Charlotte regresó a Londres a principios de octubre, y Charles pidió a su abogado que se pusiera inmediatamente en contacto con ella, pero éste tropezó con una muralla inexpugnable. Charlotte Parker-Scott, tal como ella insistía en llamarse, no estaba dispuesta a concederle el divorcio a su marido, ni en aquel momento ni más adelante. Aducía motivos religiosos, pero Charlie se resistía a aceptar dicha explicación. En todo el tiempo en que vivieron juntos, Charlotte no había ido a la iglesia ni una sola vez, exceptuando el día de su boda.

– Pues, entonces, ¿qué supone usted que quiere? -preguntó el abogado, perplejo-. Tiene todo el dinero que pueda desear y no parece una de esas mujeres que se aferran desesperadamente a los hombres.

De hecho, hablaba con la misma brutalidad de un hombre.

Charles no acertaba a imaginar el motivo de la conducta de su esposa; pero, Audrey, James y Vi creían adivinarlo. Charlotte quería ser conocida como la esposa de Charles porque ello le confería la distinción que le faltaba, un apellido aristocrático y el prestigio de estar casada con uno de los más destacados escritores de Inglaterra. Quería, en suma, impresionar a sus amigos.

– Sin embargo, todo eso no podrá conseguirlo sin mi colaboración, ¿no os parece? -dijo Charles, sin acabar de entender las razones ocultas de Charlotte.

– Pues, claro que podrá. Le basta tan sólo con tu apellido y con dar la impresión de que está casada contigo.

– Muy bien, pues, le permitiré conservar mi apellido. Charles le comunicó esta decisión al abogado y le pidió que visitara a Charlotte y le ofreciera el apellido a cambio de la concesión del divorcio. Sin embargo, ella rechazó el ofrecimiento. Tampoco aceptó la cesión de los derechos a las dos películas con las que tan entusiasmada estaba. Al final, Charles acudió a visitar a su suegro, pero éste se mostró tanto o más inflexible que la esposa.

– Pero, ¿por qué? ¿Por qué se empeña tanto en mantener un matrimonio sólo de nombre?