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– Porque tal vez piensa que volverás. Y quizá lo hagas… – contestó el hombre, estudiándole con atención-. Mi hija te será muy útil en tu carrera, Charles, Charlotte te convertirá en alguien que nunca podrías llegar a ser sin su ayuda.

Lo malo era que eso a Charlie le daba igual.

– Ya estoy satisfecho con mi situación actual. Desde el punto de vista profesional, quiero decir. No creo que a Charlotte le interese tener a un marido cautivo.

– Puede que eso le baste – dijo el padre -. Yo le he apuntado la posibilidad de que pueda encontrar algo mejor, pero ella quiere seguir unida a ti, Charles. Confío en que eso no altere nuestras relaciones profesionales.

Charles tenía firmado con ellos un contrato de cinco años y, tal como le explicó a Audrey precisamente la víspera, la situación podía ser un poco complicada.

– Confío en que tendrá usted el buen gusto de no esperar que colabore con ella.

– Si te empeñas -dijo el editor, mirándole con los ojos entornados-. ¿Sabes una cosa? Mi hija aún no me ha dicho por qué la dejaste, aunque yo sospecho que es por causa de aquella mujer de quien estabas enamorado cuando la conociste.

– Esa mujer no tiene nada que ver con todo eso, se lo aseguro. Tiene que ver más bien con un malentendido entre Charlotte y yo. -Un malentendido. Otra palabra para designar una mentira. Un fraude. Un engaño. Aún sentía deseos de matarla cuando lo recordaba-. Ella misma se lo explicará si quiere, señor. Yo no tengo la intención de hacerlo.

– No lo hará. Tiene demasiada dignidad.

Como todos los padres, el editor no veía los defectos de su hija. De buena gana le hubiera quitado Charlie la venda de los ojos, pero se abstuvo de hacerlo. – ¿Qué vamos a hacer, amor mío? -le preguntó Audrey aquella noche a la hora de cenar.

En todo el mes que llevaban en Londres, ambos se habían visto casi todas las noches y, a menudo, incluso de día. Audrey se alojaba con James y Vi, pero pensaba alquilar un apartamento; no quería abusar de la hospitalidad de sus amigos aunque, para Molly, era maravilloso poder jugar con otros niños, sobre todo, con Alexandra que la trataba como si fuera una muñeca y solía divertirse peinándola y vistiéndola.

– ¿Crees que cambiará de idea?

– Al final, un hombre importante se cruzará en su camino y entonces querrá librarse de mí. Y espero que lo haga con la mayor rapidez posible.

– A ver si le presentamos a alguien -dijo Audrey mientras Charles soltaba una carcajada y la estrechaba en sus brazos.

Después, la joven le explicó que había dedicado la tarde a buscar un apartamento para ella, Molly y una criada.

– No pareces muy contento -dijo al ver la cara de Charles.

– Es que no lo estoy. Quiero que te quedes en Londres, por supuesto. -Charles se alegraba de que ella no tuviera prisa en regresar a los Estados Unidos, pero deseaba librarse de Charlotte no sólo física sino también oficialmente, aunque, de momento, no parecía haber ninguna posibilidad-. Se me ocurre otra idea mejor -añadió, temiendo lo que ella pudiera pensar-. Nunca utilizo mi habitación de invitados porque, por suerte, nadie es lo suficientemente estúpido como para querer vivir conmigo.

– ¿Me la piensas alquilar? -le preguntó Audrey entre risas.

Charles afirmó con la cabeza. No era lo que hubiera deseado, pero; de momento, sería suficiente. Estaba cansado de visitar a Audrey en casa de Vi y James. Quería recuperar lo que ambos compartieron en China, dormir abrazado por ella, sentir su sedoso cabello sobre el brazo y su suave aliento sobre el pecho-. Quiero que te vengas a vivir conmigo, Audrey. Podríamos darle la habitación de invitados a Molly e instalar a la niñera en el cuarto de vestir. Y, si eso no da resultado, podríamos alquilar otro apartamento. En realidad, no me importaría hacerlo -añadió. Media hora más tarde, ambos hablaron de la posibilidad de alquilar una casa cerca de la de James y Vi.

– Sabes que todavía quiero casarme contigo, ¿verdad? -dijo Charles, deteniéndose de repente-. Eso es una solución provisional, hasta que yo consiga el divorcio, ¿comprendes?

– Sí, cariño -contestó Audrey, arrojándose en sus brazos. La joven nunca había sido tan feliz y estaba deseando irse a vivir con Charles.

CAPITULO XXXIII

Iban juntos a todos los acontecimientos sociales. Charles la presentó a todos sus amigos y éstos la recibieron con los brazos abiertos, alegrándose de que, al final, se hubiera librado de Charlotte Beardsley. Asistían a fiestas, óperas y bailes, y hasta un día, Audrey acompañó a Charlie a un baile de disfraces en el que se tropezaron con Charlotte, vestida de Caballero de la Rosa con unos pantalones de raso que le conferían un aspecto muy hombruno, tal como perversamente comentó lady Vi. Charles empezaba a cansarse de que ella se aprovechara tanto de su apellido. En todas partes la llamaban Charlotte Parker-Scott y, por el momento, no parecía que fuera a concederle el divorcio en un cercano futuro. Por Navidad, Audrey y Charles se instalaron en su nueva casa, a sólo cinco manzanas de la de Vi y James. En Nochebuena, organizaron una fiesta de inauguración que se prolongó hasta las ocho de la mañana siguiente.

Tres semanas más tarde, murió el rey Jorge a quien sucedió el apuesto Eduardo VIII, de cuarenta y un años. Audrey recordó con emoción el encuentro de hacía unos meses en la Costa Azul con el que, en aquellos momentos, acababa de convertirse en el rey de Inglaterra. Se preguntó cómo terminaría ahora su idilio con Wallis Simpson, la divorciada norteamericana que solía acompañarle a todas partes. Sin embargo, lo que se toleraba en un príncipe no estaba permitido en un rey, por cuyo motivo las cosas no iban a ser fáciles. Los ingleses eran completamente contrarios a las relaciones del rey con una mujer divorciada.

No obstante, el mayor interés del país se centraba en el avance de Hitler en Renania que había tenido lugar en primavera. Charlie y Audrey recordaron de nuevo sus viajes por Europa y, tras enviar una docena de cartas a Ushi sin recibir respuesta, Audrey decidió llamar a sus padres y se quedó de piedra al oír la explicación que le dieron.

– Está en un convento de Austria, querida -le dijo el padre, hablando con voz apagada.

Alemania ya no era un lugar agradable en el que vivir. Cuando Audrey solicitó la dirección de Ushi, el barón le dijo que sería inútil dársela. Había ingresado en un convento de clausura en el que no podía recibir correspondencia de nadie, ni siquiera de sus padres, los cuales no podían establecer ningún contacto con ella. Había renunciado por completo al mundo. Audrey se conmovió profundamente al saberlo. Aquella tarde, cuando llevó a Molly a dar un paseo por el parque, no consiguió apartar de su mente los recuerdos. Evocó los deseos de Ushi de quedar embarazada. Deseaban tener seis hijos… Pero ahora Ushi era una monja de clausura y nadie volvería a saber jamás nada de ella. Aquella misma tarde, fue a ver a Vi para contárselo y ésta se impresionó también muchísimo. Era terrible que perdiera allí dentro toda su juventud, su encanto y su belleza. Al recordar el amor que le profesaba Ushi a Karl, Audrey comprendió que la vida no tuviera para ella ningún sentido sin él. Hasta cierto punto, le recordaba lo que ella sentía por Charlie. Éste y Molly eran ahora toda su vida. A veces, le resultaba difícil recordar que, oficialmente, Charlie aún estaba casado con otra. Tenía la sensación de haber vivido siempre con él. Había olvidado casi por completo que alguien se había interpuesto entre ellos, aunque eso ya no tuviera ahora la menor importancia.

– ¿Te molesta mucho esta situación, Aud? -le preguntó Violet, un día.

Audrey le contestó sinceramente que no.

– Supongo que me tendría que molestar bastante. Es curioso, pero, como a la gente no le importa, pues, a nosotros tampoco. Lo malo es que no podemos tener hijos, aunque Molly nos tiene muy ocupados.