Dos días más tarde, Alemania y Rusia se repartieron Polonia como si fuera una carroña desgarrada miembro a miembro por dos lobos. Audrey se ponía enferma cada vez que escuchaba los noticiarios radiofónicos y los impresionantes relatos sobre los valerosos ciudadanos que habían muerto en el gueto. Después, lo comentaba con Charles, el cual ya había recibido respuesta del Home Office. Ahora podría hacer algo de provecho o, por lo menos, eso creía él. Le prometieron ponerse en contacto con él en fecha próxima. Pero, antes, los británicos enviaron a Francia a 158.000 hombres para defender a sus aliados. Charlie hubiera deseado ser uno de ellos, pero tardó dos meses en recibir respuesta del Home Office. Le habían nombrado corresponsal de guerra y podría entrar libremente en los escenarios militares aunque aún estaba a la espera de destino.
Sin embargo, envidiaba mucho a James porque ya estaba adscrito a la RAF. Por su parte, Violet se había ofrecido como voluntaria para conducir los camiones de la Cruz Roja. Estaba siempre ocupada y ya no era la antigua lady Vi que iba de compras con sus amigas, jugaba con los niños y servía té con pastas en la biblioteca. Audrey se sentía a veces muy sola, aunque procuraba distraerse con la fotografía. Charles deseaba marcharse, pero el Home Office no le convocó hasta el mes de julio. Dinamarca y Noruega habían caído hacía tres meses, y los Países Bajos cayeron al mes siguiente, lo mismo que Bélgica. París llevaba apenas dos semanas de ocupación cuando Charlie fue llamado por el Home Office.
Hasta aquel momento, Charles se había dedicado a escribir reportajes bélicos desde Londres, intercalándolos con alguna que otra rápida visita a los Países Bajos, Bélgica e incluso París antes de que cayera en manos de los alemanes. Sin embargo, deseaba acometer empresas de mayor envergadura, tal como le decía constantemente a Audrey. Ésta le aconsejaba que tuviera paciencia. Escribía para importantes periódicos de todo el mundo y les facilitaba la información que los británicos querían divulgar. Había visitado varias veces a Churchill a quien admiraba muchísimo y, aunque Audrey le aseguraba que estaba haciendo una labor estupenda, él no se sentía satisfecho, sobre todo, sabiendo que James ya estaba en la RAF. Cuando Audrey vio la cara de Charlie la noche en que éste recibió la llamada del Home Office comprendió que algo había ocurrido.
– ¿Qué te pasa, amor mío? -le preguntó con recelo al verle entrar.
– Nada de particular. ¿Cómo has pasado el día?
– Bien -contestó ella, mostrándole las fotografías que había revelado aquella tarde mientras Molly jugaba en el jardín con el hijo de los vecinos.
Se pasaron un rato comentando cuestiones intrascendentes hasta que, por fin, Audrey miró a su amante y le preguntó sonriendo con tristeza:
– ¿Cuándo me vas a comunicar lo que va a gustarme, Charles?
– ¿Por qué me lo preguntas, Aud? -preguntó él, mirándola con expresión culpable.
Audrey le conocía muy bien y había captado su inquietud. Por una parte, Charles estaba contento, pero, por otra, lamentaba dejar a Audrey.
– ¿De qué se trata, Charles? -le preguntó ella, mirándole con insistencia.
Charles ya no pudo ocultarlo por más tiempo.
– ¿No has oído hoy las noticias?
Audrey afirmó con la cabeza. Por una vez, no había puesto la radio mientras trabajaba en el cuarto de revelar, tal vez porque estaba cansada de oír constantemente cosas horribles.
– ¿Qué ha pasado ahora? -La situación empeoraba día a día, pero lo que más le dolía a ella era que los Estados Unidos se negaran a intervenir, como si la guerra en Europa no fuera con
ellos. Lamentaba que hicieran el papel del avestruz y se avergonzaba de confesar su ciudadanía norteamericana. Audrey quería que los Estados Unidos acudieran en ayuda de quienes tanto la necesitaban. Miró a Charles asustada-. ¿Qué ha pasado?
– Hoy hemos hundido a la flota francesa en Oran.
– Eso está en Argelia, ¿no? -Charles asintió en silencio-. ¿Por qué?
– Porque ya no son nuestros aliados. Se encuentran en poder de los alemanes, Aud, y nosotros no queríamos que los alemanes se apoderaran de aquellos barcos. Ha sido algo horrible. No lo hemos reconocido, claro está. La noticia decía tan sólo que los barcos se han hundido. Pero es que, en realidad, no teníamos otra alternativa.
– ¿Han muerto muchos hombres?
Estaba cansada de oír que miles de hombres morían por doquier… Sin contar las personas como Karl… Y las que habían muerto en Varsovia en 1939.
– Aproximadamente, un millar -contestó Charles, mirándola fijamente a los ojos-. Quieren que vaya allí, Aud.
– ¿A Argelia? -preguntó ella, sintiendo que se le revolvía el estómago.
– A informar sobre el hundimiento de la flota en Oran y, después, a El Cairo durante algún tiempo, ahora que empiezan a ocurrir cosas por allí. -En realidad, no pasaba nada, pero Mussolini había amenazado con invadir Egipto hacía apenas seis días y los británicos querían tener allí un mayor número de corresponsales. Al ver el rostro de Audrey, Charles se preocupó-. No rne mires así, Aud -le dijo.
Audrey se volvió de espaldas y rompió a llorar. Qué doloroso era intervenir directamente, pensó. Quizá los Estados Unidos hacían bien en no meter a sus hombres en aquella guerra. Charles se le acercó por detrás y apoyó las manos en sus brazos. Poco a poco, Audrey se volvió a mirarle mientras él le decía:
– No estaré ausente mucho tiempo.
– Eso es lo que tú querías, ¿verdad? -Hacía diez meses que Charles deseaba hacer algo, pero ahora todo parecía distinto… Audrey se sintió físicamente enferma el pensar en los peligros-. ¿Cuándo volverás?
– Todavía no lo sé. Dependerá de lo que ocurra cuando llegue allí. Ser corresponsal de guerra no es como ser un soldado. Entras y sales cuando quieres y no se corre mucho peligro.
– Te pueden matar como a cualquier otro -dijo Audrey, mirándole con rabia-. Maldita sea, ¿por qué no podías hacer algo sensato desde aquí?
– ¿Como qué? -preguntó Charles, levantando la voz sin querer-. ¿Hacer calceta? Por Dios bendito, Audrey, tengo que ir allí. Fíjate en James. Lleva seis meses arrojando bombas sobre los alemanes.
– Bueno, pues mejor para él. Pero, si le matan, Vi y los niños no lo pasarán muy bien, ¿verdad? – replicó Audrey, llorando a lágrima viva.
Tenía sus motivos para hablar como lo hacía, pero no se los podía confesar a su amante. No hubiera sido justo. Hacía apenas dos días que había descubierto que estaba embarazada y esperaba el momento adecuado para comunicarle la noticia.
– Volveré, Audrey, te lo prometo… En El Cairo estaré completamente a salvo…
De repente, Audrey soltó una carcajada y se apartó de Charles.
– ¡Recuerda lo que te pasó la última vez que estuviste allí!
– Te prometo no volver a casarme -dijo él echándose a reír-. Te doy mi palabra.
Después levantó una mano como si hiciera un juramento y ella juntó la palma con la de Charles.
– Te quiero mucho. Júrame que tendrás cuidado ocurra lo que ocurra, de lo contrario, yo misma iré a cuidar de ti.
– Serías muy capaz de hacerlo -dijo él con aire risueño. Audrey le miró muy seria, pensando en la pesada carga que tendría que soportar sin él.
– No me da miedo salir corriendo tras de ti. Por consiguiente, no vayas a olvidarlo, amor mío.
– Lo tendré en cuenta.
Aquella noche, ambos hicieron el amor por última vez. Charles se iba al día siguiente. No le habían dado mucho tiempo para prepararse, pero no importaba. Cuando se fue, le dijo a Audrey que probablemente estaría ausente uno o dos meses como mucho, y ella le prometió cuidar de sí misma y de Molly y escribirle todos los días. Charlie se alojaría en el Hotel Shepheard's en el que se ofrecían toda clase de lujos a los clientes; pero eso no se lo dijo a Audrey cuando la saludó por última vez con la mano y subió ni jeep que acudió a recogerle al amanecer. Tenía que tomar un avión militar antes de una hora y, mientras el vehículo se ponía en marcha, rezó para que a Audrey y Molly no les ocurriera nada. Ya habían pasado más de una noche en el refugio antiaéreo. La gente se había acostumbrado a ello, aunque no fuera una vida muy agradable. Siempre que salía de viaje, Charles se preocupaba por esta causa, y ahora todavía se preocuparía más pese a que en Oran y El Cairo tendría muchas cosas que hacer. Tras su partida, Audrey permaneció de pie en el salón, pensando en el hijo que iba a nacer.