Llamaron inmediatamente al médico, el cual le dijo a Audrey que acudiera en seguida a verle. Violet la acompañó al hospital donde el médico tenía que pasar visita a las pacientes. Éste la examinó con la cara muy seria y le preguntó si notaba sensibilidad en el pecho y si advertía alguna sensación extraña.
– ¿Calambres?
– No -contestó Audrey con la tez mortalmente pálida. Entonces recordó los dolores en la espalda y se los comunicó al médico. – Quiero que descanse, señora Driscoll -dijo el médico. No sabía que ella y Charles no estaban casados. En realidad, ni siquiera conocía a Charles-. La voy a mandar a casa con su amiga y deberá permanecer acostada con los pies elevados, salvo en el caso de que se produzca una alarma, claro.
Audrey prometió hacerlo y, en lugar de ir a su casa, se fue a la de Vi. Era consolador no estar sola. Ambas se pasaron un buen rato hablando y recordaron a mujeres a quienes les había ocurrido lo mismo sin que después les pasara nada, pero la hemorragia no cesaba. Por la noche, la pérdida de sangre se intensificó. Audrey rezó para que no se produjera ninguna alarma antiaérea y, cuando empezaron a sonar las sirenas, le suplicó a Violet entre lágrimas que la dejara allí.
– No va a pasar nada, Vi, y, si me levanto, la hemorragia se agravará.
– Y, si no te levantas, puede que estés muerta dentro de una hora.
Violet se mostró inflexible con Audrey. La ayudó a levantarse y le echó su abrigo de pieles sobre el camisón. Muchas personas acudían a los refugios medio vestidas. Nadie se escandalizaba por eso. Lo único que se necesitaba eran zapatos sólidos como los que llevaba Audrey.
Corrieron a la seguridad del refugio donde Violet cuidó de su amiga como una gallina de sus polluelos hasta que regresaron a casa. La hemorragia no se agravó. Es más, durante los dos días siguientes incluso se redujo, pero, al llegar al tercer día, Audrey empezó a experimentar fuertes dolores. Mientras hacía la siesta, por la tarde, se despertó y lanzó un grito.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó Violet en la estancia a oscuras.
– No lo sé… He tenido un… -No pudo terminar la frase porque otra punzada le atravesó las entrañas. Asió las mantas y trató de respirar hondo mientras Vi la miraba asustada-. Oh, Dios mío, Vi… Llama… al médico.
– ¿Sangras mucho? -preguntó Violet; sabía que el médico se lo iba a preguntar.
Al retirar rápidamente las mantas, vieron un enorme charco de sangre en las sábanas.
– Oh, Dios mío…
– No te preocupes… Quizá no sea nada. No te muevas. Vuelvo en seguida.
Mientras corría al teléfono, Vi oyó los gemidos de Audrey. El médico le dijo que se la llevara en el acto, aunque tuviera que tomarla en brazos, lo cual no sería nada fácil. Vi regresó presurosa a la habitación, envolvió a Audrey en unas mantas y tocó el timbre para que subiera el mayordomo y la llevara en brazos hasta el automóvil. Éste la levantó con mucha delicadeza mientras ella se mordía los labios para no gritar. En medio del insoportable dolor, Audrey no hacía más que pensar en Ling Hwei, la noche que nació Molly. Comprendía ahora las angustias de muerte que debió de sufrir la niña, mucho peores que las suyas puesto que ya estaba de nueve meses. Sentía unas punzadas que le atravesaban el corazón y le desgarraban las entrañas. Estaba casi inconsciente cuando llegaron al hospital donde la colocaron rápidamente en una camilla y se la llevaron dentro.
Violet permaneció a su lado mientras el médico la examinaba. Audrey se retorcía y lanzaba gritos desgarradores.
El médico habló en voz baja con lady Vi antes de que se llevaran a Audrey.
– Va a perder el hijo, lady Hawthorne. Ya casi lo ha perdido.
– ¿No le pueden calmar un poco los dolores? Era la misma pregunta que le hizo James cuando nació Ale-xandra.
– Me temo que no -contestó el médico, sacudiendo la cabeza-. Pero ya no va a durar mucho.
Transcurrieron otras cinco horas de intenso dolor antes de que Audrey expulsara el feto, cuyo aspecto era casi el de un niño normal. A Violet se le partió el corazón cuando vio cómo envolvían al niño muerto y se lo llevaban mientras Audrey sollozaba en sus brazos. En el transcurso de dos días, Violet no se apartó ni un solo instante del lado de su amiga. Audrey tenía fiebre y aún sufría molestias. Al cabo de unos días, miró a Violet con ojos apagados y le dijo:
– Gracias, Vi… Me hubiera muerto de no haber sido por ti.
– Te hubieras puesto bien de todas maneras… y has sido muy valiente -dijo Violet, oprimiéndole una mano-. Lo siento muchísimo… Sé cuánto deseabas tener un hijo.
Audrey apartó el rostro y asintió en silencio. Había estado al borde de la muerte. Había sido la experiencia más aterradora que Violet hubiera presenciado jamás. No sabía qué podría decirle a Charles en caso de que le ocurriera algo a Audrey. Se alegraba de que ésta no hubiera muerto, pero no sabía cómo consolarla.
– Tendrás otro. Puede que incluso die2 -añadió, mirándola y sonriendo.
– Ha sido terrible, Vi -dijo Audrey.
Levantó instintivamente la cabeza en el momento de expulsar el feto y tuvo tiempo de verlo.
Hubiera deseado tener a Charlie a su lado y llorar en sus brazos, pero se alegraba de la presencia de Vi, la cual permaneció con ella hasta que la dieron de alta y regresó a casa. La cuidó como si fuera una niña pequeña y la acostó en su propia cama hasta que se recuperó. Audrey tardó un mes en volver a ser la misma de antes; pero ahora, había en ella algo distinto, una sombra de tristeza e inquietud. Pensaba constantemente en Charlie y le echaba mucho de menos. Él le había escrito algunas cartas muy optimistas. Cuando, por fin, vio a su marido, Violet le contó la horrible historia y James se compadeció de las dos: de Audrey, que tanto había sufrido, y de Violet, que había permanecido constantemente a su lado en ausencia de Charlie.
– Eres una chica estupenda, Vi -le dijo James muy orgulloso. Tenía un fin de semana libre antes de incorporarse a filas-. Pobre Charles, qué golpe tan duro -Vi no le había dicho que Charlie no sabía nada cuando se fue-. Deseaba un hijo con toda su alma. Por eso se casó con aquella maldita chica.
– Por cierto -Vi estaba pensando en otra cosa que aún no le había comentado a Audrey-, he oído decir ciertas cosas sobre ella, James.
– ¿Sobre Charlotte? -preguntó su marido-. ¿Acaso piensa concederle el divorcio? Es completamente absurdo que siga aferrada a él cuando todo el mundo sabe que este matrimonio es una farsa.
James lamentaba que aquella mujer le impidiera a Audrey casarse con Charlie, sobre todo ahora que había perdido el hijo que esperaba.
– Me parece que ahora lo comprendo todo. Creo que quería casarse con Charles para ocultar otra cosa.
– ¿Ah, sí? -dijo James, muy intrigado-. ¿De qué se trata?
– Tengo entendido… -Violet no quería pronunciar la palabra, pero deseaba que él lo supiera-. Me han dicho que es lesbiana.
– ¿Charlotte? -dijo James en tono burlón-. ¿Quién te lo ha dicho? -preguntó después muy serio.
– Elizabeth Williams-Strong -era la mayor chismosa de la ciudad, pero, normalmente estaba muy bien informada-. Al principio, no quise creerlo, pero ocurrió algo muy curioso. Hace unas semanas, antes de que Audrey se pusiera mala, yo conducía el jeep del general Kildare y la vi por la calle con un chico muy guapo… En realidad más parecía un niño -dijo Violet, ruborizándose-. E ignoro por qué, me los quedé mirando mientras aguardaba a que el general saliera de una tienda. ¿Y, sabes una cosa? No era un chico, sino una chica, estoy completamente segura de ello. Luego las vi besarse, pero no en la mejilla sino en los labios.
James soltó una súbita carcajada y se plantó de un salto junto a su mujer.
– ¿Así, quieres decir? -preguntó, dándole un apasionado beso mientras ella se apartaba riéndose: