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– ¡Hablo en serio, James!

– Y yo también, qué demonios. ¡Llevo seis malditas semanas sin verte!

Poco después, ambos hicieron el amor y, más tarde, mientras James encendía un cigarrillo, Vi volvió a hablar de Charlotte.

– ¿Tú qué piensas de este asunto?

– Creo que lo explica todo. -Ajames acababa de ocurrírsele una idea-. ¿Sabes una cosa? Si Charles lo supiera, la podría someter a un chantaje para que le soltara. Creo que se lo voy a decir la semana que viene cuando le vea. ¿Te importa?

– ¡Pues claro que no! ¡Sería maravilloso que pudiera librarse de ella! -de repente, Violet se sorprendió de las palabras de su marido-. ¿Cuándo le verás? ¿Es que ya le mandan a casa?

Charles no le había dicho nada a Audrey en la carta que ésta recibió la víspera.

– Me mandan a mí a El Cairo… Dos semanas.

– ¿Será peligroso? -preguntó Violet, mirándole a los ojos. Siempre adivinaba la verdad con sólo mirarle. James negó con la cabeza y ella comprendió que no le mentía.

– No lo será. Y, si quieres que te diga una cosa, será un alivio no tener que seguir bombardeando a los muchachos de Hitler. Estoy empezando a cansarme un poco de todo eso.

A Violet le ocurría lo mismo.

– Le preguntaré a Audrey si quiere que le des algún recado.

– Dale un abrazo -se limitó a decir Audrey. Cuando James se fue, añadió, dirigiéndose a lady Vi-: No sabes cuánto le envidio el que pueda ver a Charles.

Se moría de deseos de verle, se encontraba bajo los efectos de la depresión producida por el aborto. Se sentía abrumada por la pérdida y se consideraba, en cierto modo, una fracasada. Incluso le daba vergüenza confesarle a Vi su tristeza por un hijo al que ni siquiera había llegado a conocer, habiendo tantas personas que perdían a diario a sus seres más queridos. Nada podía calmar su dolor, ni siquiera la visita que le hizo a Molly a la casa de campo. No obstante, mientras sostenía a la niña en su regazo, contemplando las verdes colinas punteadas de vacas, se alegró de que Molly estuviera allí y no en Londres.

– ¿Volverá papá pronto a casa?

– Así lo espero, cariño. Tío James irá a verle esta semana y yo le he dicho que le diera un beso muy fuerte de tu parte.

Molly la miró muy contenta y saltó de su regazo para irse a jugar con Alexandra y James.

En aquellos momentos, James le dio a Charles una noticia que le dejó completamente anonadado.

– Dios mío, cuánto lo siento… Ellas no me dijeron que tú no sabías nada.

Mientras las lágrimas asomaban a los ojos de su amigo, James pensó que ojalá se hubiera mordido la lengua. Acababa de darle la noticia del aborto porque no quería que se engañara, pensando que el embarazo seguía adelante. Ignoraba que Audrey no le había dicho nada.

– ¿Por qué no me lo dijo? – inquirió Charlie mientras James le miraba apenado.

– Probablemente, no quiso preocuparte. Pero ya se encuentra restablecida. Podrá tener otros -contestó James, repitiendo las palabras de Vi.

– ¿Sufrió mucho? -preguntó Charlie.

James no sabía si decirle o no la verdad, pero ya era tarde para eso.

– Vi me dijo que fue algo horrible, pero Audrey resistió admirablemente. Ahora ya se ha recuperado. Yo mismo la vi la semana pasada. Está pálida y un poco más delgada, pero tan guapa como siempre.

Charlie exhaló un suspiro y, en menos de una hora, se tomó varias copas en el bar del Shepheard's.

James no se lo reprochaba. Por la noche tuvo que acompañarle a su habitación. Ni siquiera pudo contarle lo de Charlotte. Iba a permanecer en El Cairo dos semanas y tendrían tiempo de sobra para comentar los chismorrees de Londres.

CAPÍTULO XXXVI

James regresó de El Cairo con muchos mensajes de amor para Audrey. Decidió, de común acuerdo con Charlie, no decirle que éste sabía lo del aborto. Sería mejor que se lo dijera ella misma cuando lo considerara oportuno. Sin embargo, le reveló a Charlie el posible lesbianismo de Charlotte y éste deseaba regresar para meterla en cintura. Ya era hora de que dejara de torturarle. En caso de que no quisiera soltarle, la amenazaría con contárselo todo a su padre.

James regresó a sus incursiones aéreas en Alemania y lady Vi volvió a quedarse sola. Ella y Audrey fueron a ver a los niños varias veces. Un día, a la vuelta de uno de los viajes, Audrey la sorprendió entregándole un abultado sobre.

– ¿Más fotografías? -preguntó, sorprendida, lady Vi. Audrey había tomado muchas de los niños, y James y Violet se lo agradecían enormemente.

– No -contestó Audrey, sacudiendo la cabeza-. Es mi testamento. Quiero que me prometas que, si algo me ocurriera, tú te quedarás con Molly. Por lo menos, hasta que Charlie vuelva a casa. Y, si algo nos ocurriera a los dos… -añadió, mirando tristemente a su amiga.

– ¿Por qué iba a ocurriros algo? -preguntó Violet.

– Nunca se sabe -respondió Audrey-. Me he inscrito en el Home Office como periodista gráfica. En realidad, lo hice en cuanto perdí… Bueno, eso ya no importa. Parece que les podré ser útil como fotógrafa y me marcho mañana por la noche, Vi. -Audrey casi se arrepentía de tener que dejar sola a su amiga, pero necesitaba reunirse con Charlie y no podía dejar pasar la ocasión-. Me envían a El Cairo. Yo pedí que me destinaran al Norte de África.

– ¿Lo sabe Charlie? -preguntó Vi mientras Audrey sacudía la cabeza sonriendo.

– Todavía no. Pero lo sabrá. Espero reunirme con él y colaborar en su trabajo. El funcionario del Home Office sabe que hemos trabajado juntos otras veces. Parece que la idea le gusta.

– ¿Está loco? Tú eres una mujer. ¡Eso es muy peligroso!

– No más que permanecer aquí sentada entre las bombas que caen cada noche -dijo Audrey, lanzando un suspiro.

James quería que Violet se fuera al campo durante cierto tiempo y ahora, sin Audrey, probablemente lo haría.

– Lo siento, Vi -añadió Audrey, casi sintiéndose culpable-. Tengo que estar con él.

Al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas, Violet la abruzó con cariño.

– Estás completamente loca, Aud -loca, sobre todo, por Charles. Quería estar constantemente a su lado y, en cierto modo, Violet lo comprendía. Aunque ella también amaba mucho a James, lo de Audrey y Charlie era distinto. Parecía que ambos respiraran al unísono el mismo aire y ella sabía lo mucho que Audrey echaba de menos a su amante-. ¿Podré ir a despedirte?

– Me van a mandar en un vuelo militar -contestó Audrey-, y ya sabes tú lo quisquillosos que son los militares con estas cosas.

– Sí, lo sé.

Violet comprendió de repente que todo había cambiado. La guerra había influido en las vidas de todos ellos y tal vez las cosas jamás volverían a ser como antes.

A la tarde del día siguiente, tras despedirse de su amiga, Audrey terminó de hacer el equipaje. Iba a dejar la casa tal como estaba, vacía y cerrada como tantos hogares de Londres.

Por la noche, cuando salió hacia el aeropuerto, sintió la misma emoción que antaño en el Orient Express y los trenes que subían por las montañas del Tíbet o en las calles de Shangai o entre las maravillas de Pekín.

Se dirigía a un lugar con el que siempre había soñado para reunirse con el hombre al que amaba. Cuando el aparato despegó rumbo a El Cairo, Audrey esbozó una leve sonrisa.

CAPITULO XXXVII

El Douglas DC-3 tomó tierra en el aeropuerto de El Cairo a las seis de la mañana del día siguiente. Por el camino, hicieron tres escalas para recoger tropas, correspondencia y suministros y también para repostar. Audrey aún no había salido de su asombro, recordando lo amables que habían sido con ella en el Home Office.

Ya debían saber algo de ella a través de las investigaciones que tuvieron que llevar a cabo antes de nombrar a Charles corresponsal de guerra. A lo mejor, pretendían llamar la atención de la prensa norteamericana en la esperanza de que los Estados Unidos entraran en guerra, a pesar del escaso interés que tenía Roosevelt en ayudarles. Audrey se preguntaba a menudo cómo era posible que no lo hiciera. Sin embargo, no pensaba en su país cuando el aparato aterrizó bruscamente. Los soldados que habían viajado con ella recogieron sus pertrechos disponiéndose a bajar.