– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó Charlie.
El recepcionista sólo le había dicho que una dama le aguardaba en la terraza. La encontró durmiendo en un rincón; el bolso estaba en el suelo, las fundas de las cámaras sobre el regazo, un sombrero le cubría los ojos, las cámaras le colgaban del cuello y llevaba un atuendo que a Charles le pareció de lo más ridículo. Por un instante, se alegró de verla, pero después se enojó. No quería que estuviera allí. Estaban en zona de guerra. Prefería que Audrey regresara a la relativa seguridad de Londres.
– He venido a verte, Charlie -dijo ella, extendiendo los brazos mientras esbozaba una sonrisa beatífica. Sabía que se iba a enfadar, pero confiaba en que pronto se le pasara la rabieta. No hubiera podido quedarse por más tiempo en Londres mientras él andaba por el mundo escribiendo reportajes para distintos periódicos-. ¿No me vas a decir hola? -estaba intentando reprimir la risa para que él no se enojara-. Me gusta esta barba.
– No te molestes siquiera en deshacer el equipaje, Aud -dijo Charlie, casi temblando de furia-. Te irás de aquí en el primer avión de mañana por la mañana. ¿Cómo te las arreglaste para que te dejaran venir?
– Les dije que era una fotógrafa libre y que siempre hemos trabajado juntos.
– ¿Cómo? ¡Y te creyeron! ¡Qué insensatos! -exclamó Charlie, dirigiéndose a grandes zancadas al otro lado de la terraza.
Tarde o temprano se calmaría, pensó Audrey. Cuando Char-lie regresó de nuevo junto a ella, sus ojos habían cambiado de expresión.
– Puesto que sólo me quedaré una noche, podríamos celebrarlo un poco – dijo Audrey, dirigiéndole una seductora mirada. Sin embargo, él se limitó a soltar un bufido mientras se acomodaba a su lado en la otra silla. Audrey no era una persona dócil y Charles no se fiaba ni un pelo de que estuviera dispuesta a marcharse-. Molly te envía muchos recuerdos.
– ¿Cómo se encuentra? -preguntó Charlie, ablandándose un poco aunque sin bajar del todo la guardia.
– Muy bien. Está con Alexandra y James en la casa de campo del padre de James y parece que se lo pasa muy bien. El padre de James se dedica a la cría de perros San Bernardo y hay uno que a ella le encanta. Se lo quiere llevar a Londres cuando vuelva -contestó Audrey, esbozando una dulce sonrisa que él le devolvió por primera vez desde que la sorprendiera en la terraza.
– Tendremos que alquilar un apartamento sólo para el perro – dijo Charlie, riéndose pese a la inquietud que ya no podía ocultar por más tiempo y que era la principal razón de que no quisiera verla en El Cairo. Pensaba que Audrey necesitaba descansar-. Hay algo que no me dijiste, Aud…, antes de que me fuera.
Por un instante, Audrey no supo cómo se había enterado de lo ocurrido. Después, lo adivinó de repente… James.
– ¿Ah, sí? -dijo con indiferencia mientras apartaba el rostro para pedirle otra copa al camarero-. Pues, francamente, no lo sé.
– Sí, lo sabes -dijo Charles, asiéndola fuertemente por un brazo-. ¿Por qué no me lo dijiste?
– No quería que te preocuparas -contestó Audrey con los ojos llenos de lágrimas. Súbitamente, Charlie la estrechó con fuerza en sus brazos mientras ella rompía a llorar-. Lo siento mucho. Yo tuve la culpa. Siempre pienso que, si no hubiera hecho esto o lo otro… tal vez…
No pudo seguir, pero Charlie comprendió el sentido de sus palabras. -No puedes destrozarte de esta manera, amor mío. Ocurrió…, y yo lo lamento en el alma…, pero ya se presentará otra ocasión, te lo prometo. La próxima vez, espero que me lo digas.
Audrey sonrió y se sonó con el pañuelo que él le dio.
Charlie frunció el ceño y se alegró, a pesar de todo, de volver a verla. Estaba muy preocupado por ella desde la conversación que había sostenido con James.
– James me dijo que lo pasaste muy mal. ¿Cómo te encuentras ahora?
– Bien. Vi fue muy buena conmigo.
– Me lo imagino -dijo Charlie, acariciándole suavemente una mejilla con las yemas de los dedos-. Lo siento mucho, Aud… Siento no haber estado a tu lado.
– No hubieras podido hacer nada -dijo ella, exhalando un suspiro-. Fue muy difícil sin teneros ni a ti ni a Molly. Sólo podía pensar en eso. Tenía que venir -añadió, mirándole con tristeza.
Charlie comprendía perfectamente las razones de su amante. Pagó la cuenta y subió con ella a la habitación, llevándole él mismo el equipaje. Al llegar a la puerta, la tomó en brazos y la depositó sobre la cama.
– Bienvenida sea a casa la futura señora Parker-Scott -le dijo sonriendo.
– ¿Acaso sabes tú algo que yo no sé? -preguntó Audrey, arqueando una ceja-. ¿Has tenido alguna noticia de Charlotte? No se atrevía ni siquiera a soñarlo.
– No -contestó Charlie-. Pero James me ha facilitado una información muy interesante. ¿No te lo dijo? -Audrey negó con la cabeza-. Parece ser que mi encantadora esposa tiene un pequeño secreto.
– ¿De veras? -dijo Audrey, intrigada.
Charlie se sentía muy optimista. Sería estupendo que pudieran casarse con sólo ejercer una ligera presión sobre Charlotte.
– Parece ser que la dama tiene gustos un poco especiales. Prefiere a las mujeres.
– ¿Es lesbiana? -preguntó Audrey, no temiendo pronunciar la palabra a diferencia de lady Vi-. ¿Estás seguro?
– Bastante. Vi la vio besando a una mujer en una callejuela. Me sorprende que no te lo dijera.
– Debió ocurrir en un mal momento. -Así era, en efecto-. Qué sorpresa. Y ahora, ¿qué?
– La amenazaré con poner un anuncio en el Times de Londres como la muy bruja no me conceda el divorcio. ¿Qué te parece?
Ambos se echaron a reír mientras Charles se tendía en la cama al lado de su amante. Al cabo de unos instantes, se olvidaron de todo, de Charlotte, de James y de lady Vi, y sólo pensaron el uno en el otro y en la felicidad del reencuentro.
CAPITULO XXXVIII
A la mañana siguiente, Charlie volvió a ponerse serio y le dijo a Audrey que no debía quedarse allí.
– Al fin y al cabo, estamos en zona de guerra y Mussolini ya ha iniciado la invasión de Egipto.
– Ya sabes cómo son los italianos, cariño -contestó ella, riéndose mientras apretaba una mano de Charles sobre la mesa-. Pueden tardar años en llegar hasta aquí.
Era evidente que Audrey no pensaba marcharse. Día a día, Charlie se fue acostumbrando a su presencia. Al cabo de un mes, el ataque italiano aún no se había producido y en todas partes reinaba una atmósfera de fiesta. Audrey se hizo amiga de muchos oficiales y Charlie se pasaba horas sentado en la terraza del Shepheard's, tomando copas con otros corresponsales. Todo el mundo se había acostumbrado a la presencia de Audrey y, por su parte, Charlie ya ni siquiera insistía en que regresara a casa. Le encantaba tenerla a su lado y, además, no había peligro. El único detalle desagradable eran las tormentas de arena con que se tropezaban a veces cuando salían al desierto. Algunas personas se habían perdido durante aquellas tormentas y por esta causa el comandante en jefe general Wavell les había hecho una seria advertencia. No les convenía perder a los corresponsales de guerra en el desierto. No obstante, la mayor parte del tiempo lo pasaban en El Cairo. Por lo demás, las escaramuzas con los italianos eran esporádicas. Todo parecía tan tranquilo que Audrey pensó incluso en volver brevemente a casa por Navidad para ver a Molly, aunque temía que después Charlie no le permitiera regresar a Egipto. Violet le había escrito que pasaría las Navidades con James, su suegro y los niños, y añadió que Molly estaba muy contenta, por cuyo motivo Audrey decidió al final quedarse con Charlie en El Cairo.
En diciembre, los británicos se enzarzaron en serios combates con los italianos a quienes pretendían expulsar definitivamente de Libia. El 21 de enero de 1941, las fuerzas británicas tomaron Tobruk, y el 7 de febrero los italianos se rindieron.