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James volvió por Pascua y Vi organizó una caza de huevos para todos, escribiendo cosas divertidas en las cascaras y ocultando pequeños premios y golosinas en varios lugares accesibles. Audrey ya estaba de más de seis meses y Charlie le dijo en broma que la podría esconder en alguna parte en calidad de gran premio. Estaba enorme y a él le gustaba sentir los movimientos del niño cuando apoyaba una mano sobre el estómago de su esposa.

– ¿Estás segura de que no serán gemelos? -le preguntó.

– ¡Charlie, eso no tiene ninguna gracia!

Sin embargo, ella misma reconocía que estaba muy gorda. James solía tomarles el pelo, decía que era una vergüenza que, en su luna de miel, Audrey se encontrara en semejante estado. Todos se alegraban mucho de que, al fin, ella y Charlie se hubieran podido casar.

Fue un período muy sereno, sólo turbado por la carta que Annabelle le envió a su hermana, comunicándole la muerte de su marido en el Pacífico. Audrey le escribió una larga carta, pero, apenas dos semanas después, Annabelle volvió a escribir, anunciando que se había casado en San Diego con un oficial de la marina. Annabelle era una muchacha muy extraña, pensó Audrey, quien ya se imaginaba su comportamiento con el personal militar de San Francisco. Todo esto la disgustó mucho, pero Charlie le recordó que ella no podía hacer nada y, además, llevaba mucho tiempo apartada de su hermana. Su vida estaba en Inglaterra y era absurdo pensar en las casas de Tahoe y San Francisco donde Annabelle seguía viviendo. El flamante marido ya se había incorporado a la guerra, y ella había decidido regresar a la casa de California Street con los pequeños Winston y Hannah a los que Audrey apenas conocía.

– Es curioso, ¿verdad?, lo distintos que pueden ser los miembros de una misma familia -le dijo a Charlie, tendida a su lado sobre la hierba bajo un gigantesco árbol mientras él

acariciaba suavemente su melena cobriza y la miraba con ternura. Nunca le pareció más adorable. Cuando volvieron a entrar en la casa tomados de la mano, oyeron sonar el teléfono. Vi había salido de compras y Charles se puso al aparato mientras Audrey pelaba una manzana para los dos. Lord Hawthorne no se encontraba en casa y los niños estaban haciendo los deberes con la niñera, incluida la pequeña Molly.

– ¿Sí…? Sí… No, soy Charles Parker-Scott, ¿me puede dar el recado? -hubo una larga pausa mientras él se volvía de espaldas a Audrey-. ¿Seguro? -preguntó, bajando la voz-. ¿No hay ningún error…? ¿Cuándo lo sabrán…? Comprendo… Por favor, vuelva a llamarnos.

Tras colgar el teléfono, Charlie se quedó petrificado mientras Audrey le miraba en silencio. De repente, se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo disimular.

– Oh, Charlie… ¿Qué ha pasado? -preguntó Audrey, aunque ya lo sabía. Lo supo en su fuero interno cuando Charlie contestó al teléfono. Era James-. ¿Qué ha ocurrido?

– El aparato de James fue derribado tras una incursión sobre Colonia. Ha desaparecido en combate. Puede estar muerto o pueden haberle hecho prisionero, no lo saben. Volverán a llamar en cuanto sepan algo. Algunos aparatos aún no han regresado.

– ¿Están seguros de que el suyo no es uno de ellos?

– Vieron la caída del avión -contestó Charlie, sacudiendo la cabeza.

– Oh, Dios mío… -exclamó Audrey, sosteniéndose el vientre mientras se sentaba en una silla.

– Tranquilízate, Aud -dijo Charlie, ofreciéndole un vaso de agua que ella tomó con temblorosa mano.

Ambos pensaban sobre todo en Vi. La segunda llamada se produjo dos horas más tarde, en el preciso momento en que Violet abría la puerta y corría hacia el teléfono.

– Ya voy yo, Vi -dijo Charlie, adelantándose y volviéndose de espaldas a ella, tal como hiciera con Audrey la primera vez-. Aquí, Parker-Scott -contestó en tono muy británico y oficial. Audrey ignoraba cómo se lo iban a decir a Vi. Hubiera podido ser Charlie en lugar de James, pero ella no quería que le ocurriera nada a ninguno de los dos. Se le llenaron los ojos de lágrimas y tuvo que apartar el rostro para que Vi no lo advirtiera. Charlie colgó rápidamente el teléfono y las miró muy serio.

– Vamos a sentarnos -dijo.

– ¿Qué sucede, Charles? -preguntó Violet, contrayendo todos los músculos del cuerpo-. Dímelo ahora mismo -añadió con voz temblorosa mientras él la tomaba del brazo y la hacía sentar en una silla de la cocina.

– Te diré lo que sé, Vi. El aparato de James fue derribado mientras regresaba de una incursión aérea sobre Alemania. Sobrevolaron Francia dentro de las líneas de ocupación. Nadie sabe con certeza si le mataron. No hay forma de saberlo hasta que nos digan si le hicieron prisionero o no… O hasta que termine la guerra, pero eso no me lo han dicho. Los hombres que le vieron caer creen que puede haber sobrevivido.

Violet se estremeció de la cabeza a los pies y jadeó, como si experimentase un dolor físico.

– Comprendo. ¿Cuándo ha ocurrido?

– A primera hora de esta mañana.

– ¿No tendrían ya que saber algo a esta hora?

– No necesariamente. Puede que tarden semanas o incluso meses en averiguarlo. Tienes que esperar… y rezar.

Sería terrible tener que decírselo a los niños, pensó Charles.

La propia Vi se encargó de comunicarles la noticia. James trató de comportarse como un hombre, pero después salió al jardín y se echó a llorar en brazos de Charles mientras las mujeres consolaban a Alexandra y Molly, hablándoles de la bondad de Dios y de lo mucho que amaba a papá. Molly las miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Se reunirá ahora tío James con mis primeros mamá y papá? -preguntó.

Sabía que había nacido en China, de otros progenitores.

– Tal vez, cariño -contestó Audrey, estrechándola en sus brazos mientras las lágrimas le resbalaban lentamente por las mejillas-. Pero puede que vuelva a casa.

O puede que no. Lo peor era la incertidumbre.

Una vez acostados los pequeños, Vi permaneció inmóvil, sentada frente al fuego de la chimenea. Decirles a los niños que su padre podía haber muerto fue lo más difícil que hubiera hecho en su vida, pensó mientras Audrey le tomaba una mano.

– Sigo pensando que volverá a casa -dijo Violet-. ¿Te parece una locura? -le preguntó llorando a su amiga. Audrey le contestó que ella también lo creía-. Puede que le ayuden los de la Francia Libre. Habla muy bien el francés… -añadió.

Más tarde, Vi se empeñó en subir a llevarle un brandy a lord Hawthorne. Éste se había retirado a su estudio porque era demasiado orgulloso para llorar ante el resto de la familia, pero Charles sabía lo mucho que estaba sufriendo.

Se acostaron pasada la medianoche, esperando que sonara el teléfono con alguna noticia sobre James: que había regresado… Que todo había sido un error… Pero el teléfono no volvió a sonar aquella noche.

CAPÍTULO XLIV

Los últimos días del embarazo fueron una auténtica pesadilla para Audrey. Charlie ya estaba casi completamente restablecido y el hecho de permanecer en casa sin hacer nada le ponía nervioso. La desaparición de James había espoleado su interés por volver a la guerra y hacer algo de provecho. Violet se mostraba mucho más inquieta que al principio pese a empeñarse en creer que James estaba vivo en alguna parte. No quería abandonar la esperanza hasta que alguien le dijera con certeza que su marido no había sobrevivido a su misión. Sin embargo, esta posibilidad le parecía cada vez más remota.

Los niños se habían adaptado poco a poco a la realidad, aunque la incertidumbre también pesaba sobre ellos. Era un poco difícil decirles que su padre estaba provisionalmente ausente de sus vidas. Todos le echaban muchísimo de menos.

Audrey estaba tan gruesa que apenas podía moverse y, para empeorar las cosas, en junio tuvieron que soportar una terrible ola de calor. Se sentía como una montaña con dos patas y por la noche le costaba respirar. El niño daba patadas y la empujaba desde dentro. Cuando ya pasaban dos semanas de la fecha de julio prevista para que se produjera el parto, aún seguía esperando. El médico dijo que eso no tenía nada de extraño y le aconsejó que diera largos paseos y durmiera mucho, cosas ambas bastante difíciles en su estado, aunque Charles y Vi la obligaban a salir.