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—¿Y el señor Presidente? —preguntó Víktor, agresivo.

- El Presidente es el padre del pueblo-dijo R. Kvadriga, animándose—. Un boceto en tonos dorados... El Presidente en las trincheras.Un fragmento del cuadro El Presidente bajo el fuego en primera línea.

—¿Y qué más? —se interesó Víktor.

- El Presidente con impermeable-dijo R. Kvadriga con presteza—. Un mural, panorámico.

Víktor, aburrido, cortó un trocito de anguila y se puso a escuchar a Gólem.

—Mire, Pavor, déjeme en paz. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Ya le he presentado los informes —se quejaba Gólem—. Estoy listo para firmar sus conclusiones. ¿Quiere quejarse de los militares? ¡Quéjese! O si lo desea, quéjese de mí.

—No quiero quejarme de usted —respondió Pavor, llevándose la mano al pecho.

—Entonces, no se queje.

—¡Déme algún consejo! ¿Es que no puede aconsejarme nada?

—Señores, qué aburrimiento —intervino Víktor—. Me voy.

No le prestaron atención. Apartó la silla, se incorporó y, sintiéndose muy borracho, se encaminó hacia el mostrador. Teddy el calvo limpiaba las botellas y lo miraba sin curiosidad.

—¿Como siempre? —preguntó.

—Espera... ¿Qué era lo que quería preguntarte?... ¡Sí! ¿Cómo andas, Teddy?

—Llueve —se limitó a decir el barman y le sirvió una copa de licor.

—Es horrible el tiempo que hace siempre en la ciudad —dijo Víktor y se recostó en el mostrador—. ¿Qué dice tu barómetro?

Teddy metió la mano bajo el mostrador y sacó el «pronosticador». Las tres espinas estaban muy pegadas al eje brillante, que parecía lacado.

—No va a aclarar —dijo Teddy, mirando atentamente el «pronosticador»—. Un invento diabólico. —Meditó un poco y añadió—: Y vaya uno a saber, es posible que se haya roto hace tiempo, ¿cómo comprobarlo? Lleva años lloviendo.

—Se puede viajar al Sahara.

—Qué tontería —dijo Teddy con un sonido burlón—. Ese amigo vuestro, Pavor, me propone doscientas coronas por este cacharro.

—Seguramente porque está borracho. No sé para qué lo necesita...

—Eso mismo fue lo que le dije. —Teddy le dio vueltas entre las manos al «pronosticador» y se lo acercó al ojo derecho—. No se lo daré —dijo, con decisión—. Que se busque uno. —Metió el «pronosticador» bajo el mostrador, miró a Víktor, que hacía girar la copa entre las manos y le informó—: Tu Diana ha venido.

—Hace rato —dijo Víktor, sin prestar mucha atención.

—Como a las cinco. Le di una caja de coñac. Roscheper sigue divirtiéndose, no para. Manda a la gente en busca de coñac, el muy jeta. Vaya diputado. ¿No temes por ella?

Víktor se encogió de hombros. De repente, vio a Diana a su lado. Había aparecido junto al mostrador, vistiendo una capa empapada, con el capuchón a la espalda, ella no miraba hacia él, que veía solamente su perfil y pensaba que de todas las mujeres que había conocido antes, ella era la más bella y que con toda seguridad, nunca tendría otra así. Diana estaba de pie, recostada en el mostrador, y su rostro era muy pálido e indiferente, y era la más bella de todas: en ella, todo era bello. Siempre. Cuando lloraba y cuando se reía, cuando se enfurecía o cuando algo no le importaba, e incluso cuando se moría de frío, y sobre todo cuando se sentía inspirada.

«Ay, qué borracho estoy —pensó Víktor—, y seguramente apesto a alcohol como R. Kvadriga.» Estiró el labio inferior y se echó el aliento a la nariz. No pudo poner nada en claro.

—Los caminos están mojados, resbaladizos —decía Teddy—. Hay niebla... Y también te diré que ese tal Roscheper seguramente es un mujeriego, un viejo cabrón.

—Roscheper es impotente —objetó Víktor, que bebía maquinalmente.

—¿Eso te lo dijo ella?

—Basta, Teddy. Es suficiente.

Teddy lo miró atentamente, después suspiró, se agachó con dificultad, buscó algo bajo el mostrador, se levantó y puso ante Víktor un frasco con amoníaco y un paquete de té abierto. Víktor echó un vistazo al reloj y se puso a mirar cómo Teddy, sin prisa, tomaba una copa limpia, vertía soda en ella, echaba algunas gotitas del frasco y con la misma lentitud lo revolvía todo con una varilla de vidrio. Después, empujó la copa hacia Víktor, que la tomó y se la bebió frunciendo el ceño y conteniendo la respiración. Fresca y repulsiva, la corriente de amoníaco golpeó su cerebro y se derramó en algún lugar tras los ojos. Víktor respiró por la nariz un aire que se había vuelto insoportablemente frío, y metió los dedos en el paquete de té.

—Bien, Teddy, gracias. Anota en mi cuenta lo que se debe. Ellos te dirán cuánto es. Me voy.

Masticando té, volvió a su mesita. El joven de gafas gruesas y su acompañante larguirucho devoraban presurosos la cena. Ante ellos había una botella con agua mineral de una marca local. Pavor y Gólem habían hecho sitio sobre el mantel para jugar a los dados, mientras que el doctor R. Kvadriga se aguantaba la cabeza con las manos y cantaba monótonamente:

- La Legión de la Libertad es el baluarte del Presidente.Mural... En el feliz aniversario de Vuestra Excelencia... El Presidente es el padre de los niños.Cuadro alegórico... —Me voy —dijo Víktor.

—Lástima —respondió Gólem—. Bien, te deseo suerte.

—Saluda a Roscheper —dijo Pavor, guiñando un ojo.

- Roscheper Nant, diputado-se animó R. Kvadriga—. Retrato. Barato. De medio cuerpo...

Víktor recogió su encendedor y el paquete de cigarrillos y caminó hacia la salida. A sus espaldas, el doctor R. Kvadriga pronunció, con voz clara: «Supongo, señores, que es hora de presentarnos. Soy Rem Kvadriga, doctor honoris causa, pero ustedes, señores, no sé quiénes son...». Al llegar a las puertas, Víktor tropezó con el robusto entrenador del equipo de fútbol Hermanos de Raciocinio. El entrenador estaba muy preocupado, muy mojado y le cedió el paso a Víktor.

El autobús se detuvo.

—Hemos llegado —dijo el chofer.

—¿El sanatorio? —preguntó Víktor.

Fuera había una niebla lechosa, densa. En ella se dispersaba la luz de los faros y no se veía nada.

—El sanatorio, el sanatorio —gruñó el chofer, mientras encendía un cigarrillo.

Víktor se acercó a la puerta.

—¡Qué niebla! —dijo al bajar del estribo—. No veo nada.

—Encontrará el camino —le prometió el chofer con indiferencia, y escupió por la ventanilla—. Vaya lugar para poner un sanatorio. Por el día, niebla, por la noche, niebla...

—Que tenga buen viaje —se despidió Víktor.