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Gólem contaba algo interesante, consideraba que yo estaba borracho y no entendía nada, y por esa razón podía hablarme con toda honestidad. A propósito, yo sí estaba borracho, pero recuerdo que lo entendía todo. ¿Y qué era lo que entendía?... Frotó con furia el dorso de la mano derecha sobre la manta de lana. Vienen tiempos duros... No, eso lo decía Pavor. Aja, lo que decía Gólem era que ellos lo tenían todo por delante, y nosotros sólo los teníamos por delante a ellos. Y la enfermedad genética... Eso es totalmente posible. Puede ocurrir en cualquier momento. Es posible que lleve ya bastante tiempo ocurriendo. Dentro de la especie nace una especie nueva, y a eso lo llamamos enfermedad genética. La especie antigua vive en unas condiciones, la especie nueva en otras. Antes se necesitaban músculos poderosos, fertilidad, resistencia al frío, agresividad, y lo que se denomina talento práctico. Digamos, ahora eso también se necesita, pero más que nada por inercia. Con el talento práctico se puede aniquilar a millones de personas, sin que ocurra nada esencial. Eso no falla, se ha probado muchas veces. Alguien dijo que si de la historia borraran unas decenas... vaya, unos cientos de personas, volveríamos enseguida a la edad de piedra. Bueno que sean varios millares... ¿Y qué personas son ésas? Hermano, son personas totalmente diferentes.

Es totalmente posible: Newton, Einstein, Aristóteles son mutantes. Claro que el medio no era muy adecuado y es totalmente posible que un gran grupo de mutantes como ésos haya perecido sin realizarse, como aquel chaval del relato de Capek... Claro que son especiales: no tuvieron talento práctico ni necesidades humanas normales. ¿O será que eso es lo que parece? Simplemente, su lado espiritual estaba tan hipertrofiado que lo demás no se percibía. «No, eso no tiene sentido —se dijo—. Einstein decía que lo mejor de todo es trabajar como cuidador de un faro, un trabajo de nombre respetable... Pero sería interesante imaginarse cómo nace en nuestros días el Homo super.Un buen tema... Diablos, cómo me pican las manos... Sería bueno escribir semejante utopía a lo Orwell, o a lo Bernard Wolfe. La verdad es que resulta difícil imaginarse a semejante superhombre: una enorme cabeza calva, brazos y piernas raquíticos, impotente... Qué banalidad. Pero, en general, debe de ser algo en ese sentido. En todo caso, habrá un desplazamiento de las necesidades. No necesitarán vodka, ni comidas especiales, ni lujos; y las mujeres, sólo para tranquilizarse y poder concentrarse más. Un objeto ideal para ser explotado: dale un despacho para él solo, un escritorio, papel, un montón de libros... un caminito para meditaciones peripatéticas y, a cambio, producirá ideas... No habrá utopía alguna, se lo quedarán los militares y eso será todo. Organizarán un instituto secreto, llevarán allí a todos esos superhombres y punto.»

Con un gemido, Víktor se levantó y se dirigió al baño, pisando el suelo frío con los pies desnudos, abrió el grifo y bebió hasta hartarse, sin encender la luz. La sola idea de encender la luz le causaba terror. Retornó al lecho y estuvo un rato rascándose, maldiciendo las chinches. En general, todo aquello era excelente para un argumento: un instituto secreto, centinelas, espías... el patriotismo de la patriótica Klara, la mujer de la limpieza... Qué porquería. La dificultad consistía en imaginarse su trabajo, sus ideas, sus posibilidades, no puedo ni intentarlo... Es totalmente imposible. Un chimpancé no puede escribir una novela sobre las personas. ¿Cómo puedo escribir una novela sobre un hombre cuyas únicas necesidades son las espirituales? Claro que puedo imaginarme algo. La atmósfera. El continuo estado de éxtasis creativo... La percepción de omnipotencia, de independencia, la ausencia de complejos, la falta total de temores... Sí, para escribir semejante cosa hay que ponerse ciego de LSD. Desde el punto de vista del hombre corriente, la esfera emocional del superhombre sería algo así como una patología. Una enfermedad... La vida es una enfermedad de la materia, el pensamiento es una enfermedad de la vida. «La enfermedad de los gafudos», pensó.

Y de repente, todo se colocó en su justo lugar. «¡Eso era lo que quería decir Gólem! —pensó Víktor—. Inteligentes, todos escogidos por su talento... Entonces, ¿cuál es la conclusión? La conclusión es que ya no son personas. Zurzmansor estaba simplemente contándome fábulas. Eso quiere decir que ya ha comenzado... No se puede ocultar nada —pensó con satisfacción—. Y menos aún una cosa así. Iré a ver a Gólem, no necesita hacerse pasar por un profeta. Seguramente, ellos le han contado muchas cosas. Diablos, se trata del futuro, de ese mismo futuro que lanza sus tentáculos al corazón del día de hoy. Por delante sólo los tenemos a ellos.» Se sintió presa de una excitación febril. Cada segundo era histórico, y era una lástima no haberlo sabido el día anterior, ya que ayer, y antes de ayer, y hace una semana cada segundo también era histórico...

Se levantó de un salto, encendió la luz y comenzó a buscar su ropa al tacto, con los ojos cerrados por el dolor. No la encontraba, pero al rato los ojos se acomodaron a la luz y pudo agarrar sus pantalones, que colgaban de la cabecera de la cama, y de repente vio su brazo. La piel, hasta el codo, estaba cubierta de un sarpullido rojo, con ampollas de color blanco cadáver. Como se había rascado, varias de las ampollas estaban ensangrentadas. El otro brazo estaba igual.

«Qué demonios», pensó sintiendo que el frío se apoderaba de él, pues ya sabía de qué se trataba. Lo había recordado: cambios en la piel, sarpullidos, ampollas, en ocasiones úlceras supurantes... Por ahora no había úlceras, pero comenzó a tener sudores fríos, dejó caer los pantalones y se sentó en la cama.

«No puede ser —pensó—. Yo también. ¿Será posible que también yo...?» Acarició cuidadosamente la piel llena de ampollas, cerró después los ojos y, conteniendo la respiración, se puso a escuchar atentamente los sonidos de su cuerpo. El corazón latía sonora y acompasadamente, la sangre zumbaba en sus oídos, le parecía que su cabeza era enorme y estaba vacía, no sentía dolor alguno, en su cerebro no había aquella densa pesadez. «Tonto —pensó y sonrió—. ¿Qué espero percibir? Debe de ser algo semejante a la muerte: un segundo antes eres un ser humano, transcurre un instante y ya eres Dios, pero no lo sabes, y nunca lo sabrás, de la misma manera que un idiota no sabe que lo es, que una persona inteligente, si es auténticamente inteligente, no sabe que lo es... Seguramente todo ocurrió cuando dormía. Pero en todo caso, antes de que me durmiera, la esencia de los mohosos era algo absolutamente oscuro para mí, y ahora la veo con una claridad meridiana, y lo he logrado con pura lógica, sin darme cuenta siquiera...»

Sonrió feliz, se echó a reír, se levantó y se acercó a la ventana haciendo crujir los músculos. «Es mi mundo», pensó mientras miraba a través del cristal cubierto de agua; el vidrio desapareció, la ciudad congelada en el horror se ahogó allá abajo, junto con el enorme país anegado, y después todo se unió y se alejó flotando, y quedó solamente una pequeña esfera azul con una larga cola azul, y vio la enorme lenteja de la Galaxia, colgando de lado, muerta en el abismo titilante, los jirones de materia fosforescente, torcidos por los campos de fuerza, y las simas sin fondo en los lugares donde no había luz, estiró la mano y la introdujo en un núcleo blanco, esponjoso, sintió un leve calor y cuando apretó el puño, la materia escapó entre sus dedos como espuma de jabón. Rió de nuevo, dio un golpecito en la nariz a su imagen en el vidrio y acarició con ternura las ampollas de su piel hinchada.

—¡Por semejante motivo hay que beber! —dijo en voz alta.