– Times, Russell.
– Keisha, soy Terry McCaleb.
– Eh, ¿qué tal?
– Bien, quería darte las gracias por tu artículo. Debería haber llamado antes. Estaba muy bien.
– Eres muy amable. Nadie me llama nunca para darme las gracias por nada.
– Bueno, no soy tan amable. También llamaba porque necesito un favor. ¿Tienes el ordenador encendido?
– Tú sí que sabes estropear un buen comienzo. Sí, mi terminal está conectado. ¿Qué quieres?
– Bueno, estoy buscando algo, pero no estoy seguro de cómo encontrarlo. ¿Crees que podrías hacer una de esas búsquedas por palabra clave? Busco artículos sobre un atracador que dispara.
Ella se rió.
– ¿Eso es todo? -dijo-. Ya sabes que es muy frecuente que disparen a la gente en los atracos. Esto es Los Ángeles, ¿recuerdas?
– Sí, era una estupidez. Vale, y si añades la palabra «pasamontañas». Me basta con los datos de los últimos dieciocho meses. ¿Crees que reducirá los resultados?
– Quizá.
McCaleb oyó que ella accedía a la hemeroteca electrónica del diario y empezaba a teclear para obtener todos los artículos que contenían las palabras clave «atraco», «pasamontañas» y «disparar».
– Bueno, ¿en qué andas metido, Terry? Creía que te habías retirado.
– Así es.
– No lo parece. Esto es como en los viejos tiempos. ¿Estás investigando algo?
– Más o menos. Estoy verificando algo para una amiga y ya conoces al departamento de policía. Y cuando no llevas placa es peor todavía.
– ¿De qué se trata?
– Aún no es noticiable, Keisha. Si al final vale la pena, serás la primera en saberlo.
Keisha Russell suspiró exasperada.
– Odio que hagáis esto -protestó-. O sea, ¿por qué debería ayudaros si no me dejáis decidir si algo puede servir para un artículo o no? La periodista soy yo, no tú.
– Lo sé, lo sé. Supongo que lo que estoy diciendo es que me gustaría guardarme esto hasta que vea de qué se trata. Después te lo contaré. Te lo prometo, en cuanto haya algo. Probablemente no resultará, pero te lo contaré de todos modos. ¿Has conseguido algo?
– Sí -dijo con un mohín de burla-. Seis resultados en los últimos dieciocho meses.
– ¿Seis?
– Seis artículos. Te leo los titulares y dime si quieres que cargue los artículos completos.
– Vale.
– Bueno, ahí va. «Dos heridos en un intento de atraco»; «Disparan a un hombre en el atraco en un cajero»; «Se busca ayuda por el asesinato del cajero.» Veamos, los tres que siguen parecen relacionados. Los titulares son: «Dueño de tienda y cliente heridos en un atraco», seguido por «La segunda víctima muere; era empleada del Times» (mierda, nunca me enteré de esto. Este tendré que leerlo también por mí) y el último «La policía busca al buen samaritano». Éstos son los seis.
McCaleb se quedó pensando un momento. Seis artículos sobre tres incidentes distintos.
– ¿Puedes bajarte los tres primeros y leérmelos si no son muy largos?
– ¿Por qué no?
McCaleb escuchó el tecleo. Sus ojos vagaron por encima del taxi hasta Sherman Way. Era una calle de cuatro carriles, concurrida incluso de noche. Se preguntó si Arrango y Walters habrían conseguido algún otro testigo al margen del buen samaritano.
McCaleb miró el aparcamiento de un centro comercial y vio a un hombre sentado en un coche. Justo cuando McCaleb reparó en él, el hombre levantó un periódico y su cara se ocultó. McCaleb se fijó en el coche. Era un viejo vehículo de importación, de manera que desechó la posibilidad de que Arrango hubiera ordenado que lo siguieran. Keisha empezó a leer el artículo de la pantalla de su ordenador.
– Bueno, el primero es del 8 de octubre del año pasado. Es sólo un breve. «Un hombre y su esposa resultaron heridos el jueves por un atracador que fue reducido y detenido por un grupo de transeúntes, informó el jueves la policía de Inglewood. La pareja paseaba por Manchester Boulevard a las once cuando un hombre que portaba un pasamontañas se les acercó y…»
– ¿Detuvieron al atracador?
– Eso dice.
– Bueno, sáltate éste. Busco casos sin resolver, creo.
– De acuerdo, la siguiente historia es del viernes, 24 de enero. El titular es «Disparan a un hombre en el atraco en un cajero». No hay firma. Es otro breve. «Un hombre de Lancaster que estaba sacando dinero de un cajero automático fue mortalmente herido de bala el miércoles por la noche en lo que los agentes del sheriff del condado de Los Ángeles califican de asesinato sin sentido. James Cordell, de treinta años, recibió un disparo en la cabeza por parte de un agresor desconocido que acto seguido se llevó los trescientos dólares que la víctima acababa de retirar. El disparo se produjo aproximadamente a las diez de la noche en la sucursal del Regional State Bank de Lancaster Road al 1800. La detective de la oficina del sheriff, Jaye Winston, afirmó que parte de la acción fue grabada por la cámara de seguridad del banco, pero no lo suficiente para identificar al autor. Lo único que se ve del asesino en el vídeo es que llevaba la cabeza cubierta con un pasamontañas oscuro de punto. Sin embargo, Winston aseguró que la cinta reveló que no existió confrontación o negativa de Cordell a entregar el dinero. “Fue a sangre fría -declaró Winston-. El tipo entró, disparó a la víctima y se llevó el dinero. Fue muy frío y brutal. El hombre quería el dinero y no le importaba nada más.” Cordell se derrumbó frente al cajero que se hallaba bien iluminado, pero su cuerpo no fue hallado hasta que llegó otro cliente unos quince minutos después. El personal de la ambulancia dictaminó su muerte en el lugar de los hechos.» Bueno, esto es todo. ¿Preparado para el siguiente?
– Sí.
McCaleb había anotado algunos detalles del artículo en su libreta. Subrayó tres veces el nombre de Winston. Conocía a Jaye Winston. Pensó que ella estaría más dispuesta a colaborar que Arrango y Walters. McCaleb sintió que por fin había encontrado un punto de partida.
Keisha Russell empezó a leer el siguiente artículo.
– Vale, lo mismo, sin firma. Es breve y se publicó dos días después. «Los agentes del sheriff afirmaron que no había sospechosos en el tiroteo mortal de un hombre de Lancaster que estaba retirando dinero del cajero automático. La detective Jaye Winston declaró que el departamento tenía interés en hablar con cualquier motorista o transeúnte que se hallara en la zona del 1800 de Lancaster Road el miércoles por la noche y que pudiera haber visto al atracador antes o después del tiroteo de las diez y veinte. James Cordell (30) recibió un único disparo en la cabeza efectuado por un atracador que llevaba un pasamontañas. Murió en el lugar de los hechos. El botín del atraco fue de trescientos dólares. Aunque la cámara de seguridad grabó parte de la escena, los detectives no consiguieron identificar al sospechoso a causa del pasamontañas. “Por fuerza tuvo que quitárselo en algún momento -afirmó Winston-. No pudo salir caminando o en un vehículo con el pasamontañas puesto. Alguien tuvo que verle y yo quiero hablar con esa persona.”» De acuerdo, es el final.
McCaleb no había tomado nota alguna de la segunda noticia, pero estaba pensando en lo que Keisha había leído y no respondió.
– ¿Terry, sigues ahí?
– Sí, perdón.
– ¿Hay algo que te sirva?
– Eso creo, quizá.
– Y todavía no quieres decirme de qué se trata.
– Aún no, Keisha, pero gracias. Serás la primera en saberlo.
McCaleb colgó y sacó del bolsillo de la camisa la tarjeta de visita que Arrango le había dado. Decidió no esperar la llamada de Arrango ni hasta el día siguiente. Tenía una pista que seguir, tanto si el Departamento de Policía de Los Ángeles cooperaba con él como si no. Mientras esperaba respuesta, miró al otro lado de la calle. El coche del hombre que leía el periódico se había ido.