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– La comprendo.

Permanecieron en silencio durante unos instantes antes de que McCaleb retomara la conversación.

– Su intuición acerca de la policía era cierta. Creo que están en un compás de espera, atentos por si ocurre algo, probablemente que el tipo vuelva a actuar. Indudablemente no están trabajando el caso, la investigación está paralizada hasta que suceda algo que la active.

Ella sacudió la cabeza.

– No están trabajando en el caso, pero no quieren que usted lo intente. ¡Eso tiene mucho sentido!

– Es una cuestión de territorialidad. Es así como se juega el juego.

– No es un juego.

– Lo sé. -Lamentó no haber escogido otra palabra.

– Entonces, ¿qué puede hacer?

– Bueno, por la mañana, cuando haya recuperado fuerzas, probaré con el departamento del sheriff. Conozco a la detective al mando de este otro caso que creo que está relacionado. Se llama Jaye Winston. Trabajamos juntos hace mucho tiempo. Fue bien y espero que eso me abra la puerta y llegue un poco más lejos que con la policía.

Ella asintió, pero no pudo disimular su decepción.

– Graciela -dijo McCaleb-, no sé si esperaba que alguien se limitara a venir y resolver el caso como quien saca una llave y abre una puerta, pero las cosas no funcionan así. Eso ocurre en las películas, y esto es real. Durante todos mis años en el FBI, la mayoría de los casos se resolvieron por un pequeño detalle, algo insignificante que al principio se pasó por alto o no pareció importante, y luego se convirtió en la clave de todo. Pero a veces hace falta tiempo para llegar hasta ahí, para encontrar ese pequeño detalle.

– Lo sé, lo sé. Es sólo que me siento frustrada porque no se hiciera más antes.

– Sí, cuando… -Iba a decir «cuando la sangre estaba fresca».

– ¿Qué?

– Nada. Es que en la mayoría de los casos cuanto más tiempo pasa más difíciles son de resolver.

McCaleb sabía que no la ayudaba nada contándole la realidad de la situación, pero quería que estuviera preparada para un eventual fracaso. Había tenido un día bueno, pero no tanto. Se dio cuenta de que al aceptar el caso sólo había preparado a Graciela Rivers para la desilusión. Su egoísta sueño de redención sería otra dolorosa dosis de realidad para ella.

– A esos hombres simplemente les da igual -dijo ella.

McCaleb se fijó en su aspecto abatido. Sabía que estaba refiriéndose a Arrango y Walters.

– A mí no me da igual.

Terminaron de comer en silencio. Después de que McCaleb apartara su bandeja, miró a Graciela, que observaba a través de la ventana. Incluso con su uniforme blanco de poliéster y el pelo recogido, Graciela Rivers le removía algo. Tenía una tristeza que él deseaba mitigar de algún modo. Se preguntó si ya existiría antes de la muerte de su hermana. Con la mayoría de la gente ocurre así. McCaleb incluso había percibido la presencia de la tristeza en los rostros de algunos bebés. Los acontecimientos de sus vidas parecían simplemente confirmar la desdicha que acarreaban.

– ¿Murió aquí? -preguntó él.

Ella asintió y le devolvió la mirada.

– Primero la llevaron a Northridge, allí la estabilizaron y luego la trasladaron aquí. Yo estaba con ella cuando la desconectaron de la máquina.

McCaleb sacudió la cabeza.

– Tuvo que ser muy duro.

– Todos los días veo morir gente en urgencias. Incluso bromeamos para aliviar la tensión, decimos que son 3D. Duro de doblar. Pero cuando se trata de tu propia… Yo ya no bromeo más.

McCaleb observó el rostro de ella mientras cambiaba de velocidad y se alejaba del punto problemático. A alguna gente no le entra la quinta marcha para salir a escape.

– Hábleme de su hermana.

– ¿Qué quiere decir?

– En realidad, he venido para eso. Cuénteme cosas de ella, eso me ayudará. Cuanto más unido a Gloria me sienta, mejor lo haré.

Graciela permaneció un momento en silencio, con la boca curvada en una mueca, mientras pensaba en el modo de definir a su hermana en pocas palabras.

– ¿Hay cocina en ese barco suyo? -preguntó por fin.

La pregunta pilló a McCaleb desprevenido.

– ¿Qué?

– Si hay cocina. En el barco.

– Claro. ¿Por qué me pregunta sobre mi barco?

– ¿Quiere conocer a mi hermana?

– Sí.

– Entonces tiene que conocer a su hijo. Todo lo bueno que tenía mi hermana está en Raymond. Basta con que lo conozca a él.

McCaleb asintió despacio al comprender.

– Bueno, entonces qué le parece si llevo a Raymond a su barco esta noche y le preparamos la cena. Ya le he hablado de usted y del barco. Quiere verlo.

McCaleb pensó un instante y dijo:

– ¿Qué le parece mañana? De este modo le podré explicar cómo ha ido mi visita al departamento del sheriff. Quizá tenga algo positivo que contar.

– Mañana está bien.

– Y no se preocupe por cocinar. Yo me ocuparé de la cena.

– Usted está trabajando en esto, yo quería…

– Sí, sí. Pero puede reservarse para una noche en su casa. Mañana viene a mi barco y yo me haré cargo de la cena, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -dijo ella, todavía con el ceño fruncido, pero convencida de que no lograría hacerle cambiar de opinión. Sonrió y agregó-: Allí estaremos.

El tráfico en dirección sur por la 405 era intenso y el taxi no lo dejó en el puerto deportivo de San Pedro hasta después de las dos. El vehículo no tenía aire acondicionado y la combinación de los gases de los tubos de escape y el olor corporal del taxista acabaron por provocarle un ligero dolor de cabeza.

Después de subir a bordo del barco, revisó el contestador donde el único mensaje resultó ser el de alguien que colgó sin decir nada. Se sentía mal porque los viajes del día le habían supuesto un desgaste físico superior al que estaba acostumbrado a realizar en los últimos meses. Le dolían los músculos de las piernas y la espalda. Se puso el termómetro, pero no tenía fiebre. La presión y el pulso también eran normales. Lo anotó todo y luego fue al camarote, se sacó la ropa y se metió en la cama sin hacer.

A pesar de su agotamiento físico tenía insomnio y se quedó con los ojos abiertos. En su cabeza se arremolinaban los pensamientos del día y las imágenes del vídeo. Después de una hora tratando de engañarse a sí mismo, decidió levantarse y subir al salón. Sacó la libreta de la americana, que había colgado sobre la silla, y leyó las notas que previamente había tomado. No surgió nada, pero le reconfortó el hecho de iniciar el registro de una investigación.

En una página en blanco anotó algunas ideas adicionales acerca del vídeo, así como un par de cuestiones que quería plantear a Jaye Winston al día siguiente. Asumiendo que los investigadores habían relacionado los casos, deseaba verificar la solidez de la conexión y si los trescientos dólares robados a James Cordell en el primer caso se los habían quitado realmente a él o bien los habían tomado del cajero automático.

Apartó la libreta al darse cuenta de que tenía hambre. Se levantó, echó tres huevos en una sartén, agregó Tabasco y se preparó un sándwich de pan blanco. Después de dar dos mordiscos añadió más Tabasco.

Una vez limpiada la cocina, sintió que la fatiga volvía a hacer mella en él y terminaba por vencerle. Sabía que esta vez sí podría dormir. Se dio una ducha rápida, volvió a controlarse la temperatura y se tomó la tanda de medicamentos de la noche. Vio en el espejo que su barba parecía de dos días, a pesar de que se había afeitado por la mañana: otro de los efectos de la medicación. La prednisona prevenía el rechazo, pero estimulaba el crecimiento del vello. Sonrió a su reflejo, pensando que el día anterior tendría que haberle dicho a Bonnie Fox que se sentía como el hombre-lobo, y no como el monstruo de Frankenstein. Los monstruos empezaban a mezclarse en su mente. Se fue a acostar.