Se sentaron uno a cada lado de la mesa. Winston señaló la pila de papeles y los vídeos.
– Es todo tuyo. He hecho copia del material después de que llamaras esta mañana.
– Vaya, ¿estás de broma? Gracias.
McCaleb acercó la pila con las dos manos, como quien se lleva el bote de la mesa de póquer.
– Llamé a Arrango -explicó Winston-. Me dijo que no trabajara contigo, pero le explique que tú eras el mejor agente que había conocido nunca y que te debía una. Se puso hecho una furia, pero ya se le pasará.
– ¿Aquí está también el material de la policía?
– Sí, nos hacemos copia de todo. No he recibido nada de Arrango en las últimas dos semanas, pero probablemente es porque no hay nada nuevo. Creo que está todo actualizado. El problema es que hay muchos papeles y vídeos, pero todo junto no aporta nada de momento.
McCaleb dividió en dos la pila de informes y empezó a hojearlos. Dos terceras partes del trabajo eran obra del departamento del sheriff y el resto del Departamento de Policía de Los Ángeles. Señaló las cintas de vídeo.
– ¿Qué hay aquí?
– Las dos escenas del crimen y los dos atracos. Arrango me dijo que ya te enseñó el asalto a la tienda.
– Sí.
– Bueno, en el nuestro se ve incluso menos. El asesino entra en la imagen sólo durante unos segundos, lo justo para que sepamos que llevaba un pasamontañas. Pero, de todos modos, está ahí para que la veas si quieres.
– En esa cinta, el tipo se lleva el dinero del cajero o de la víctima.
– Del cajero, ¿por qué?
– Podría servirme para obtener ayuda del FBI, si la necesito. Técnicamente, significa que el dinero fue robado al banco, no a la víctima, y eso es un delito federal.
Winston asintió.
– ¿Cómo relacionasteis los casos, por balística? -preguntó McCaleb; consciente de que el tiempo de ella era limitado, quería obtener el máximo de información posible.
Ella asintió.
– Yo ya estaba trabajando en mi caso cuando al cabo de unas semanas leí la otra historia en el periódico. Me sonó familiar, así que llamé a la policía y nos reunimos. Cuando veas los vídeos, Terry, te darás cuenta. No hay ninguna duda. El mismo modus operandi, la misma pistola, el mismo hombre. Balística sólo confirmó lo que ya sabíamos.
McCaleb asintió.
– Me pregunto por qué recogió los casquillos si sabía que la bala seguiría allí. ¿Qué utilizó?
– Hardballs de nueve milímetros. Federáis. Chaqueta metálica. Recoger los casquillos es sólo una buena práctica. En mi caso, tuvimos que extraer la bala de una pared de hormigón. Probablemente creía (o deseaba) que estaría demasiado destrozada para que sirviera para una comparación balística. Así que recogió los casquillos como un chico aplicado.
McCaleb asintió, percibiendo el desprecio por la presa en la voz de ella.
– Sea como sea, no tiene importancia -continuó Winston-. Como te he dicho, mira las cintas. Estamos tratando con un solo hombre aquí. No nos hacen falta los de balística para saberlo.
– ¿Vosotros o la policía habéis llevado las pruebas más lejos?
– ¿A qué te refieres a Armas de Fuego y Balística?
– Sí. ¿Quién tiene las pruebas?
– Nosotros. En la policía llevan muchos más casos que aquí, así que estuvimos de acuerdo, ya que nuestro asesinato fue el primero, en guardar aquí todas las pruebas. Pedí a Armas de Fuego y Balística que hicieran todas las pruebas precisas, pero no lograron nada. Parece que sólo tenemos estos dos casos. Por ahora.
McCaleb pensó en hablarle del ordenador Drugfire del FBI, pero decidió que todavía no era el momento. Esperaría a volver a ver las cintas y los expedientes antes de sugerirle a ella el procedimiento a seguir.
McCaleb se fijó en que Winston miraba el reloj.
– ¿Estás llevando el caso sola? -preguntó.
– Ahora sí. Yo dirigía el caso y Dan Sistrunk me ayudaba. ¿Lo conoces?
– Ah, era uno de los chicos del mausoleo aquella noche.
– Eso es, estuvo en la vigilancia de Hatch. La cuestión es que trabajamos juntos en esto hasta que se presentaron más casos. Ahora es todo mío. Afortunada de mí.
McCaleb asintió y sonrió. Comprendía el funcionamiento. Cuando una investigación no se resolvía por un equipo de manera rápida, se la quedaba uno de los miembros.
– ¿Te vas a meter en un lío por darme este material?
– No, el capitán sabe lo que hiciste por nosotros con Lisa Mondrian.
Lisa Mondrian era la mujer encontrada en Vasquez Rocks. A McCaleb le extrañó que Winston se refiriera a ella por su nombre. Era raro porque la mayoría de los polis que conocía trataban de despersonalizar a las víctimas. De esta manera era más fácil soportar un trabajo así.
– El capitán era el teniente entonces -estaba diciendo Winston-. Sabe que te debemos una. Hablamos y me dijo que te pasara el material. Espero que podamos pagarte con algo mejor que esto. No sé de qué va a servirte todo esto, Terry. Nosotros estamos a la expectativa.
Se refería a que estaban esperando que el asesino actuara de nuevo y que, con un poco de suerte, cometiera un error. Por desgracia, a menudo era necesario que se derramara más sangre para resolver los viejos asesinatos.
– Bueno, veré qué puedo hacer. Al menos me mantendrá ocupado. ¿Qué me decías por teléfono del strike-3?
Winston torció el gesto.
– Cada vez tenemos más casos así. Desde que aprobaron la ley strike-3 en Sacramento. Como has estado fuera de juego, no sé si has seguido informado, pero la ley dice que con tres condenas por delitos graves estás eliminado, como en el béisbol. Automáticamente te cae la perpetua sin posibilidad de condicional.
– Sí, lo sé.
– Bueno, con algunos de estos capullos, lo único que logra la ley es que sean más cuidadosos. Ahora eliminan a los testigos cuando antes simplemente atracaban. Se suponía que la ley tenía que ser una amenaza, pero si me preguntas mi opinión, sólo consigue que maten a un montón de gente como James Cordell y los dos de la tienda.
– ¿Crees que es el caso de este tipo?
– Eso me parece. Has visto uno de los vídeos. No muestra ninguna vacilación. Ese cabrón sabía lo que iba a hacer antes de entrar a ese cajero automático o a esa tienda. No quería testigos. Así que ésa es la corazonada que me está guiando. En mi tiempo libre reviso los archivos en busca de hombres con dos o más condenas a sus espaldas. Creo que el hombre del pasamontañas es uno de ellos. Antes era un atracador. Ahora también es un asesino. Evolución natural.
– ¿Y no has tenido suerte todavía?
– Con los archivos, no. Pero o lo encuentro yo o me encontrará él a mí. No es de los que de repente empiezan una nueva vida. Y visto que está matando gente por unos cientos de dólares, yo diría que está decidido a no va a volver a la cárcel bajo ninguna circunstancia. Eso seguro. Volverá a actuar. Lo que me sorprende es que ya hayan pasado dos meses desde la última vez. Pero cuando lo haga espero que la cague aunque sólo sea en un detalle, y si lo hace lo cogeremos. Antes o después lo haremos, te lo aseguro. Mi víctima tenía mujer y dos hijas pequeñas. Voy a coger al hijo de puta que hizo esto.
McCaleb asintió. Le gustaba esa entrega alimentada por la rabia. Su postura era la antítesis de la de Arrango. Empezó a recoger los documentos y cintas y le dijo a Winston que la llamaría después de revisar el material. Le explicó que quizá tardaría algunos días.
– No hay prisa -dijo ella-. Lo que consigas nos servirá.
Cuando McCaleb volvió al Taurus, se encontró a Buddy Lockridge sentado con la espalda en la puerta del conductor y las piernas estiradas sobre el asiento delantero. Estaba practicando un riff de blues con la armónica mientras leía un libro que tenía abierto sobre el regazo. McCaleb abrió la puerta del pasajero y esperó a que Lockridge retirara las piernas. Cuando por fin entró se fijó en el título de la novela: El inspector Imanishi investiga.