– De acuerdo, ¿algo más? ¿Llevaba gafas?
– Eh… No lo recuerdo o no lo vi. No estaba mirando a ese tipo, sabe. Además el coche tenía cristales oscuros. En el único momento en que lo vi fue a través del parabrisas y sólo durante un segundo, cuando se me venía encima.
– Muy bien, señor Noone. Es una ayuda. Necesitaremos que preste una declaración formal y los detectives tendrán que hablar con usted. ¿Le importa?
– Sí, pero qué van a hacer. Yo quiero ayudar. Yo he tratado de ayudar. No me importa.
– Gracias, señor, voy a buscar a un agente que le lleve a la comisaría de Palmdale. Los detectives hablarán con usted allí. Se reunirán con usted lo antes posible, y me aseguraré de que sepan que los está esperando.
– Muy bien, de acuerdo. ¿Y qué pasa con mi coche?
– Alguien le traerá de nuevo aquí cuando hayan terminado.
La cinta finalizaba aquí. McCaleb la extrajo y pensó en lo que hasta entonces había visto y oído. El hecho de que el departamento del sheriff no hubiera mencionado el Cherokee negro a la prensa era curioso. Tendría que hablar con Jaye Winston sobre ese particular. Tomó nota de ello en el bloc en el que había estado escribiendo preguntas y acto seguido empezó a revisar el resto de los informes sobre Cordell.
El inventario de pruebas de la escena del crimen se reducía a una sola página, que además estaba casi en blanco. La bala extraída de la pared, media docena de huellas dactilares del cajero y fotografías de una marca de neumático, posiblemente del coche del asesino y el vídeo de la cámara de seguridad, nada más.
Unidas con un clip al informe, había fotocopias de las fotos de la huella y una imagen congelada de la cinta del cajero con la pistola en la mano del atracador. Un informe complementario del laboratorio afirmaba que, en opinión del técnico, la huella llevaba en el asfalto varios días, y por tanto no era relevante para la investigación.
El informe de balística identificaba el proyecticlass="underline" una Federal FMJ de nueve milímetros, ligeramente aplastada. Una fotocopia de una página de la autopsia con un dibujo cenital del cráneo estaba grapada al legajo. La trayectoria de la bala en el cráneo también estaba trazada en el dibujo. El proyectil había entrado por la sien izquierda, después había descrito una voltereta en línea recta sobre el lóbulo frontal y había salido por la región temporal izquierda. La trayectoria tenía una amplitud de dos centímetros y medio. Al leer esto, McCaleb se dio cuenta de que a buen seguro había sido una suerte que la ambulancia llegara tarde. Si hubieran conseguido salvar a Cordell, probablemente éste se habría pasado la vida conectado a una máquina, en uno de esos centros médicos que no eran más que almacenes de vegetales.
El informe de balística contenía, asimismo, una imagen procesada de la pistola. Aunque la mayor parte del arma quedaba oculta por la mano enguantada del asesino, los expertos del departamento del sheriff la habían identificado como una Heckler amp; Koch P7, una nueve milímetros con cañón de diez centímetros y acabado niquelado.
La identificación del arma alimentó la curiosidad de McCaleb. La HK P7 era una pistola bastante cara, costaba alrededor de mil dólares en el mercado legal, y no era la clase de arma que suele verse en los crímenes cometidos en las calles. Supuso que Jaye Winston habría dado por sentado que la pistola también había sido robada. McCaleb hojeó los informes complementarios que quedaban con la seguridad de que Winston también habría recopilado las denuncias de robos en las cuales se mencionara una HK P7. Al parecer la pista no la había llevado a ninguna parte. Es cierto que muchos robos de armas no se denunciaban porque el propietario no estaba autorizado a poseerla. De todos modos, como sin duda había hecho antes Winston, McCaleb revisó la lista de los robos denunciados -sólo cinco en los últimos dos años- para ver si algún nombre o dirección llamaban su atención. Ninguno lo hizo. Los cinco que Winston había recopilado eran casos abiertos sin sospechosos: un callejón sin salida.
Después de la lista de robos había un informe que detallaba todas las sustracciones de Grand Cherokees negros denunciadas en el condado durante el último año. Al parecer, a Winston también le había resultado contradictorio que se utilizara un modelo tan caro en un crimen con escaso beneficio económico. McCaleb consideró sensato suponer que el coche era robado. Había veinticuatro Cherokees en la lista, pero ningún otro informe que indicara un seguimiento. Tal vez, se dijo, Winston había cambiado de opinión después de conectar el caso Cordell con el asesinato de Torres y Kang. La descripción del buen samaritano del vehículo que huyó del tiroteo de la tienda bien podía corresponder a un Cherokee, y ya que eso sugería que el atracador no se había deshecho de él, quizá no había sido robado.
El protocolo de la autopsia era lo siguiente. McCaleb pasó las hojas con rapidez. Sabía por experiencia que el noventa y nueve por ciento del informe de una autopsia estaba dedicado a la minuciosa descripción del procedimiento, la identificación de las características de los órganos de la víctima y del estado de salud en el momento de la muerte. Por lo general, a McCaleb sólo le interesaba el resumen, pero en el caso de Cordell incluso esa parte carecía de relevancia, pues la causa de la muerte era obvia. Localizó el resumen de todos modos y asintió con la cabeza al leer lo que ya sabía. Una lesión cerebral masiva había provocado el fallecimiento de Cordell a los pocos minutos de recibir el disparo.
Apartó el informe de la autopsia. La siguiente pila de papeles guardaba relación con la teoría de Winston de los strike-3, es decir, la idea de que el asesino era un ex convicto que se enfrentaría a una cadena perpetua sin posibilidad de condicional en el caso de ser condenado otra vez. Winston había acudido a las oficinas estatales de libertad condicional de Van Nuys y Lancaster y había obtenido los expedientes de atracadores a mano armada en libertad condicional que fueran de raza blanca y tuvieran en su haber dos condenas por delitos graves. La nueva ley colocaba a todos ellos ante la amenaza de una cadena perpetua si eran detenidos otra vez. Había setenta y uno asignados a las dos oficinas de libertad condicional más cercanas a los escenarios de los atracos con víctimas mortales.
Poco a poco, desde los atracos y asesinatos, Winston y otros agentes del sheriff habían visitado a los integrantes de la lista. De acuerdo con los informes, habían interrogado a casi todos los sospechosos. Sólo siete de los setenta y uno no habían sido localizados, lo cual probaba que habían violado la condicional y probablemente habían abandonado la región, o quizá seguían ocultos en el área y estaban cometiendo atracos a mano armada e incluso asesinatos. Se dictaron órdenes de búsqueda y captura para todos ellos en las redes informáticas de los cuerpos de seguridad de toda la nación. Casi el noventa por ciento de los hombres contactados disponían de coartada. Los ocho restantes habían sido descartados por otras vías de investigación, sobre todo porque su envergadura no se correspondía con el torso del hombre del vídeo.
Dejando de lado los siete hombres que faltaban, la investigación de strike-3 estaba estancada. Winston, al parecer, confiaba en que apareciera uno de los siete y fuera relacionado con los crímenes.
McCaleb siguió con el resto de los informes acerca de Cordell. Había dos entrevistas de seguimiento con James Noone en el Star Center. Su relato no difería del inicial y su descripción del conductor del Cherokee no mejoró.
También había un dibujo de la escena del crimen y cuatro entrevistas de campo con hombres que conducían Cherokees negros. Habían sido parados en Lancaster y Palmdale, en el curso de la hora posterior al asesinato del cajero automático, por agentes del sheriff alertados por radio de la utilización de un vehículo de ese modelo en el crimen. La identificación de los conductores fue procesada por el ordenador y se les dejó marchar después de comprobarse que no tenían antecedentes. Los informes fueron enviados a Winston.