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Él le devolvió la mirada. Fox había desarrollado una habilidad para leer en su interior, una virtud que atesoraban todos los mejores agentes del FBI y policías que McCaleb había conocido. Vaciló un instante y decidió decir lo que tenía en mente.

– Supongo que quiero saber por qué no me dijeron que el corazón que llevo es de una mujer que fue asesinada.

Bonnie Fox quedó desconcertada, el shock de la afirmación del agente se reflejó en su rostro.

– ¿Asesinada? ¿De qué estás hablando?

– Ella fue asesinada.

– ¿Cómo?

– No lo sé exactamente. La pillaron en medio de un atraco en una tienda del valle de San Fernando. Un tiro en la cabeza. Murió y yo me quedé el corazón.

– Se supone que no deberías disponer de ninguna información sobre el donante. ¿Cómo lo sabes?

– Porque su hermana vino a verme el sábado. Me lo contó todo… De algún modo, eso cambia las cosas.

Fox se sentó en la cama y se inclinó hacia él. Su rostro adoptó una expresión severa.

– En primer lugar, no tenía ni idea de la procedencia de tu corazón. Nunca lo sabemos. Los órganos nos -llegan a través de la AOSSO. Lo único que nos dijeron era que había un órgano compatible con un receptor en los primeros puestos de la lista de espera. Ése eras tú. Ya sabes cómo funciona la AOSSO. Viste la película durante el periodo de orientación. Nuestra información es limitada, porque eso mejora el funcionamiento. Te dije exactamente lo que sabíamos. Mujer, veintiséis años, si no recuerdo mal. Perfecto estado de salud, grupo sanguíneo adecuado, donante perfecta. Eso es todo.

– Entonces, lo siento. Pensé que lo sabías y te lo habías callado.

– No lo hice, no lo hicimos. Así que si nosotros no sabíamos de dónde ni de quién procedía, ¿cómo es posible que la hermana sepa quién lo recibió? ¿Cómo te encontró? Puede que trate de engañarte, que ella…

– No, es suyo. Lo sé.

– ¿Cómo lo sabes?

– ¿Te acuerdas del artículo del domingo pasado, la columna «Qué fue de…» de la sección metropolitana del Times? Decía que me trasplantaron el corazón el 9 de febrero y que había permanecido mucho tiempo esperando, porque mi tipo sanguíneo es raro. La hermana lo leyó y sumo dos más dos. Obviamente sabía cuándo murió su hermana, sabía que su corazón fue donado y sabía también que tenía un tipo sanguíneo raro. Es enfermera de urgencias en el Holy Cross y concluyó que se trataba de mí.

– Eso tampoco significa que tengas el corazón de su hermana…

– También tenía la carta que escribí.

– ¿Qué carta?

– La que todos escriben después, el agradecimiento anónimo a la familia del donante que envía el hospital. Ella tenía la mía. La miré y era la mía. Recuerdo lo que escribí.

– Esto no debería suceder, Terry. ¿Qué es lo que quiere? ¿Dinero?

– No, no quiere dinero. ¿No te das cuenta? Quiere que descubra quién asesinó a su hermana. La policía no cerró el caso. Han pasado dos meses y no han hecho ninguna detención. Ella sabe que se han rendido. Entonces leyó el artículo sobre mi trabajo en el FBI. Adivinó que llevaba el corazón de su hermana y pensó que yo podría conseguir lo que al parecer no logran los policías: resolver el caso. El sábado se pasó una hora buscando mi yate en el puerto deportivo de San Pedro. Lo único que salía en el Times era el nombre del barco. Vino a buscarme.

– Esto es una locura. Dame el nombre de esa mujer y yo…

– No. No quiero que le hagas nada. Ponte en su lugar. ¿No harías lo mismo que ella?

Fox se levantó de la cama con los ojos abiertos como platos.

– Dime que no estás pensando en aceptar el caso.

Pronunció la frase como una orden médica. McCaleb no contestó, lo cual ya constituía una respuesta. El paciente vio la inquietud en el rostro de la doctora.

– Escúchame. No estás en condiciones de hacer algo así. Han pasado sesenta días desde el trasplante y pretendes ir por ahí jugando a detectives.

– Sólo lo estoy meditando, ¿de acuerdo? Le dije que lo pensaría. Conozco los riesgos, y sé que ya no soy un agente del FBI. Sería algo completamente distinto.

Fox cruzó sus flacos brazos sobre el pecho en un ademán de enfado.

– Ni siquiera deberías planteártelo. Como doctora tuya que soy, te estoy diciendo que no lo hagas. Es una orden. -Cambió la voz y en un tono más suave agregó-: Tienes que respetar el regalo que te hicieron, Terry, esta segunda oportunidad.

– Pero ese respeto va en dos sentidos. Si no tuviera su corazón ahora estaría muerto. Se lo debo. Es por eso…

– No le debes a ella ni a su familia nada más que la nota que les mandaste. Eso es todo. Ella estaría muerta aunque el corazón lo tuviera cualquier otro. Te estás equivocando.

McCaleb hizo un gesto de asentimiento. Entendía el punto de vista de la doctora, pero no era suficiente para él. Sabía que por mucho que algo tuviera sentido en el plano intelectual eso no sentaba mejor a su espíritu. Ella le leyó el pensamiento.

– ¿Qué pasa?

– No lo sé, es sólo que imaginaba que si alguna vez descubría qué había sucedido me encontraría con un accidente. Estaba preparado para eso. Es lo que te cuentan en la orientación y lo que me explicaste cuando empezamos. Eso de que noventa y nueve de cada cien veces se trata de un accidente que causa una lesión cerebral fatal. Un accidente de coche o alguien que se cae por la escalera o choca con la moto. Pero esto es distinto. Cambia las cosas.

– Siempre dices lo mismo. ¿En qué es diferente? El corazón es un órgano, una bomba biológica. La forma en que su dueño muere no importa.

– Un accidente era algo soportable para mí. Durante el tiempo que pasé esperando, sabiendo que alguien tenía que morir para que yo viviera, me preparé para aceptarlo como un accidente. Un accidente forma parte del destino, o algo así. Sin embargo, un asesinato… Hay una maldad intencionada implícita. No es algo casual. Significa que soy el beneficiario de un acto de maldad, y eso es lo que lo hace diferente.

Fox permaneció unos instantes en silencio. Hundió las manos en los bolsillos de la bata. McCaleb pensó que ella por fin empezaba a entender su punto de vista.

– En eso consistió mi vida durante mucho tiempo -agregó tranquilamente-. Buscaba el mal, era mi trabajo. Y yo era bueno en eso. Pero a la larga el mal me superó, se llevó lo mejor de mí. Creo (no lo creo, lo sé) que eso acabó con mi corazón. Pero ahora es como si nada de todo aquello tuviera importancia, porque estoy aquí, tengo este nuevo corazón, una nueva vida, esta segunda oportunidad de la que hablas, y la única razón es ese odioso acto de maldad que alguien cometió. -Exhaló un largo suspiro antes de continuar-. Ella entró en esa tienda para comprar una chocolatina a su hijo y acabó… Mira, es distinto. No puedo explicarlo.

– Lo que dices no tiene mucho sentido.

– Me cuesta expresarlo con palabras, sólo sé lo que siento. Y para mí tiene sentido.

La mirada de Fox era de resignación.

– Mira, sé lo que pretendes hacer. Quieres ayudar a esa mujer, pero no estás preparado físicamente, de ningún modo. Y emocionalmente, después de oír lo que acabas de decir, creo que no estás en condiciones ni para investigar un accidente de circulación. ¿Recuerdas lo que te dije acerca del equilibrio entre la salud física y la mental? La una se alimenta de la otra. Y me asusta que lo que te está pasando por la cabeza afecte tu progreso físico.

– Comprendo.

– No, no lo creo. Estás jugando con tu propia vida. Si esto se va a pique, si empiezas a tener infecciones o rechazo, no podremos salvarte, Terry. Esperamos veintidós meses el corazón que llevas en el pecho. ¿Crees que aparecerá otro compatible sólo porque has estropeado éste? No hay ninguna posibilidad. Tengo un paciente en este mismo pasillo conectado a una máquina. Espera un corazón que no llega. Podrías ser tú, Terry. Ésta es tu única oportunidad. ¡No la desperdicies!