McCaleb ordenó cronológicamente los documentos y volvió a empezar por el principio. La mayoría eran informes de rutina y actualizaciones de aspectos de la investigación que fueron reenviados a los supervisores de Washington. En un rápido repaso por los documentos, encontró el informe de las actividades del equipo de vigilancia en la mañana del asesinato. Lo leyó fascinado.
En el momento del disparo había cuatro agentes en la furgoneta de seguimiento. Era el momento del cambio de turno, las ocho de la mañana de un martes. Dos agentes salían y otros dos entraban. El agente que controlaba los micrófonos se quitó los cascos y se los pasó a su sustituto. Sin embargo, el sustituto era un remilgado que aseguraba que en una ocasión un compañero le había contagiado piojos al cambiarse unos auriculares de casco. Así que se tomó su tiempo para poner sus propios protectores de espuma en los auriculares y luego roció los cascos con un desinfectante, todo ello sin parar de defenderse de las pullas de los otros agentes. Cuando por fin se puso los auriculares, oyó casi un minuto de silencio, luego el ahogado intercambio de frases y por último un disparo en la casa de Kenyon. El sonido llegó amortiguado, porque no se habían instalado dispositivos de escucha en la entrada principal, suponiendo que si Kenyon intentaba fugarse no lo haría por la puerta delantera. Los micros habían sido situados en las áreas en las que se desarrollaba la vida doméstica.
El equipo de guardia nocturna aún no se había marchado y en la furgoneta continuaban las chanzas. Después de oír el disparo, el agente que llevaba los auriculares pidió que se callaran. Escuchó con atención durante varios segundos, mientras otro agente se ponía los auriculares. Lo que ambos oyeron fue que alguien en la casa de Kenyon decía claramente junto a un micrófono: «No te olvides de los cannoli.»
Los dos agentes se miraron y coincidieron en que no era la voz de Kenyon. Acto seguido anunciaron la emergencia y corrieron hacia la casa poniendo al descubierto su escondite. Llegaron momentos después de que Donna Kenyon abriera la puerta principal para encontrar a su marido tendido sobre el suelo de mármol, con la cabeza en un charco de sangre. Los agentes pidieron refuerzos al FBI y avisaron a la policía local y a una ambulancia antes de registrar la casa y los alrededores. El asesino había huido.
McCaleb continuó con una transcripción de la última hora de la cinta grabada en la casa de Kenyon. La calidad del sonido había sido mejorada por los técnicos del laboratorio del FBI, pero aun así había palabras ininteligibles. Se oían los ruidos de las hijas que desayunaban y la charla matinal normal entre el matrimonio y las niñas. Entonces, a las siete y cuarenta, las niñas y la madre se marcharon.
La transcripción anotaba que se produjeron nueve minutos de silencio hasta que Kenyon hizo una llamada a la casa de su abogado, Stanley LaGrossa.
LaGrossa: ¿Sí?
Kenyon: Soy Donald.
LaGrossa: Donald.
Kenyon: ¿Seguimos?
LaGrossa: Sí, si hablas en serio.
Kenyon: Sí. Te veo en tu despacho.
LaGrossa: Conoces los riesgos. Nos vemos allí.
Transcurrieron ocho minutos más y entonces otra voz desconocida fue captada en la casa. Parte de la escueta conversación se perdió mientras Kenyon y el desconocido caminaban por la casa y entraban y salían del área de recepción de los dispositivos de escucha. Al parecer, la conversación se había desarrollado mientras en la furgoneta del FBI se intercambiaban parsimoniosamente los cascos.
Kenyon: ¿Qué es…?
Desconocido: ¡Cállate! Haz lo que te digo y tu familia vivirá, ¿entendido?
Kenyon: No puede entrar aquí y…
Desconocido: ¡Te he dicho que te calles! Vamos, por aquí.
Kenyon: No le haga daño a mi familia. Por favor, yo…
Desconocido: (ininteligible)
Kenyon:… hacer eso. Yo no lo haría y él lo sabe. No lo entiendo. Él…
Desconocido: ¡Cállate! No me interesa.
Kenyon: (ininteligible)
Desconocido: (ininteligible)
El informe mencionaba que hubo otros dos minutos de silencio antes del intercambio de frases finaclass="underline"
Desconocido: Muy bien, mira a ver quien…
Kenyon: No… Ella no tiene nada que ver en esto. Ella…
Entonces había sonado el disparo e instantes después el micrófono 4, oculto en un estudio con una puerta que daba al jardín trasero, captó las últimas palabras del hombre.
Desconocido: No te olvides de los cannoli.
La puerta del estudio fue hallada abierta: el asesino había escapado por allí.
McCaleb leyó de nuevo la transcripción, cautivado por el hecho de que se trataba de los últimos momentos y las últimas palabras de la vida de un hombre. Hubiera deseado tener una cinta para aprehender mejor la sensación de lo que había sucedido.
El siguiente documento que leyó explicaba por qué los investigadores sospechaban de la participación de la Mafia. Era un informe de criptología. La cinta de la casa de Kenyon había sido enviada al laboratorio para mejorarle la calidad y la transcripción fue remitida a criptología. El análisis se centró en la última frase, aparentemente incongruente, pronunciada después de que Kenyon hubiera sido abatido. La frase («no te olvides de los cannoli») fue procesada mediante el ordenador de criptología para ver si coincidía con algún código conocido, había sido utilizada previamente en informes del FBI o por si coincidía con una referencia artística o literaria. El resultado fue claro.
En El padrino, película que había inspirado a una legión de matones de la auténtica Mafia, un capo de la familia Corleone, Peter Clemenza, recibe la misión de llevar a un traidor a la familia a las praderas de Nueva Jersey y matarlo. Cuando por la mañana sale de casa para cumplir su misión, la mujer de Clemenza le dice que pase a comprar pasta. Mientras el gordo Clemenza avanza con dificultad hacia el coche en el que se halla el hombre al que le han encargado matar, la mujer le grita: «No te olvides de los cannoli.»
A McCaleb le gustaba la película y recordó la escena. Capturaba con claridad la esencia de la vida de los gángsteres de ficción: brutalidad sin compasión ni culpa junto con valores familiares y lealtad. Entendió por qué el FBI había concluido que el asesinato de Kenyon estaba relacionado con la Mafia. La frase tenía la audacia y la brillantez de un guión de la vida mafiosa. Podía imaginarse a un asesino de sangre fría adoptándola como la firma de su trabajo.
– No te olvides de los cannoli -dijo McCaleb en voz alta.
De repente pensó en algo, y sintió una pequeña descarga eléctrica.
– No te olvides de los cannoli -repitió.
Fue a buscar su maletín de piel y rebuscó hasta encontrar el vídeo del asesinato de James Cordell. Puso la cinta y empezó a reproducirla. Después de hacerse una composición de lugar acerca de en qué punto de la cinta estaba, pasó a velocidad rápida hasta el momento del disparo y volvió a la velocidad normal. McCaleb tenía la vista clavada en el hombre del pasamontañas y cuando éste empezó a hablar en la cinta silenciosa, McCaleb habló con él en voz alta.
– No te olvides de los cannoli.
Repitió el proceso una vez más. Sus palabras coincidían con los labios del asesino. Estaba seguro. Sintió que la excitación le desbordaba. Era una sensación que sólo se experimentaba cuando se llevaba una inercia, cuando uno realizaba sus propios descubrimientos. Cuando uno se aproximaba a la verdad oculta.
Sacó del maletín la cinta del asesinato de Gloria Torres, la puso en el reproductor y repitió el proceso varias veces. Las palabras coincidían con los labios del asesino una vez más.
– No te olvides de los cannoli -volvió a decir McCaleb en voz alta.