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– Será mejor que se los pongan mientras pasamos. Estamos trabajando a tope ahora. Estamos imprimiendo el Book Review. Un millón doscientos mil ejemplares. Los tapones eliminan treinta decibelios, pero aun así no oirán ni sus propios pensamientos.

Mientras ellos abrían las bolsas y se ponían los tapones, Neff se colocó en su sitio los protectores. Abrió la primera de las puertas y caminaron entre la línea de máquinas. El impacto sensorial era tan táctil como auditivo. El suelo vibraba como en un terremoto menor. Los tapones apenas suavizaban el lamento agudo de las imprentas. Un sonido pesado proporcionaba los bajos. Neff abrió una puerta que daba a lo que, evidentemente, era la sala de descanso. Había largas mesas y diversas máquinas expendedoras. Los espacios que quedaban libres en las paredes estaban ocupados por tablones de corcho con anuncios de la empresa y del sindicato, así como avisos de seguridad. El ruido se amortiguó mucho cuando se cerró la puerta. Atravesaron la sala y una segunda puerta los condujo al pequeño despacho de Neff. Éste volvió a colocarse los protectores en torno al cuello y McCaleb y Graciela se quitaron los tapones.

– Mejor se los guardan -dijo Neff-. Hay que salir por donde hemos entrado.

McCaleb sacó del bolsillo la bolsa de plástico y guardó en ella los tapones. Neff tomó asiento tras su escritorio y les indicó dos sillas situadas enfrente. El escay de la silla de McCaleb estaba manchado de tinta. Dudó antes de sentarse.

– No se preocupe -dijo Neff-. Está seca.

Durante los siguientes quince minutos hablaron con Neff de Gloria Torres sin obtener ninguna información útil o destacada. Estaba claro que a Neff le caía bien Glory, pero también que su relación era la típica entre un empleado y su jefe. Se centraba en el trabajo y había poco intercambio de información personal. Cuando le preguntaron si sabía de algo que pudiera haber preocupado a Glory, Neff negó con la cabeza y dijo que desearía saber algo que sirviera de ayuda. ¿Alguna disputa con otros empleados? De nuevo negó con la cabeza.

Sin ninguna esperanza, McCaleb le preguntó si conocía a James Cordell.

– ¿Quién es? -dijo Neff.

– ¿Y Donald Kenyon?

– ¿El del banco de ahorro y préstamos? -Neff sonrió-. Sí, éramos colegas. En el club de golf. Milken y ese tipo, Boesky, también venían con nosotros.

McCaleb sonrió a su vez y asintió. Estaba claro que Neff no iba a resultar de gran ayuda. Graciela le preguntó quiénes eran los amigos de Glory. McCaleb pensó en la silla manchada de tinta en la que estaba sentado. Sabía de dónde procedía ésta. Quienes se habían sentado antes en la silla probablemente habían sido llamados allí cuando estaban trabajando en las imprentas. Por eso todos vestían uniformes azul marino, para ocultar la tinta.

Se le ocurrió que Glory volvía a casa desde el trabajo cuando la asesinaron. Sin embargo, no llevaba uniforme, se había cambiado. El informe del departamento de policía no mencionaba que los detectives hubiesen encontrado ropa de trabajo en el coche ni que hubieran revisado el contenido de una taquilla.

– Perdón -dijo McCaleb, interrumpiendo a Neff, que explicaba a Graciela lo diestra que era su hermana con la carretilla elevadora que cargaba las bobinas de papel en las imprentas-. ¿Hay una sala de taquillas? ¿Tenía Glory alguna taquilla?

– Por supuesto. ¿Quién iba a meterse en el coche cubierto de tinta? Tenemos…

– ¿Han vaciado ya la taquilla de Glory?

Neff se recostó en la silla y pensó un momento.

– Ya sabe que no podemos contratar a más gente aquí. Aún no nos han dado permiso para sustituir a Glory, y por tanto no creo que hayan vaciado su taquilla.

McCaleb sintió una pequeña descarga de adrenalina. Quizás encontrara una pista.

– Entonces, ¿hay alguna llave? ¿Podemos echar un vistazo?

– Oh, claro. Supongo que sí. Tengo que ir a pedirle la llave maestra al encargado de mantenimiento.

Neff los dejó en su despacho mientras iba a buscar la llave maestra y a llamar a Nettie Stapleton. Puesto que la taquilla de Glory estaba obviamente en el vestuario femenino, Neff había dicho antes de salir que Nettie acompañaría a Graciela. McCaleb tendría que esperar en el pasillo con Neff. A McCaleb no le hacía gracia. No era que no considerase a Graciela capaz de registrar una taquilla, pero él hubiera tratado la taquilla en su integridad, fijándose en las sutilezas de lo que veía, del mismo modo que estudiaba la escena de un crimen sobre el terreno o en vídeo.

Neff pronto volvió con Stapleton y se hicieron las presentaciones. Recordaba a Graciela y le ofreció sus sinceras condolencias. Neff acompañó entonces al séquito escalera abajo, hasta el pasillo que conducía a las taquillas. McCaleb decidió realizar un último intento. Pretendía que lo dejaran entrar si la taquilla estaba vacía. Sin embargo, al aproximarse a la puerta del vestuario de mujeres, oyó el ruido de las duchas. Estaba claro que tendría que esperar fuera.

McCaleb había agotado las preguntas que quería hacerle a Neff y andaba escaso de charla. Mientras esperaban, poco a poco se alejó paseando para ahorrarse una conversación insustancial o un interrogatorio personal. Había más tablones de anuncios en las paredes entre las puertas del vestuario, y McCaleb hizo ver que leía algunas de las notas.

Transcurrieron cuatro minutos de silencio en el pasillo. McCaleb había recorrido todos los tablones de anuncios. Cuando Graciela y Nettie por fin salieron estaba mirando un cartel con un dibujo hecho a mano de una gota de líquido. La gota estaba pintada hasta la mitad de rojo, lo que indicaba que los empleados estaban a mitad de camino de conseguir su objetivo en su contribución al banco de sangre. Graciela se le acercó.

– Nada -dijo ella-. Sólo hay alguna ropa, un frasco de perfume y sus auriculares. Había cuatro fotos de Raymond y una mía enganchadas en la puerta.

– ¿Auriculares?

– Quiero decir protectores para los oídos. Pero nada más.

– ¿Qué clase de ropa? -McCaleb seguía mirando el cartel mientras hablaba.

– Dos uniformes limpios, una camiseta y unos vaqueros.

– ¿Has mirado en los bolsillos?

– Sí, no había nada.

Entonces le golpeó con la fuerza de una bala perforante. Se inclinó hacia delante y se sostuvo en el tablón de anuncios.

– Terry, ¿qué pasa? -preguntó Graciela-. ¿Estás bien?

Él no respondió. Su mente volaba. Graciela le puso la mano en la frente para ver si tenía fiebre. Él la apartó.

– No, no es eso -dijo McCaleb.

– ¿Ocurre algo? -se entrometió Neff.

– No -contestó McCaleb, en voz demasiado alta-. Tenemos que irnos. Tengo que ir al coche.

– ¿Está todo bien?

– Sí -dijo McCaleb, de nuevo en voz demasiado alta-. Todo está bien, pero tenemos que marcharnos. Lo siento.

McCaleb le dio las gracias a Annette Stapleton y caminó por el corredor que creía que conducía a la salida. Graciela lo siguió y Neff les gritó que doblaran a la izquierda en el primer pasillo.

28

– ¿Qué ha ocurrido ahí dentro? ¿Qué pasa?

McCaleb caminaba deprisa hacia el coche, con la esperanza de que la velocidad le permitiera mantener a raya el terror que sentía y que éste le impidiera pensar. Graciela tenía que trotar para seguirle.

– La sangre.

– ¿La sangre?

– Los dos eran donantes. Tu hermana y Cordell. Estaba ante mis narices. Vi el cartel y me acordé de una carta que leí en casa de Cordell… y simplemente lo supe. ¿Llevas las llaves?

– Escucha, cálmate, Terry. Más despacio.

A regañadientes, Terry empezó a caminar más despacio y ella se puso a su altura y empezó a rebuscar las llaves en su bolso.