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– Eso es todo -dijo McCaleb-. Por eso estamos aquí.

Los ojos de Fox vagaron de uno a otro durante unos momentos, mientras trataba de comprender lo que McCaleb acababa de explicarle. Entonces empezó a caminar por el pequeño espacio de la habitación mientras recontaba lo que había comprendido de la historia. No estaba paseando, era como si necesitara hacer sitio en su cabeza para la historia y manifestase esa necesidad mediante pequeños movimientos que expandían su espacio personal.

– Estás diciendo que partes de una persona que necesita un órgano: corazón, pulmón, hígado, riñón, lo que sea. Pero como tú, tiene un grupo sanguíneo raro: AB con CMV negativo. Eso se traduce en una larga y posiblemente infructuosa espera, porque sólo una entre, pongamos, doscientas personas tiene ese grupo, lo cual significa que sólo uno entre doscientos, digamos, hígados le sirve. ¿Es así? ¿Estás diciendo que esa persona decidió aumentar sus probabilidades matando gente con ese grupo sanguíneo porque entonces sus órganos estarían disponibles para un trasplante?

Fox lo dijo con mucho sarcasmo, y eso molestó a McCaleb, pero él en lugar de protestar se limitó a asentir.

– ¿Y que obtuvo los nombres de esa gente de una lista de donantes de sangre del ordenador de la AOSSO?

– Sí.

– Pero no sabes dónde la consiguió.

– No lo sabemos seguro, pero sabemos que el sistema de seguridad de la AOSSO es muy vulnerable.

McCaleb sacó del bolsillo la lista que Graciela había impreso en el Holy Cross. La desdobló y se la pasó a Fox.

– La he conseguido hoy, y no tengo ni idea de ordenadores.

Fox agarró la hoja y señaló a Graciela.

– Pero tú contabas con su ayuda.

– No sabemos quién es esa persona ni quién le ayudaba, pero hemos de asumir que si disponía de los contactos y la capacidad para contratar a un asesino profesional, entonces él o ella tenía acceso al ordenador de la AOSSO. La cuestión es que puede hacerse.

McCaleb señaló la lista.

– Allí está todo lo necesario. Todos los de la lista son de ese grupo. Elige uno de los donantes. Investigaría un poco y elegiría a alguien joven. Kenyon era joven y servía. Un jugador de tenis que también montaba a caballo. Cordell era joven y fuerte. Cualquiera que lo vigilara un poco comprobaría que estaba en forma. Hacía surf, esquiaba, iba en bicicleta de montaña. Ambos eran perfectos.

– ¿Entonces por qué matarlos como una práctica? -preguntó Fox.

– No, no era una práctica. Iba en serio, pero las dos veces falló algo. Con Kenyon el asesino usó una bala de fragmentación que le destrozó el cerebro y murió antes de que pudieran llevarlo al hospital. El asesino refino su método. Cambió a una de camisa metálica y disparó a Cordell en la frente. Una herida fatal, sí, pero no instantánea, un hombre que pasa llama desde su móvil. Cordell está vivo, pero se confunden con la dirección y la ambulancia va al lugar equivocado. Se pierde demasiado tiempo y la víctima muere allí mismo.

– Y otra vez los órganos no pudieron ser cosechados -dijo Fox comprendiendo por fin.

– Odio esa palabra -dijo Graciela, que no había intervenido hasta entonces.

– ¿Qué? -preguntó Fox.

– Cosechar. Lo odio. Los órganos no se cosechan. Son donados por gente que se preocupa por sus semejantes. No es un cultivo de granja.

Fox asintió y miró en silencio a Graciela, al parecer valorándola de nuevo.

– No funcionó con Cordell, pero no fue a causa del método -continuó McCaleb-. Así que el asesino volvió a la lista de potenciales donantes. Él…

– La lista del ordenador de la AOSSO.

– Sí, volvió a la lista y eligió a Gloria Torres. El proceso se inicia de nuevo. Vigila, estudia su rutina, y también sabe que está sana y que servirá.

McCaleb miró a Graciela mientras lo decía, temeroso de que la crudeza de sus palabras desatase otra respuesta. Pero ella permaneció callada, fue Fox quien habló.

– Y ahora tú quieres seguir esta pista de órganos cosechados y crees que el asesino (o la persona que lo contrató) tendrá uno de ellos. ¿Te das cuenta de cómo suena esto?

– Sé como suena -dijo McCaleb con rapidez antes de que crecieran las dudas en la doctora-. Pero no hay otra explicación. Necesitamos tu ayuda con la AOSSO.

– No lo sé.

– Piénsalo. ¿Cuáles son las posibilidades de que un mismo hombre (un asesino a sueldo, probablemente) mate por casualidad a tres personas diferentes con el mismo grupo sanguíneo que sólo comparten una de cada doscientas personas? No puedes imaginarte una coincidencia así. Porque no puede ser una coincidencia. Es la sangre. La sangre es el vínculo. La sangre es el motivo.

Fox se alejó de ellos y se acercó a la ventana. McCaleb la siguió y se situó a su lado. La habitación daba a Beverly Boulevard. McCaleb vio la hilera de tiendas al otro lado de la calle, la librería de misterio y la charcutería con el cartel «Recupérate pronto» en el techo. Miró a Fox, que parecía contemplar su propio reflejo en la ventana.

– Tengo pacientes esperando -dijo.

– Nosotros necesitamos tu ayuda.

– ¿Qué puedo hacer exactamente?

– No estoy seguro. Pero supongo que tienes más posibilidades que nosotros de obtener información de la AOSSO.

– ¿Por qué no vas a la policía? Ellos tendrán más oportunidades. ¿Por qué me implicas a mí?

– No puedo ir a la policía. Todavía no. Si acudo a ellos me apartaran del caso. Piensa en lo que acabo de decirte. Soy un sospechoso.

– Eso es una locura.

– Ya lo sé. Pero ellos no. Además, eso no importa. Esto es personal. Se lo debo a Gloria Torres y se lo debo a Graciela. No voy a quedarme al margen.

Se hizo un breve silencio.

– ¿Doctora?

Graciela se les había acercado. Se volvieron hacia ella.

– Tiene que ayudar. Si no lo hace, todo esto, todo lo que usted hace aquí no significa nada. Si no puede proteger la integridad del sistema en el que trabaja, entonces no hay sistema.

Las dos mujeres se miraron la una a la otra durante unos segundos de tensión, y entonces Fox esbozó una sonrisa triste y asintió.

– Esperadme en mi despacho -dijo-. Tengo que ver al señor Koslow y a otro paciente. Tardaré media hora como mucho. Luego iré al despacho y haré la llamada.

31

– Oficina del coordinador.

– Sí, con Glenn Leopold, por favor, soy Bonnie Fox.

Estaban en la consulta de Fox, con la puerta cerrada. La cardióloga tenía el altavoz conectado para que McCaleb y Graciela pudieran escuchar. La habían esperado media hora. Su comportamiento había cambiado. Seguía dispuesta a cooperar, pero McCaleb percibió que estaba más nerviosa de lo que se había mostrado en la reunión mantenida en la habitación vacía de la torre norte. Habían discutido un plan que McCaleb había concebido durante la espera. Fox había tomado algunas notas y había efectuado la llamada.

– ¿Bonnie?

– Hola, Glenn, ¿cómo estás?

– Bien, ¿qué puedo hacer por ti? Tengo una reunión dentro de diez minutos.

– Será sólo un momento. Tengo un problemita aquí, Glenn, y creo que podrías ayudarme.

– Cuéntame.

– Hice un trasplante aquí en febrero (era el archivo AOSSO número nueve-ocho tres-seis) y ha surgido una complicación. Me gustaría hablar con los cirujanos que hicieron los trasplantes de los otros órganos de la donante.

Hubo un breve silencio hasta que volvió a oírse la voz de Leopold.

– Vamos a ver… Esto es muy poco habitual. ¿De qué clase de complicación estamos hablando, Bonnie?

– Bueno, como tienes una reunión te lo haré lo más breve posible. El grupo sanguíneo del receptor era AB con CMV negativo. El órgano que recibimos de la AOSSO era compatible, según el protocolo, pero ahora (¿qué llevamos, nueve semanas de postoperatorio?) nuestro paciente ha desarrollado el virus CMV y la última biopsia muestra indicadores de rechazo. Estoy tratando de aislar qué es lo que ha ocurrido.