– Bueno, como tú dices, él pudo ser el autor del robo de Navidad o de otro. Tú fuiste allí y lo asustaste, como si fueras a colgarle dos asesinatos. Salió corriendo. Eso es todo.
McCaleb asintió.
– ¿Qué va a pasarle?
– Su jefe va a retirar la denuncia a cambio de que le pague la ventana que rompió. Lo dejarán libre después de la vista de hoy.
McCaleb asintió una vez más y miró la moqueta.
– Así que olvídate de él, Terry. ¿Qué más tienes?
Volvió a levantar la vista y trató de mirarla con intensidad.
– Estoy cerca. Estoy a uno o dos pasos de comprenderlo todo. Ya sé quién es el asesino y estoy a pocos días de saber quién lo contrató. Tengo nombres, una lista de sospechosos. Sé que la persona que buscamos está en esa lista. Confía en tus instintos, Jaye. Puedes detenerme ahora, pero no es la detención correcta y al final seré capaz de probarlo. Pero mientras tanto, perderemos la oportunidad que tenemos ahora.
– ¿Quién es el asesino?
McCaleb se levantó.
– Tengo que traer mi maletín. Te lo enseñaré.
– ¿Dónde está tu maletín?
– En una secadora de la lavandería del puerto. Lo he escondido allí. No sabía con qué me iba a encontrar aquí dentro.
Ella pensó un momento.
– Déjame ir a buscarlo -dijo él-. Aquí está el botiquín. No voy a ir a ninguna parte. Si no confías en mí, acompáñame.
– De acuerdo. Trae el maletín. Yo te espero aquí.
De camino a la lavandería, McCaleb se encontró con Buddy Lockridge, que llevaba el maletín.
– ¿Todo bien? Me dijiste que fuera a buscar esto si no salías pronto.
– No hay problema, Buddy. Creo.
– No sé lo que te está contando, pero estaba en el grupo de esta mañana.
– Ya lo sé, pero creo que está de mi lado.
McCaleb agarró el maletín y se encaminó a su barco. Dentro, encendió la televisión, puso el vídeo del Sherman Market y empezó a reproducirlo. Pasó la cinta en velocidad rápida y vio los movimientos rápidos del asesino que entraba, disparaba a Gloria Torres y al dueño de la tienda y luego desaparecía. Entonces, el buen samaritano entraba y McCaleb puso la cinta a velocidad normal. En el momento en que el buen samaritano levantaba la mirada de lo que estaba haciendo con el cuerpo herido de Gloria, McCaleb pulsó el botón de pausa y la imagen se congeló.
Señaló al hombre de la pantalla y miró de nuevo a Jaye Winston.
– Ahí tienes al asesino.
Ella miró la pantalla un buen rato; su cara no traicionaba ninguno de sus pensamientos.
– Vale, explícamelo.
– Recuerda el cronograma. Arrango y Walters nunca vieron esto como otra cosa que un simple atraco y asesinato. Eso es lo que parecía, ¿quién puede culparles? Pero fueron chapuceros. Nunca se preocuparon por completar y verificar el cronograma. Creyeron lo primero que vieron, lo evidente. Pero había un problema entre la hora de la cámara de seguridad, cuando se producen los disparos y la hora del reloj del centro, cuando llama el buen samaritano.
– Correcto. Me lo dijiste. ¿Cuál era la diferencia, medio minuto, más o menos?
– Treinta y cuatro segundos. Según el vídeo, el buen samaritano avisa de los disparos treinta y cuatro segundos antes de que se produzcan.
– Pero dijiste que Walters y Arrango no pudieron verificar si el reloj del vídeo estaba en hora. Simplemente supusieron que iba mal porque el viejo (el señor Kang) lo puso mal.
– Eso es lo que supusieron ellos, pero yo no.
McCaleb retrocedió la cinta hasta el momento en que el reloj de Chan Ho Kang era visible, cuando tenía el brazo extendido sobre el mostrador. McCaleb manejó la cinta a cámara lenta hasta que llegó al punto que buscaba. Congeló la imagen una vez más, se acercó al maletín y sacó la impresión de la imagen mejorada digitalmente.
– Muy bien, lo que yo hice fue triangular los tiempos para obtener un dato exacto de cuándo ocurrió esto. ¿Ves el reloj?
Ella asintió. McCaleb le pasó la copia impresa.
– Le pedí a un amigo que había trabajado para el FBI que mejorase esta imagen. Éste es el resultado. Como ves la hora del reloj y la del vídeo coinciden. Al segundo. El viejo Kang debió de ajustar el reloj de la cámara de seguridad con su reloj de pulsera. ¿Me sigues?
– Te sigo. La hora de la cinta y la del reloj coinciden. ¿Y eso qué significa?
McCaleb levantó la mano para pedirle que no tuviera prisa y entonces sacó el bloc con las notas de su cronograma.
– Ahora sabemos que según el reloj del Central Communications Center, el buen samaritano avisó de los disparos a las 22.41.03, o sea treinta y cuatro segundos antes de que se produjeran, según la cinta de vídeo. ¿De acuerdo?
– Sí.
McCaleb le relató la visita que había hecho esa tarde a la tienda y luego a la casa de Kang. Le dijo a Winston que no habían puesto en hora el reloj desde los crímenes.
– Entonces llamé al CCC y comprobé la hora oficial con la del reloj. El reloj sólo adelanta cuatro segundos respecto al del CCC. Por tanto, el reloj del vídeo sólo adelantaba cuatro segundos respecto al reloj del CCC en el momento de los asesinatos.
Winston entrecerró los ojos y se acercó a McCaleb, tratando de seguir el hilo de su explicación.
– Eso significaría… -No concluyó la frase.
– Significa que apenas hay diferencia (cuatro segundos) entre el reloj del vídeo y el del CCC. Así que cuando el buen samaritano denunció los disparos a las veintidós cuarenta y uno cero tres en el reloj del CCC eran exactamente las veintidós cuarenta y uno cero siete en el reloj de la tienda. Sólo había cuatro segundos de diferencia.
– Pero eso es imposible -dijo Winston sacudiendo la cabeza-. No había disparos entonces. Es treinta segundos demasiado pronto. Gloria ni siquiera había entrado en la tienda. Probablemente estaba aparcando.
McCaleb guardó silencio. Decidió dejar que ella sacara por sí misma las conclusiones. Sabía que el impacto sería mayor si llegaba por sus propios medios al lugar al que él había llegado.
– Entonces -dijo ella-, este tipo, el buen samaritano, tuvo que haber denunciado los disparos antes de que se produjeran.
McCaleb asintió. Percibió que la intensidad de su mirada aumentaba.
– Cómo iba a hacerlo a no ser que… lo supiera. A no ser que supiera que iban a producirse los disparos. ¡Maldita sea! Él tiene que ser el asesino.
McCaleb asintió una vez más, pero en esta ocasión tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro. Sabía que Jaye Winston se había subido a su coche. Y estaban a punto de pisar a fondo el acelerador.
36
– ¿Le has dado vueltas a todo esto? Has entendido qué pasa.
– Un poco.
– Pues cuéntamelo.
McCaleb estaba de pie en la cocina, sirviéndose un vaso de naranjada. Winston no había querido tomar nada, pero también estaba de pie. Se sentía demasiado excitada para sentarse; McCaleb conocía esa sensación.
– Espera un momento -dijo.
Se tomó el vaso de zumo de un solo trago.
– Lo siento, creo que me he equivocado con el azúcar. He comido demasiado tarde.
– ¿Estás bien?
– Sí.
Puso el vaso en el fregadero, se volvió y se recostó en la encimera.
– Muy bien, así es como lo veo. Empezamos con el señor X, que de momento supondremos que es un hombre. Esta persona necesita algo. Un nuevo órgano. Un riñón, un hígado, quizá la médula ósea. Posiblemente las córneas, pero eso sería mucho estirar. Tiene que ser algo por lo que merezca la pena matar. Algo sin lo cual moriría. O en el caso de la córnea, algo que le dejaría ciego e inhabilitado.
– ¿Qué tal un corazón?