– De la AOSSO.
Volvió a su maletín y encontró la lista que le había dado Bonnie Fox. Al volverse, casi se dio de bruces con Winston, que había salido de la cocina. Le dio la hoja.
– Ésta es la lista.
Ella la examinó intensamente, como si esperase ver que uno de los nombres era realmente el señor X, o que de algún modo sería de inmediato identificable como tal.
– ¿Cómo la has conseguido?
– No puedo decirlo.
Ella lo miró.
– Por el momento tengo que proteger a una fuente. Pero es de confianza. Esa gente lleva los órganos de Gloria Torres.
– ¿Vas a darme la lista?
– Si vas a hacer algo con ella.
– Sí, empezaré mañana.
McCaleb era plenamente consciente de lo que le estaba entregando. Por supuesto, podía ser la clave de su exoneración y de la captura de un asesino de la peor calaña. Pero también estaba entregando a Winston una llave maestra. Si ella tenía éxito y solucionaba el caso mientras el FBI y el departamento de policía tomaban el camino equivocado, su futuro profesional no tendría límites.
– ¿Cómo vas a investigarlos? -preguntó él.
– De todas las formas posibles. Buscaré dinero, informes penales, cualquier cosa que destaque. Lo habitual. ¿Qué vas a hacer tú?
McCaleb miró su maletín. Estaba repleto de documentos, cintas y las pistolas.
– Todavía no lo sé. ¿Puedes decirme algo? ¿Por qué se volvió todo contra mí? ¿Qué es lo que os ha dirigido a mí?
Winston dobló la lista en un cuadrado y se la guardó en el bolsillo de su blazer.
– El FBI. Nevins me dijo que tenía un chivatazo. No me dijo de dónde, pero acusaba a un sospechoso en concreto. Eso sí me lo dijo. La fuente decía que habías matado a Gloria Torres por su corazón. Empezaron a partir de ahí. Verificaron las autopsias de las tres víctimas y encontraron la coincidencia de los grupos sanguíneos. Desde ahí fue sencillo, todo encajaba. Tengo que admitir que me convencieron. Entonces, todo parecía encajar.
– ¿Cómo? -preguntó McCaleb enfadado, levantando la voz-. Nada de esto habría ocurrido si yo no hubiese empezado a investigar. La coincidencia balística con el caso Kenyon se obtuvo gracias a mí. Eso trajo al FBI. ¿Crees que un hombre culpable se comportaría así? Es una locura. -Se estaba señalando, muy enojado, su propio pecho.
– Todo eso se tuvo en cuenta. Nos reunimos y lo discutimos esta mañana. La teoría que surgió fue que esa mujer (la hermana) había acudido a ti y que no estaba dispuesta a dejarlo estar. Así que decidiste que sería mejor ocuparte del caso antes de que lo hiciera otro. Lo asumiste y empezaste a sabotear la investigación. Empezaste con lo de Bolotov. Hipnotizaste al único testigo real y lo perdimos para acudir al tribunal. Sí, los resultados de balística se obtuvieron gracias a ti, pero quizá eso fue una sorpresa, quizá esperabas que no saldría nada, porque usaste una Devastator la primera vez.
McCaleb negó con la cabeza. No iba a permitirse verlo desde ese punto de vista. Todavía no podía creer que hubieran centrado su atención en él.
– Mira, no estábamos completamente seguros -dijo Winston-, pero pensábamos que había sospechas más que suficientes para pedir una orden de registro. Sentíamos que el registro inclinaría la balanza en un sentido u otro. Si encontrábamos pruebas, seguiríamos adelante, si no, lo dejaríamos. Entonces descubrimos que tenías un Cherokee, y debajo de ese cajón vimos tres malditas pruebas. Lo único peor que podía pasarte era que encontrásemos la pistola.
McCaleb pensó en la HK P7 que estaba en el maletín, a un metro y medio de ellos. Había tenido mucha suerte.
– Pero como tú decías, era muy fácil.
– Para mí, sí. Los demás no lo veían de la misma manera. Ya te he dicho que empezaron a pavonearse. Ya se imaginaban los titulares de la prensa.
McCaleb sacudió la cabeza. La discusión había minado sus fuerzas. Se acercó a la mesa de la cocina.
– Me han tendido una trampa -dijo.
Winston se acercó.
– Te creo -dijo-. Y quienquiera que sea ha hecho un buen trabajo. ¿Has pensado por qué te han tendido la trampa a ti?
McCaleb asintió, mientras hacía un dibujo con el dedo con el azúcar que había caído en la mesa.
– Si lo miro desde el punto de vista del asesino, veo el motivo. -Barrió con la mano el azúcar-. Después de que no funcionase con Kenyon, el asesino sabía que tenía que volver a la lista, pero también que estaba doblando el riesgo. Sabía que existía una remota posibilidad de que los casos se conectasen mediante el grupo sanguíneo. Sabía que tenía que hacer un trabajo de base para despistar. Me eligió a mí. Si tenía acceso al ordenador de la AOSSO, sabía que era el primero de la lista del corazón. Probablemente me investigó como a los demás. Descubrió que tenía un Cherokee y utilizó uno él mismo. Se llevaba objetos de las víctimas para poder plantarlos si era necesario. Aquí. Supongo que él mismo llamó a Nevins cuando lo tuvo todo preparado.
McCaleb se sentó un buen rato, recapacitando acerca de su situación. Entonces poco a poco se levantó.
– Tengo que acabar de recoger mis cosas.
– ¿Adónde vas?
– No estoy seguro.
– Tendré que hablar contigo mañana.
– Estaré en contacto.
Empezó a bajar la escalera, agarrándose en las barandillas.
– Terry.
Él se detuvo y se volvió a mirarla.
– Estoy arriesgándome mucho. Me juego el cuello con esto.
– Ya lo sé, Jaye. Gracias.
McCaleb desapareció en la oscuridad de la segunda cubierta.
37
En el registro habían incautado el Cherokee de McCaleb. Le pidió prestado el Taurus a Lockridge y se dirigió hacia el norte por la 405. Al llegar al enlace con la 10, tomó hacia el oeste, hacia el Pacífico, y luego continuó rumbo al norte de nuevo por la carretera de la costa. No tenía prisa, y estaba harto de autopistas. Había decidido conducir junto al océano y luego cortar hacia el valle de San Fernando a través del cañón de Topanga. Topanga era lo bastante desierto para saber si Winston o algún otro lo seguía.
Eran las nueve y media cuando llegó a la costa y empezó a bordear el océano de aguas negras, intermitentemente salpicado por la espuma de las olas que rompían. Una espesa bruma nocturna estaba cayendo sobre la carretera, embistiendo los escarpados riscos que protegían las Palisades. La niebla traía consigo un aroma marino que recordó a McCaleb las jornadas de pesca nocturna con su padre cuando era niño. Siempre le asustaba que su padre disminuyera la velocidad y parara los motores para que el barco se moviera a la deriva en la oscuridad. No respiraba aliviado hasta que al final de la noche su padre volvía a encender los motores. Una de sus pesadillas infantiles era que flotaba a la deriva en la oscuridad, en un barco fantasma. Nunca se lo contó a su padre. Jamás le dijo que no quería salir a pescar de noche con él. Siempre se había guardado sus miedos para él solo.
McCaleb miró a su izquierda, tratando de ver la línea donde el océano se juntaba con el cielo, pero no la distinguió. Dos sombras oscuras se fundían en algún lugar, mientras la luna se ocultaba al abrigo de las nubes. Puso la radio y movió el dial sin suerte en busca de algún bines. Se acordó de la colección de armónicas de Buddy y sacó una del bolsillo de la puerta. Encendió la luz del techo y examinó el grabado del instrumento. Era una Tombo en do. La limpió con la camisa y empezó a tocar mientras conducía. El resultado era tan poco armónico que se reía de lo mal que lo hacía. Pero de cuando en cuando encadenaba un par de notas. Buddy había intentado enseñarle una vez y él había alcanzado el nivel en que podía tocar los primeros riffs de Midnight Rambler. Trató de repetirlo, pero no encontró el acorde y el sonido que produjo se parecía más al resuello de un anciano.