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– ¿La AOSSO?

– Exacto. Tenemos un equipo allí ahora. Han llamado hace un rato. Hay un ejecutivo que recuerda haber recibido un mensaje de correo de Crimmins el año pasado. Le pareció una broma y lo borró. Nunca recibió otro mensaje, pero prueba que Crimmins había accedido a la AOSSO.

McCaleb asintió.

– ¿Alguien ha ido a buscar su expediente en el departamento de policía?

– Sí, Arrango. Se ha puesto borde con esto, lo trata como si fuera confidencial. Pero el resumen es que el tipo duró cinco meses. El motivo fue (cito) «imposibilidad de desarrollarse en la atmósfera de la academia». Traducción: el chico era un introvertido que no iba a durar nada en un coche patrulla. Ningún compañero lo iba a querer. Así que lo suspendieron. El problema para él era que era de segunda generación. Su padre se retiró a Blue Heaven hace diez años. Uhlig tiene alguien buscando al papá en la oficina de campo de Idaho. Dijo que, por lo que sabía, su hijo trabajaba en el departamento de policía. No sabía que habían suspendido a Danny, porque Danny nunca se lo explicó. Dice que no ha visto a su hijo en los últimos cinco o seis años, pero que cuando hablan por teléfono el chico siempre tiene batallitas que contar.

– Sí, acabadas de inventar.

McCaleb vio que todo encajaba. El complejo de autoridad. Crimmins lo había transferido de su padre al Departamento de Policía de Los Ángeles después de ser reprobado. La expulsión de la academia podría haber proporcionado la ruptura psicológica que convertía una fantasía inofensiva en un pasatiempo mortal. Todos los crímenes se cometieron en la jurisdicción del Departamento de Policía de Los Ángeles. Estaba mostrando a la institución que lo había juzgado injustamente lo listo, inteligente y valioso que era.

McCaleb pensó que cuando había elaborado el perfil del Asesino del Código, cinco años atrás, había sugerido que los agentes despedidos y los reprobados en la academia debían ser interrogados de manera prioritaria. Por lo que sabía, se había hecho.

– Espera. Este tipo tenía que haber sido interrogado entonces. El fracaso en la carrera policial estaba en el perfil.

– Fue interrogado. Por eso Arrango se hace el remolón con el expediente. De alguna manera, Crimmins pasó la prueba. Fue entrevistado por un equipo del operativo, pero a nadie le pareció sospechoso o que mereciera una segunda mirada. De todos modos, debió asustarse. Lo interrogaron cuatro semanas después del último asesinato. Quizá fuera la razón de que parara.

– Probablemente. Aun así, no vamos a quedar muy bien cuando se sepa que fue interrogado y puesto en libertad.

– Jodidamente mal, pero bueno, qué pase lo que tenga que pasar. Tenemos la rueda de prensa a las tres en punto.

McCaleb consideró lo que Winston había dicho acerca de que los asesinatos se habían interrumpido después de que Crimmins fuera interrogado. Sintió un escalofrío de satisfacción al pensar que quizás había sido su propuesta de entrevistar a los reprobados de la academia lo que había interrumpido los crímenes. Mientras saboreaba ese pensamiento, Winston abrió el archivo y sacó una foto en color de la pila. Se la entregó a McCaleb. Mostraba a Crimmins con el uniforme de la academia. Con el pelo bien recortado, bien afeitado, una cara delgada y ojos esperanzados que parecían traicionar su confianza. Era como si supiera cuando le hicieron la foto que no lo conseguiría, que nunca habría una foto de graduación.

– Parece que cuando era Noone no iba disfrazado -dijo-. Las gafas y algo en las mejillas para hacerle parecer más relleno.

– Exacto. Probablemente porque sabía que tendría contacto directo con los policías y un disfraz completo lo habría delatado.

– ¿Puedo quedármela?

– Claro, vamos a repartirla hoy.

– ¿Qué más? ¿Conseguiste direcciones?

– Nada bueno. El garaje que tú ya encontraste era la única real. Pero tiene que haber otro sitio. Su página web sigue operativa incluso después de que desconectáramos el ordenador del garaje. Eso significa que tiene un servidor en alguna parte. Funcionando ahora mismo.

– ¿No pueden rastrearlo por el teléfono?

– Tiene un proveedor anónimo.

– ¿Y eso qué es?

– Todo lo que entra o sale de la página web pasa a través de un proveedor de acceso a Internet anónimo. No podemos seguirle la pista y no podemos abrirle las tripas al proveedor por esa mierda de la Primera Enmienda. Además, el experto del FBI, Bob Clearmountain, me dijo que esos tipos usan microondas en lugar de líneas telefónicas. Eso complica su localización.

La tecnología era algo que superaba a McCaleb. Cambió de tema.

– ¿Vas a dar su identidad en la conferencia de prensa?

– Creo que sí. Mostraremos la foto y el vídeo de la hipnosis, a ver qué sale. Por cierto, Keisha Russell del Times. ¿Le filtraste la noticia?

– Le debía la llamada. Ella me ayudó al principio. Le dejé un mensaje en el buzón de voz esta mañana. Pensé que tenía que darle una ventaja. Lo siento.

– No, está bien. Me gusta. Tenía que hablar con ella de todos modos. Nevins me contó lo que dijiste anoche, de que probablemente fue nuestro hombre el que mandó la carta que generó el artículo del Times sobre ti.

– Sí. ¿Guarda la carta?

– No. Sólo recuerda que estaba firmada por un tal Bob. Probablemente era él. Lo tenía todo tan controlado.

McCaleb de repente pensó en algo. Graciela le había dicho que no había visto el artículo del Times hasta que un hombre que aseguraba haber trabajado con Glory llamó para hablarle del artículo. Ella fue a leerlo a la biblioteca. McCaleb se dio cuenta de que quien llamó podría haber sido Crimmins poniéndolo todo en marcha.

– ¿Qué pasa? -preguntó Winston.

– Nada, sólo estaba pensando.

Decidió no contarle de momento a Winston su corazonada. La comprobaría por sí mismo. Eso le daría una razón para romper su promesa de no llamar a Graciela. Podía convertirlo en una llamada oficial.

– Entonces -dijo Winston-, ¿dónde crees que está?

– ¿Crimmins? -Vaciló-. ¿Quién sabe?

Winston se fijó en su cara un momento.

– Pensé que podrías tener alguna idea.

Él apartó la mirada y clavó la vista en el escritorio.

– Bueno -dijo ella, dejándolo estar-, tendrá que aparecer en alguna parte.

– Eso espero.

Mantuvieron silencio. Habían terminado, salvo por la formalidad que suponía la declaración que tenían que grabar.

– No es asunto mío -dijo Winston-, pero ¿cómo vas a sobrellevar esto?

– Estoy trabajando en ello.

– Bueno, si necesitas hablar con alguien…

Él hizo un gesto de asentimiento para darle las gracias.

– De acuerdo, entonces ¿vamos a acabar con esto?

Al cabo de una hora, McCaleb estaba solo en la sala de interrogatorios. Le había contado la historia a Winston y ella había salido con la cinta para encargar que la transcribieran. Le había dado permiso para usar el teléfono de la mesa y le había dicho que dispusiera de la sala durante todo el tiempo que le hiciera falta.

Él compuso sus pensamientos durante unos momentos y luego marcó el número de la sala de enfermeras de urgencias del Holy Cross.

Preguntó por Graciela, pero la mujer que contestó le dijo que no estaba.

– ¿Tiene un rato libre?

– No, no está aquí hoy.

– Vale, gracias.