—¿Eres tú, Dexter? —canturreó Rita a la tirolesa desde la cocina.
—No estoy seguro —contesté—. Voy a echar un vistazo a mi cartera.
Rita irrumpió sonriente, y antes de que pudiera protegerme se enroscó a mi alrededor, con la aparente intención de estrujarme lo suficiente para impedirme respirar.
—Hola, guapo —dijo—. ¿Cómo te ha ido el día?
—Asqueroso —murmuró Astor.
—Absolutamente maravilloso —dije, mientras intentaba recuperar el aliento—. Cantidad de cadáveres para todo el mundo. Hasta tuve que utilizar mis bastoncillos de algodón.
Rita hizo una mueca.
—Aj. Eso es… No sé si deberías hablar así delante de los niños. ¿Y si tienen pesadillas?
Si hubiera sido una persona sincera, le habría dicho que era mucho más probable que sus hijos causaran pesadillas a los demás, pero como no estoy entorpecido por ninguna necesidad de decir la verdad, me limité a darle una palmadita.
—Cada día oyen cosas peores en los dibujos animados. ¿Verdad, chicos?
—No —dijo Cody en voz baja, y le miré sorprendido. Pocas veces hablaba, y verle no sólo hablar, sino llevarme la contraria, era inquietante. De hecho, el día se había torcido desde el primer momento, desde la huida aterrorizada del Oscuro Pasajero por la mañana, siguiendo con el sermón sobre el catering de Vince, y ahora esto. ¿Qué estaba pasando, en nombre de todo lo oscuro y ominoso? ¿Se había desequilibrado mi aura? ¿Las lunas de Júpiter se habían alineado contra mí en Sagitario?
—Cody —dije, confiando en que algo de dolor se transparentara en mi voz—, no vas a tener pesadillas por esto, ¿verdad?
—El no tiene pesadillas —observó Astor, como si todo el mundo, salvo los que estaban muy mal de la cabeza, tuviera que saberlo—. No sueña nunca.
—Me alegra saberlo —dije, puesto que yo casi nunca sueño, y por algún motivo se me antojaba importante que Cody y yo tuviéramos muchas cosas en común. Pero a Rita no le hizo gracia.
—No seas tonta, Astor —le dijo—. Claro que Cody sueña. Todo el mundo sueña.
—Yo no —insistió Cody. Ahora, no sólo nos estaba plantando cara, sino que, al mismo tiempo, estaba rompiendo su récord de hablar. Y aunque yo no tenía corazón, salvo para propósitos circulatorios, sentía afecto por él y quería apoyarle.
—Bien por ti —le dije—. Sigue así. Los sueños están sobrevalorados. Impiden dormir a pierna suelta.
—Dexter, por favor —dijo Rita—. No creo que debamos fomentar esto.
—Pues claro que sí —contesté, y guiñé un ojo a Cody—. Está demostrando determinación, agallas e imaginación.
—No —dijo Cody, y me quedé maravillado de su verborrea.
—Claro que no —le dije, y bajé la voz—. Pero hemos de decir cosas como éstas delante de tu madre, para que no se preocupe.
—Por el amor de Dios —dijo Rita—. Me rindo. Id a jugar fuera, chicos.
—Queremos jugar con Dexter —manifestó Astor, haciendo un puchero.
—Saldré dentro de unos minutos —prometí.
—Más te vale —dijo ella en tono misterioso. Desaparecieron por el pasillo hacia la puerta de atrás, y mientras se marchaban respiré hondo, contento de que los ataques despiadados e injustificados contra mi persona hubieran terminado. No tendría que haber sido tan optimista, claro.
—Ven —me instó Rita, y me condujo de una mano hasta el sofá—. Vince llamó hace un rato —dijo, mientras nos acomodábamos sobre los almohadones.
—¿De veras? —dije, y sentí una repentina sensación de peligro cuando pensé en lo que habría hablado con ella—. ¿Qué quería? Rita sacudió la cabeza.
—Se mostró muy misterioso. Dijo que le avisáramos en cuanto hubiéramos hablado. Cuando le pregunté de qué debíamos hablar, no lo dijo. Sólo añadió que tú me lo dirías.
Apenas logré reprimir la metedura de pata que suponía repetir, «¿De veras?». En mi defensa debo admitir que mi cabeza daba vueltas, no sólo con la idea —que me llenaba de pánico— de que debía huir a un lugar seguro, sino también al pensamiento de que necesitaba encontrar tiempo para hacer una visita a Vince con mi bolsita de juguetes. Pero antes de que pudiera elegir mentalmente el cuchillo adecuado, Rita continuó:
—La verdad, Dexter, tienes suerte de contar con un amigo como Vince. Se toma su responsabilidad de padrino muy en serio, y tiene un gusto maravilloso.
—Maravillosamente caro, también —dije, y tal vez me estaba recuperando de mi casi metedura de pata con el «¿De veras?», pero supe en aquel mismo momento que no habría debido decir eso. Y claro, Rita se iluminó como un árbol de Navidad.
—¿Sí? —dijo—. Bien, supongo que sí, al fin y al cabo. O sea, suele ir unido, ¿verdad? Por lo general, obtienes lo que pagas.
—Sí, pero es una cuestión de cuánto hay que pagar —dije.
—¿Pagar por qué? —preguntó Rita, y me di cuenta de que había caído en la trampa.
—Bien —dije—, a Vince se le ha ocurrido la idea demencial de que deberíamos contratar a ese restaurador de South Beach, un tipo muy carero que se encarga de muchas fiestas de celebridades y tal.
Rita aplaudió con las manos debajo de la barbilla, con aspecto de felicidad radiante.
—¡No será Manny Borque! —exclamó—. ¿Vince conoce a Manny Borque?
Estaba claro que todo había terminado, pero Dexter el Intrépido no se rinde sin luchar, aunque se halle en franca desventaja.
—¿Te he dicho que es muy caro? —pregunté esperanzado.
—Oh, Dexter, no puedes preocuparte por el dinero en un momento como éste —dijo Rita.
—Sí que puedo. Lo estoy.
—Si existe la posibilidad de contratar a Manny Borque, no —dijo, con una sorprendente nota de firmeza en su voz, que yo nunca había oído, salvo cuando se enfadaba con Cody y Astor.
—Sí, pero Rita —objeté—, no es lógico gastar tantísimo dinero sólo en el catering.
—No es una cuestión de lógica —opuso, y debo admitir que le di la razón—. Si podemos conseguir que Manny Borque se encargue de nuestra boda, sería una locura no hacerlo.
—Pero —objeté, y callé, porque aparte del hecho de que me parecía una idiotez pagar el rescate de un rey por unas cuantas galletitas saladas con endibias pintadas a mano con zumo de ruibarbo, esculpidas hasta parecer Jennifer López, no se me ocurría ninguna otra objeción. O sea, ¿no bastaba con eso?
Por lo visto no.
—Dexter —dijo—, ¿cuántas veces nos casaremos?
Debo reconocer en mi favor que fui lo bastante avispado para reprimir el impulso de decir: «Al menos dos, en tu caso», lo cual me pareció muy prudente.
Cambié de rumbo al instante, utilizando tácticas aprendidas después de haber fingido ser humano durante tantos años.
—Rita —dije—, la parte más importante de la boda es cuando te deslizo el anillo en el dedo. Me da igual lo que comamos después.
—Eres tan dulce —dijo ella—. Entonces, no te importa que contratemos a Manny Borque, ¿verdad?
Una vez más, me encontré perdiendo una discusión sin ni siquiera saber de qué lado estaba. Caí en la cuenta de que tenía la garganta seca, resultado sin duda de que estaba boquiabierto, mientras mi cerebro se esforzaba por entender lo que acababa de pasar, y por encontrar algo inteligente que decir para reconducir la conversación.
Pero ya era demasiado tarde.
—Llamaré a Vince —dijo Rita, y se inclinó para darme un beso en la mejilla—. Esto es muy emocionante. Gracias, Dexter.
Bien, al fin y al cabo, ¿acaso el matrimonio no es una cuestión de compromiso?
7
Por supuesto, Manny Borque vivía en South Beach. Residía en el último piso de uno de los nuevos rascacielos que florecían en Miami como setas después de una fuerte lluvia. Éste se hallaba en lo que había sido una playa desierta a la que Harry nos llevaba a mí y a Debs los sábados por la mañana. Descubríamos salvavidas antiguos, misteriosos pedazos de madera de algún infortunado barco, boyas de langosteras y, una emocionante mañana, un cuerpo humano mecido por el oleaje. Era un recuerdo de la infancia muy querido, y me sabía muy mal que alguien hubiera construido esta reluciente torre en aquel mismo lugar.